Son muchos los líderes políticos que sienten ciertas veleidades ocultistas. En Cataluña, los separatistas no podían ser menos.
Cierto dirigente socialista solía meditar debajo de una pirámide construida ex profeso. Personalmente, conocí a un alcalde del PSC que no tomaba una decisión sin que su tarotista le echase las cartas. Parece poca cosa si lo comparamos con la corte de astrólogos, brujos y nigromantes que acompañaron a personalidades de la talla de Churchill, Stalin o Hitler. Existe una relación profunda entre los que desempeñan cargos políticos y quienes se dicen poseedores de secretos arcanos, mancias misteriosas y poderes secretos.
Como en mi Cataluña todo acaba irremediablemente como un sainete de los Quintero, las cosas son más modestas. Muchos conocedores del personaje aseguran que Jordi Pujol utilizaba los servicios de una bruja catalana, a la que hacía venir a Barcelona desde su retiro montañés, para que analizase su estado espiritual. La buena señora traía un huevo fresco – no se rían -, lo pasaba por la espalda del Molt Honorable y luego, ¡plas!, lo cascaba contra la mesa. Si la yema aparecía limpia, no había problema, pero si salía negra como un tizón significaba que alrededor del presidente existía alguna energía negativa. Son cosas que cuesta creerlas, y yo mismo dudaría si las personas que me lo han explicado no fuesen de completa confianza. Mare de Deu!
Pues bien, del huevo, con perdón, de Pujol hemos pasado al vudú de Puigdemont
Pues bien, del huevo, con perdón, de Pujol hemos pasado al vudú de Puigdemont. Salvador Sostres explica que el fugadísimo anda por ahí con un chaleco Kevlar por miedo a que lo asesine un francotirador, llegando a sospechar incluso que puedan envenenarlo, dando a probar unos dulces que le llevaban algunos de sus seguidores a sus escoltas. Esa paranoia no sería nada extraño en alguien con los componentes psicológicos del de Amer, de claras trazas mesiánicas y posiblemente ciclotímicas. Pero hay un párrafo que Sostres deja así, al desgaire, sumamente revelador e inquietante. Dice que tanto Puigdemont como su esposa, la rumana Marcela Topor, están versados en asuntos de brujería. Nos confirman que es así. El interés por las ciencias ocultas de la pareja es bien conocido entre sus amigos personales y la misma señora Topor no tiene problemas en extenderse acerca del tema en conversaciones con sus amistades, mostrando un singular conocimiento acerca de ese fascinante asunto.
Naturalmente, uno puede creer en lo que más le plazca, bien sea un huevo que aleja los problemas, bien una pirámide que recarga la energía kármica, bien que el Tarot contiene tu destino en sus Arcanos Mayores. Pero que esas creencias deriven en patología, como parece el caso de Puigdemont, cada vez más aislado en su irreal visión del mundo, es, como mínimo, preocupante. Vamos, que, si yo fuese del gremio de la estelada, me preocuparía. Lo digo porque si la república catalana depende de si el pantáculo está bien o mal trazado, el grimorio de Salomón ha sido invocado la noche adecuada o Saturno y Júpiter no están alineados con Sirio, mal andan. La cosa separatista, al final, acabará en manos de Iker Jiménez.
Ver complots para ser asesinado y dar a probar pastelitos a tus escoltas – ya te vale, nene, menos mal que todo es fruto de tu calenturienta imaginación – a ver si cascan o no, supera los límites de locura que hasta ahora habíamos atribuido al personaje. Ser escolta en Waterloo no parece un empleo aconsejable para nadie, y no lo digo por el miedo a ser envenenado, sino porque el individuo parece estar como unas maracas.
Concluyamos diciendo que tales cosas son fruto del sueño de la razón y que la gente normal, la ordinary people, no vive pendiente de un fetiche o una bola de cristal. Lo hace de los números de su libreta de ahorros que, cosas de los misterios arcanos, siempre aparecen en rojo. ¿Vudú? No, realidad que, como dijeron Pawels y Bergier, es mucho más mágica que las fútiles ensoñaciones de sujetos ociosos. Eso sí, haberlas, haylas…
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