Hay personas que nacen sin brújula moral interna. Personas con una visión utilitarista de la vida que identifican el bien con lo que redunda en su propio interés y el mal con lo que se interponga en la consecución de sus metas. Para este tipo de sujetos no hay más legitimidad que la que les ayuda a colmar la propia ambición. Volcados en sí mismos, su criterio flota inestable en el insondable hueco que ocupa el lugar donde deberían albergar la conciencia.
Pedro Sánchez tardó en reaccionar a las listas de sangre de Bildu porque no percibió de entrada cuál era el problema que presentaban. Él en primer lugar y, tras él, todos los que en el Gobierno le deben su nómina y coche oficial decidieron ponerse de perfil ante las primeras preguntas de los periodistas entendiendo que era una polémica más, y en este caso particularmente cansina, de las muchas que jalonan el proceso preelectoral.
Si uso el adjetivo cansina es porque para Sánchez el dolor de las víctimas e incluso su propia existencia como incómodos testigos del mal cometido contra ellas, es algo que le produce una mezcla de hastío, pereza e irritación. Sánchez necesita el apoyo de Bildu para mantenerse en el poder y no entiende que haya otras consideraciones morales que determinen que el comportamiento de una persona decente es renunciar a él si viene de esa mano. La presencia de los testigos, víctimas que se obstinan en sufrir el dolor por la muerte de un ser querido abatido por una de las alimañas hoy reconvertidas en candidatos es algo incómodo que debe neutralizarse de la forma que sea.
Cosas que pasan cuando en vez de conciencia lo que tienes dentro es un hueco insondable.
Parece que en Moncloa carecen de la intuición humana natural que permite entender de forma innata que no se puede premiar al que mata por la espalda y no se arrepiente
Solo cuando la reacción pública se hizo imparable y en Presidencia del Gobierno comprendieron que no se trataba de una polémica más de las que se traga el ciclo de noticias de 24 horas, sino de un asunto espinosísimo que podía traerles consecuencias letales en las urnas, empezaron a cambiar las reacciones y los argumentarios. Parece que en Moncloa carecen de la intuición humana natural que permite entender de forma innata que no se puede premiar al que mata por la espalda y no se arrepiente. Daltónicos morales, tienen que esperar a ver cómo reaccionan los ciudadanos, a leer qué se escribe en las redes, para llamar a esa mancha que ellos ven parda azul y a esa otra que también ven parda roja. Dijo entonces el presidente, en una respuesta tan preparada como fría, que la presencia de etarras en las listas de Bildu era legal pero no decente. Y tenía toda la razón. El campo de la decencia en este supuesto, mientras los tribunales no se pronuncien sobre el asunto, recae directamente en él. Él tiene que decidir si actúa moralmente o sigue asociado a asesinos para mantenerse en el poder, y esta realidad es así aunque por una extraña maldición toda la población española, salvo el proporcionalmente pequeño grupo de víctimas, estuviera de acuerdo con él.
Un Gobierno que clama por la memoria histórica de hace casi un siglo debería tener la coherencia de aplicar los mismos conceptos a la memoria histórica de casi ayer
Para que haya reconciliación tiene que haber reconocimiento del dolor causado y que los asesinos y los que les han heredado pidan perdón de corazón a sus víctimas. Con ello no conseguirán evitarles el dolor de sus vidas marcadas para siempre por la injusticia y el sufrimiento pero podrán poner fin a la humillación constante del que se ve vejado cada día de su vida por la prepotencia de sus asesinos. Un Gobierno que clama por la memoria histórica de hace casi un siglo debería tener la coherencia de aplicar los mismos conceptos a la memoria histórica de casi ayer, la memoria histórica que aún es memoria personaly reciente en tantos de nosotros que recordamos con dolor y angustia aquellas mañanas de plomo en las que nos despertábamos con el muerto del día al que luego la nefasta Iglesia vasca insultaba con funerales vergonzantes que marcaban el inicio de una humillación que les acompañaría hasta hoy.
Sánchez no distingue el bien del mal y es nuestro deber ir dándole toques en el único sitio que le duele, la posibilidad de la pérdida del poder, para orientar sus pasos por el camino que cualquier ser humano con conciencia percibiría como el justo. En este caso, que no es decente apoyarse en asesinos para mantenerse en un cargo, porque el dolor de un día de uno solo de los huérfanos de las víctimas abatidas por sus socios vale infinitamente más que diez legislaturas suyas en el poder. Ojalá no tenga él que vivir un solo minuto del dolor que ellos padecen, ojalá no tengamos que padecerle nosotros a él en la Presidencia de Gobierno ni un solo día más de los legalmente necesarios.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación