Nadia Calviño sabe que el proyecto de Presupuestos presentado esta semana por los “líderes del Gobierno”, Redondo dixit, no tiene la menor posibilidad de superar el filtro de la Unión Europea. Quizá sea esa certeza la que explique su tranquilidad, el cómodo papel secundario que ha elegido sabedora de que el trabajo, más pronto que tarde, se lo van a dar hecho en Bruselas.
No hay la menor posibilidad de que la UE, no digamos ya el llamado club de los frugales, acepte sin rechistar el incremento de sueldo a los funcionarios (acabamos de batir récord de empleo público en plena pandemia: 3.337.100 personas), el aumento estructural de la factura de las pensiones o medidas como el control de los precios del alquiler. No hay la menor opción de que nuestros socios acepten incrementos de gasto que supongan la consolidación de una deuda desbocada. No existe hipótesis de trabajo alguna que contemple el visto bueno de Europa a unas cuentas construidas a partir de previsiones muy discutibles, cuando no directamente falsas.
Hacer que las cuentas descansen, por poner quizá el ejemplo más grosero, en un descenso del PIB de poco más del 11 por ciento, en contra de las previsiones del Banco de España (12,6 por ciento sin contar con el impacto del segundo estado de alarma) y de otros expertos, que pronostican un catastrófico 20 por ciento; o plantear un aumento de ingresos públicos que no llega al 10 por ciento de los 6.000 millones más comprometidos con Bruselas, mientras se anuncia un aumento del gasto del 53,7 por ciento (196.097 millones), son solo algunos ejemplos de la ligereza con la que se han elaborado unos Presupuestos cuyo principal objetivo es mantener momentáneamente a Frankenstein de pie y alimentar el relato grandilocuente del presupuesto “histórico” que va a “poner fin a la austeridad”.
Gastar, gastar y gastar como si no hubiera un mañana. Hasta la quiebra final. Traspasar el drama de la brutal deuda a las futuras generaciones para esquivar el desgaste político de la crisis
Porque de eso, de mantener contra viento y marea el “relato” tramposo de progresismo frente a austericidio como única salida, es de lo que ahora se trata. Gastar, gastar y gastar como si no hubiera un mañana. Hasta la quiebra final. Traspasar el drama de la brutal deuda a las futuras generaciones, intención que parecen consolidar estos Presupuestos, para esquivar así la cruda realidad y el desgaste que acompaña a las decisiones impopulares. Las cuentas de la cuarta economía de la UE, que debieran estar diseñadas exclusivamente para afrontar la mayor crisis conocida desde la segunda guerra mundial, utilizadas como instrumento de propaganda ideológica. “Un presupuesto histórico”. “Un antes y un después”. Bla, bla, bla.
El mensaje que trasladan a Europa las cuentas del Gran Capitán (“España mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepultura”) tiene un punto de incomprensible provocación, en tanto que alimenta las dudas sobre nuestra capacidad para gestionar, y gastar, con arreglo a criterios de necesidad y eficacia, y no estrictamente políticos, los 140.000 millones comprometidos. Ni una pista sobre la profunda reforma fiscal que necesita el país para sostener el largo proceso de reconstrucción que nos aguarda. Nada acerca de la reclamada reforma de la ley de unidad de mercado. Cero propuestas sobre la necesaria transformación de una función pública cuya rígida, politizada y deforme estructura carece de flexibilidad para liderar el proceso de reconstrucción y solo tiene capacidad para asumir “la gestión permanente de las anomalías” (Henry Mintzberg, citado en www.rafaeljimenezasensio.com). Ni una sola señal de querer abordar con seriedad la sostenibilidad del sistema de pensiones. Más bien todo lo contrario.
Pensiones e impuesto a los ‘ricos’
Por cierto (1), las pensiones. Se propone una subida del 0,9 por ciento, cuando el indicador adelantado del IPC sitúa en septiembre su variación anual en el -0,4 por ciento. Los jubilados (9,76 millones, y subiendo) votan; nuestros nietos, todavía no. Los partidos políticos, de izquierda a derecha, le restriegan a nuestros banqueros del norte la indexación de las pensiones en el bochornoso acuerdo alcanzado en el Pacto de Toledo, que vuelve a darle una patada adelante a la bomba de relojería de un sistema quebrado y que arrastra un déficit de más de 100.000 millones de euros. Sánchez, Iglesias, Casado, Arrimadas, Abascal, y el resto de la tribu, apuntándose a la farsa para preservar su cuota-parte de voto cautivo. Una vergüenza.
Por cierto (y 2), el impuesto a los “ricos”. Un año después de la admirable y admirada “revolución de los claveles”, uno de sus líderes, el teniente coronel Otelo Saraiva de Carvalho, confesó al primer ministro de Suecia, Olof Palme, que el objetivo de la Junta de Salvación Nacional formada en Portugal tras la caída de la dictadura era “acabar con los ricos”. El socialdemócrata Palme le miró con cara de sueco: “Es curioso. Nosotros aspiramos a acabar con los pobres”. El impuesto a los ricos no es más que un eslogan aquieta conciencias sin apenas influencia en las cuentas, una tasa asusta inversores cuyo más visible efecto será el considerable aumento de los directivos españoles (los ricos ya hace tiempo que se pusieron a salvo) que pasen a residir -y a pagar impuestos- en… Portugal. Los herederos de Saraiva parece que han tomado buena nota de aquella lección.
Los autores de los Presupuestos eluden sus obligaciones, hacen caso omiso de las llamadas a la moderación e hipotecan hasta el paroxismo el futuro de España
En definitiva, estamos ante un proyecto de Presupuestos que incorpora notables incrementos de gasto, imprescindibles para soportar con alguna dignidad el tremendo impacto de la crisis (Sanidad, Educación, desempleo, lucha contra la pobreza…), pero cuyos autores eluden sus obligaciones, hacen caso omiso de las llamadas a la moderación e hipotecan hasta el paroxismo el futuro de España. Eso, junto al disparate en el que hemos convertido la gestión sanitaria de la pandemia, proyecta hacia fuera una lamentable imagen de país tan pedigüeño, manirroto y jurídicamente poco fiable como aquella Grecia intervenida de 2010.
Nadia Calviño ya sabe que Europa no va a aceptar unos Presupuestos que reniegan de los sacrificios y la austeridad; unos Presupuestos tan irreales como petulantes. Y cuando eso ocurra, cuando haya que aparcar la ideología y rebobinar a cambio del cheque europeo, veremos si Pablo Iglesias tiene o no el cuajo de justificar su permanencia en el Gobierno (yo apuesto a que sí) y si Sánchez guarda un plan B en la recámara. Continuará.