Payton Gendron se aburría durante la pandemia. Pasaba el tiempo navegando en la web 4chan, y fue allí donde se sumergió por vez primera en el pegajoso mundo de las teorías conspirativas y racistas. Dos años después, Gendron mató a diez personas negras en un supermercado. Lo hizo en Buffalo, Nueva York, el 14 de mayo de 2022. A sus 18 años, se había presentado en el lugar ataviado con una cámara pegada al casco que retransmitía todo en tiempo real vía Twitch; al menos, hasta que la publicación fue bloqueada al cabo de dos minutos. Gracias a su chaleco blindado, las balas del guardia de seguridad no le detuvieron, y este no tardó en caer muerto en su cumplimiento del deber. Gendron ni siquiera perdonó a las ancianas. Sólo dejó vivir a un gerente herido -que era blanco-, al que pidió disculpas sucintamente. Cuando se apuntó a sí mismo con el arma, la policía le convenció de soltarla, y Gendron fue arrestado.
Diez días después, la opinión pública comenzaba ya a distraerse cuando una jornada festiva de fin de curso se transformó rápidamente en una nueva tragedia griega. Otro joven de 18 años llamado Salvador Ramos (que acababa de pegarle un tiro en la cara a su propia abuela, sin lograr matarla) saltó la valla de un colegio y, acompañado de música a todo volumen, persiguió y ametralló con armamento militar a niños de entre 7 y 10 años, abatiendo también a las dos profesoras que trataron en vano de escudar a los pequeños. Algunos se hicieron los muertos, embadurnándose con la sangre de sus amigos caídos. Finalmente, la policía -que hasta entonces había estado paralizada por órdenes confusas y equívocas- acabó por entrar en las aulas y acribillar al tirador.
El esquivo perfil del tirador escolar
Los dos sucesos son igualmente trágicos, igualmente salvajes. Sin embargo, bajo la fría mirada del analista, reflejan causas totalmente distintas. Salvador Ramos, el tirador de Texas, no tenía un objetivo político. Era un perpetrador más de tiroteo escolar masivo (una categoría que implica cuatro o más víctimas mortales, y que acumula trece casos desde 1966, con 146 muertos y 182 heridos; sin contar otros nueve tiroteos masivos perpetrados en la universidad). Aunque este tipo de asesino no presenta un perfil concreto, sí pueden encontrarse factores que se repiten si uno repasa exhaustivamente las bases de datos.
¿Y cuáles son estos factores? El perpetrador tiende a ser adolescente y actuar en solitario, y sus acciones no son espontáneas -el famoso "cruce de cables", en la cultura popular- sino planificadas durante días, meses o años, estudiando masacres previas. Suele pertenecer al propio centro: varios de ellos sufrieron acoso escolar y, de hecho, si repasamos todos los tiroteos escolares, masivos o no -una cifra que se eleva a 1924 incidentes desde el año 1970, con 637 muertos-, podemos ver que el 75% de ellos ha sufrido bullying. Volviendo a los tiroteos escolares masivos, los autores siempre son hombres, y más de la mitad presenta problemas psicológicos. Casi siempre son blancos (un par de ellos son nativos americanos), aunque esto no ocurre, por cierto, en los tiroteos masivos en general: en ese caso, los perpetradores blancos apenas suponen la mitad del total.
Su hijo había escrito una historia sobre un hombre embutido en un abrigo negro que llenaba una bolsa de armas y ametrallaba a un grupo de estudiantes
Los autores de los tiroteos escolares masivos suelen ser personas socialmente aisladas y resentidas, que prácticamente buscan una acción suicida en nombre de la fama o la venganza: esto explica que no les descorazone la presencia de guardias armados en el recinto. Como otros suicidas, tienden a avisar de lo que está a punto de ocurrir -generalmente por redes sociales- en un intento inconsciente de llamar la atención o de facilitar que alguien los detenga. Dos meses antes de la famosa masacre en el instituto Columbine de 1999, por ejemplo, los padres de uno de los asesinos hubieron de entrevistarse con su profesor: su hijo había escrito una historia sobre un hombre embutido en un abrigo negro que llenaba una bolsa de armas y ametrallaba a un grupo de estudiantes.
Terrorismo racista en Buffalo
El tiroteo de Buffalo, por el contrario, responde a un ataque terrorista de manual. La palabra "terrorista", a pesar de la enorme confusión que existe al respecto, no indica un juicio moral -a fin de cuentas, igual de malo es quien asesina a su mujer a puñaladas que quien le pega un tiro en la nuca a un guardia civil- sino que define un método. El objetivo del terrorista es siempre el de imponer una agenda política sobre un gobierno que la rechaza inicialmente; y la violencia es su palanca para forzarle a implementar este ideario.
Al contrario de lo que muchos piensan, los terroristas no son psicópatas -personas desprovistas de empatía- sino que se fuerzan a sí mismos a cometer estos crímenes. Empapados de un fanatismo adobado en teorías de la conspiración, piensan que su raza, religión, país, clase social, etc están a punto de ser destruidos y que, para evitarlo, han de reaccionar; escoger el mal menor. Les impulsa una "paranoia ideológica."
El asesino de Búfalo, si atendemos a su manifiesto de 180 páginas, encontró su "paranoia ideológica" en una teoría conspirativa conocida como el "Gran Reemplazo", que nació bajo otros nombres a finales del XIX y que ha ido ganando fuerza desde el 2010. La teoría afirma que la raza blanca se diluye a causa de la inmigración no-blanca (que tiene una mayor tasa de natalidad), así como del aborto, la homosexualidad y la pornografía. Todo ello formaría parte de un oscuro plan cocinado por una alianza insólita de élites liberales, judías y marxistas.
Si esta teoría, tradicionalmente, acampaba sólo en las franjas más extremas de la política occidental, durante el último lustro ha ido infiltrándose en el discurso mainstream. Tucker Carlson, célebre presentador de la cadena Fox, la defendió en antena ante dos millones de telespectadores -alegando que el Partido Demócrata buscaba llenar el país, mediante este "reemplazo", con "votantes más obedientes del Tercer Mundo"- y un puñado de congresistas, senadores (y candidatos) republicanos también la mencionan abiertamente, algo que parece haberse trasladado a algún que otro candidatos europeos. En EEUU, según las encuestas realizadas entre 2021 y 2022, entre el 35% y el 45% de los votantes republicanos aceptan la teoría, en mayor o menor medida.
Ante esta supuesta conspiración para reemplazar a los blancos, algunos terroristas creen tener la solución. Hojeando los manifiestos de los autores de las masacres raciales más recientes -Dylann Roof, Brenton Tarrant, Robert Bowers, Patrick Crusius y Payton Gendron-, su objetivo parece ser el de incentivar a los no-blancos a exiliarse, cuando no detonar directamente una guerra racial que (teóricamente) forzaría a los blancos a unirse.
Un perfil que tiende a malinterpretarse
En su inmensa mayoría, estos terroristas de ultraderecha actúan en solitario; con la excepción de alguna banda como la NSU, un grupúsculo neonazi alemán de humor negro algo retorcido que, del año 2000 al 2007, asesinó a golpe de pistola (con silenciador) a varios tenderos inmigrantes y policías. Por el contrario, el perfil predominante responde a uno de los tipos de terroristas más temidos de nuestro tiempo: el lobo solitario.
El término tiende a malinterpretarse. No hace mucho que dos influencers españolas, así como la prestigiosa revista Rolling Stone, afirmaron, con estridente indignación, que decir "lobo solitario" suponía desconectar a estos terroristas del movimiento político racista -mucho más amplio- en el que se inspiraban. Ignoraban, sin embargo, que el nombre no es caprichoso; indica un perfil de terrorista con rasgos muy concretos; rasgos que es necesario conocer. Según los profilers, los analistas que estudian los perfiles criminales, el lobo solitario es una persona extremadamente asocial: le resulta prácticamente imposible integrarse en grupos sociales durante mucho tiempo. En un principio, recala en el extremismo político. Allí encuentra un aplauso fácil y, ante todo, un enemigo externo al que culpar de todos los males: entra en juego la "paranoia ideológica" que comparte el grupo. Sin embargo -y este es el momento clave-, su perfil asocial acaba por hacerle marcharse (o ser expulsado) también de allí. Y es entonces cuando se decide a demostrarle a sus antiguos camaradas que él sí que está dispuesto a hacer lo que ellos no harán nunca: pasar a la acción.
Es por esto que el lobo solitario, al contrario que bandas organizadas como el IRA, la ETA o Al Qaeda, no opera con discreción. Al contrario, busca reafirmarse, presumir. Y advierte en foros online de lo que está a punto de cometer. En otras palabras, el lobo solitario lo pone fácil para ser detectado -cosa rara en terrorismo- y por eso mismo conviene conocer a fondo su perfil en lugar de censurar alegremente el término.
Y conviene hacerlo rápido, a cuenta de un detalle inquietante. Según todos los analistas, los lobos solitarios están aprendiendo de sus predecesores a pasos agigantados. Lo hacen por el simple mecanismo de redactar manifiestos (de longitud más bien interminable) como el de Anders Breivik, que inauguró esta tendencia en 2011, publicando 1.500 páginas poco antes de sacudir la apacible vida de los noruegos matando a 77 personas. Breivik voló por los aires un edificio ministerial de Oslo y luego desembarcó en una isla donde las juventudes laboristas celebraban su campamento de verano. Allí ametralló -uno a uno, y cuidándose de rematar a los heridos- a decenas de aterrados adolescentes que se vieron atrapados con él en aquella suerte de safari humano. Fue el peor tiroteo perpetrado por una sola persona en toda la Historia.
Estos manifiestos expresaban las delirantes opiniones políticas del lobo solitario de turno, así como obsesiones personales algo pintorescas: el ultraderechista australiano Brenton Tarrant, que atentó en Nueva Zelanda en 2019, afirmó haberse decantado por la catarsis violenta cuando no pudo superar el primer nivel del videojuego Batman. Pero sobre todo, los manifiestos incluían también un manual completo para preparar los atentados y maximizar el número de víctimas. Uno tras otro, los lobos solitarios más famosos afirmaban haberse inspirado en sus predecesores: de hecho, el arma homicida de Gendron, el terrorista de Buffalo, lucía sus nombres. Y cuando este retransmitió su sangrienta obra por Twitch, no hizo más que copiar a Brenton Tarrant, que -también con una cámara GoPro en el casco- subió a Facebook Live un vídeo en el que se le escuchaba decir "¡Que empiece la fiesta!", para acto seguido acribillar a escopetazos a 51 feligreses de todas las edades a los que logró atrapar en una mezquita y un centro islámico; al menos, hasta que un inmigrante afgano, padre de cuatro hijos y aparentemente dotado de un valor suicida, contraatacó lanzando objetos y le hizo huir del lugar.
El peor atentado antisemita
Los datos no son esperanzadores: los lobos solitarios no sólo se copian sino que se superan unos a otros. En 2018, la masacre de la Sinagoga del Árbol de la Vida, en Pittsburg, en El peor atentado antisemita, se convirtió en el peor atentado antisemita registrado en EEUU. La matanza de El Paso, en 2019, fue el ataque contemporáneo más sangriento registrado contra los latinos. "La broma siempre es: ¿quién puede ganar en número de muertos?", reflexionaría el analista J.J. MacNab. "Para ellos, es como un videojuego."
Los asesinos escolares también baten récords. Si en 1999, la masacre de Columbine era la más mortífera de todas, hoy apenas ocupa el cuarto puesto. El perfil de ambos tipos de asesinos como hemos podido ver, es bien distinto. Sólo tienen en común el aislamiento social, el aprendizaje de sus predecedores y las advertencias previas. Tiradores escolares y lobos solitarios comparten, sin embargo, algo mucho más polémico: la sorprendente facilidad con la que pueden adquirir armamento militar, que resulta más eficaz a la hora de matar en grandes números y que constituye un recordatorio notable de cómo la mitología nacional estadounidense parece haber olvidado una árida moraleja social: el sueño americano puede prometer oro, pero en ocasiones produce plomo.
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