"No te mientas a ti mismo. El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él, ni a su alrededor, y pierde así todo respeto por sí mismo y por los demás". Fiódor Dostoievski, 'Los hermanos Karamazov'
Todos mentimos. Esta primera frase ya introduce en sí una mentira al generalizar la acción. Hay mentiras piadosas, esas que decimos para no herir al otro. Las hay sistemáticas, las que se emplean como instrumento consciente para alcanzar un fin. Pueden incluso combinarse en una misma acción, como muestra L’emploi du temps, la película de Cantet de 2001 en la que el protagonista sale a diario de casa camino del trabajo, incapaz de revelar a su familia la amarga verdad del desempleo. Los matices nos los muestra San Agustín en “Contra la mentira”, distinguiendo entre las que hacen daño y no ayudan a nadie, y las que no hacen daño y, sin embargo, ayudan a otro, esas que Platón llamó mentiras nobles; las que se enuncian por mero placer, las de complacencia con los demás, las que engañan y las que no, las que pueden salvar vidas, o las de protección de la pureza del otro. Se miente tanto al ser amado como al odiado, y aun cuando se esté obligado a decir la verdad, recuerda Güendel Anulo.
La propagación de bulos se ha convertido en la esencia de este gobierno, a quien nadie puede echarle en cara que no esté haciendo todo lo posible para ganarle la batalla al virus
Se pretende construir una ficción de eficacia, la ficción de la propia verdad que señala Nietzsche, y que justifica, por tanto, el relato como acción para derribar el mito, tal y como argumenta Taleb. La construcción del relato se muestra entonces esencial. Y ese relato se construye, hoy, sobre las mentiras a medias de datos incompletos, los que para Kuttner engrandecen la más ardua de las tareas, la de tomar decisiones, y que aquí se tornan contra los gobernados. Han decidido reescribir los orígenes de la crisis más grave desde la guerra civil, y no dudan en emplear todos instrumentos disponibles. Quien engaña encontrará siempre a quien se deje engañar, decía Maquiavelo. La propagación de bulos se ha convertido en la esencia de este Gobierno, a quien nadie puede echarle en cara que no esté haciendo todo lo posible para ganarle la batalla al virus, pero a quien nadie, tampoco, puede negarle su absoluta incompetencia en la gestión de la crisis. Pero mientras que a un incompetente humilde se le puede perdonar, a un incompetente soberbio y mendaz sólo cabe exigirle la retirada.
“Un presidente atrapado en sus mentiras debería marcharse por propia iniciativa, en virtud de un código no escrito de honorabilidad de los políticos por el que esos actos no serían admisibles. La reacción de la sociedad, y de los medios de comunicación no deberían dejar además otra salda.” Qué actuales resuenan estas frases de Fernando Rodríguez Prieto de agosto de 2013 en Hay Derecho, enunciadas contra un Rajoy acorralado por el caso Bárcenas.
El presidente del Gobierno y su equipo han decidido pasar a la acción, y no dudan en cambiar la historia reciente. Cuentan para ello con un Parlamento prácticamente clausurado, una prensa incapaz de ejercer su labor de verificación, maniatada por un formato que filtra sus preguuntas, y unas televisiones privadas convenientemente compensadas con quince millones de euros para “mantener durante un plazo de seis meses determinados porcentajes de cobertura poblacional obligatoria”.
A la cabeza del mundo
Esta semana, en su comparecencia en sede parlamentaria, el presidente del Gobierno y sus apoyos parlamentarios elaboraron una defensa que reposa sobre pilares falsos, en bulos, en el trípode de la mentira. Uno que muestra, orgulloso, el número de tests realizados en nuestro país, los 355.000 que permanecen inalterados en los servidores de Worldometers desde hace quince días. Otro que, con el presunto aval de la Universidad de Oxford, mantiene que las restricciones aplicadas por nuestro gobierno nos sitúan en la cumbre de Occidente, cuando, en ese momento y según ese mismo centro, al menos nos sobrepasaban Francia, Italia, Ucrania, Nueva Zelanda, Australia y Croacia. Y un tercer pilar, sustentado en las palabras de Lastra por las que nuestro gobierno fue el primero en actuar en Europa tras la primera muerte. Antes lo habían hecho, sin embargo, Portugal, Bélgica y Austria, como también Grecia a mediados de marzo, sin nadie aún que enterrar; una Grecia que mantiene la tasa de mortalidad en 8 fallecidos por millón de habitantes, 330 menos de los que, tristemente nos sitúan, esos sí, a la cabeza del mundo, por delante de los 303 de Italia y casi doblando a los 182 de Francia.
La gran aportación
Bulos son los que propaga el vicepresidente Iglesias cuando anuncia a bombo y platillo un acuerdo con los representantes de los sindicatos, de algunas ONGs y de las asociaciones empresariales para promover un ingreso mínimo vital, que provoca un desmentido tan duro como rotundo de CEOE y CEPYME.
Se acusa a la “extrema derecha” de mentir, de difundir informaciones falsas, amplificadas por “millones” de bots en las redes sociales. Lo que no se dice es que se ha instaurado un sistema de gobierno basado en la propagación de bulos desde el propio entorno gubernamental. Esa, y no otra, será la gran aportación de Sánchez a la ciencia política. Bienvenidos a la bulocracia.
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