Hay otra bola más en el aire que el malabarista debe impulsar para mantener su juego. Unidas Podemos. Y ya van siete, u ocho o nueve; no es fácil seguir la cuenta porque todas están en movimiento y como se le caiga una se vine abajo el espectáculo. Aquellos que aspiraban a conquistar el cielo por asalto han cerrado filas, han contado su alicaída tropa y al descubrir que apenas les quedaban 5 diputados, tantos como el PNV, han abierto oficina propia de reclamaciones. El último paso antes de la disolución por ausencia de materiales políticos. Podemos envejeció tan rápidamente que aún eran aprendices y se volvieron contumaces veteranos del chanchullo. Yolanda Díaz estaba tan infatuada con el poder que Pedro Sánchez le había otorgado que cometió un error de principiante: desdeñar al derrotado, haciendo como si ya no existiera.
Les traerá problemas a todos. El malabarista tiene demasiadas bolas moviéndose en el aire y cada una tiene vida propia, es decir intereses. Por primera vez cabe contemplar que la carrera de Pedro Sánchez pueda acabar en los tribunales. Los motivos jurídicos son tan amplios como las responsabilidades, por lo que siempre existirán recursos legales que convertirían lo insólito de un presidente del Gobierno pasando por los juzgados en una crisis sistémica. Lo delata el obsesivo interés del grupo dirigente por cerrar de una tacada todos los agujeros que tiene abiertos en el aparato judicial, exactamente 85 por cubrir. Si Feijoo cometiera el error de aceptar sin condiciones la inclusión de los maquilladores jurídicos en el Consejo General del Poder Judicial entraríamos en una deriva húngara; los tribunales estarían al servicio del partido en el gobierno. Cada nombramiento que ha dictado Pedro Sánchez no tiene un sesgo de izquierda, ni progresista, ni independiente. Sólo y sencillamente han sido colocados para servir.
Cada nombramiento que ha dictado Pedro Sánchez no tiene un sesgo de izquierda, ni progresista, ni independiente. Sólo y sencillamente han sido colocados para servir
La línea de defensa de Pedro Sánchez y de sus canales de maquillaje consiste en una curiosa paradoja que nunca se explica, porque las paradojas no se explican; se detectan o no. Muy sencillo: unos y otras se esfuerzan por armar un apoyo al supuesto gobierno de progreso -una afirmación a la que se avienen sus adversarios conservadores- en el que se incluyen reaccionarios xenófobos, independentistas negacionistas de la Constitución, herederos del crimen y la extorsión, ese magma hasta ahora indeterminado y al que une exclusivamente la ansiedad de sacar partido de la situación en su propio beneficio. Frente a esta espuma cuya alianza es letal, el argumento de los edecanes y maquilladores se reduce a “cumplir la Constitución y renovar el CGPJ” que lleva 5 años postergado. En palabras llanas, déjennos adecuar la mayoría del CSPJ y todo lo demás habrá pasado por la limpiadora de ese Consejo maquillador de “juristas independientes” y sabios, por supuesto.
Qué olor a podrido tienen tantos artículos conmemorativos de los 45 años de Constitución. Detrás del maquillaje de palabras se esconde una idea tortuosa que pugna por salir pero que no se atreve. Lo que ayer les parecía un prodigio de arquitectura política ahora se les asemeja una ruina pompeyana; llegó la hora de contemplarla como una hermosa construcción a la que enterró la erupción de las necesidades inmediatas. Cada vez tengo más conciencia de ser un testigo incómodo, de esos que deberían haber muerto ya pero que se resisten a desaparecer mientras la cabeza aguante. En 1991 apareció un libro, “El precio de la transición”, apenas un recordatorio del peaje que estábamos pagando -gobernaba en olor de multitudes, pero menos, Felipe González-. Excuso decir la que me cayó encima. Gran parte de los maquilladores de hoy hacían entonces sus primeras armas, otros ya venían comidos de casa. Voté sí a la Constitución en un medio donde los radicales y progres varios, hoy jubilados del Estado en su mayoría, rechazaron. Como lo hizo Aznar.
Gran parte de los maquilladores de hoy hacían entonces sus primeras armas, otros ya venían comidos de casa. Voté sí a la Constitución en un medio donde los radicales y progres varios, hoy jubilados del Estado en su mayoría, rechazaron
Ahora se vuelve la mirada a la Transición; unos para recuperarla otros para maquillarla, pero lo curioso es que todos admiten el instrumento como si se tratara de una ganzúa que sirviera para abrir la caja fuerte del poder. Cuando escucho algunos elogios no sé si uno debe sentirse gratificado o burlado, aunque tiendo más a lo último. “La Transición no fue perfecta… Toda la Transición fue hacer de la necesidad virtud”, nos madruga ahora Nicolás Sartorius. Debería limitarse el número de melonadas que los líderes políticos emiten sin pausa; con dejarlo en una al mes, creo que sería suficiente.
Ni los homenajes a los 45 años de Constitución, ni la exhibición de ancianos de dudosa trayectoria, ni la labor de maquillar los fraudes constitucionales, deberían pasar sin una crítica despiadada. Estamos aquí y ahora y no me cuenten historias para nietos crédulos, aunque las redes se lo permitan. Nada en Cataluña pronostica un descenso del independentismo desde la caverna donde gobiernan -observen la campaña a toda página de la Generalitat en El País y Familia, con el intraducible lema “Som al Món. Cataluya torna a ser a primera línea”-. La llegada de Puigdemont cabría considerarla como la otra vuelta de un Tarradellas deshollinador, pero con el aparato mediático despendolado y el contador del presidente “puesto a cero”. ¿Qué querrá decir con eso un individuo que no tiene ni idea de lo que fue aquello y que le interesa un comino lo que va a salir de todo esto?
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