Nadie parecía saber de dónde habían salido aquellos milicianos ataviados de negro que amenazaban con engullir Siria e Irak. Hacía apenas unos meses que un yihadista de ropajes tan oscuros como su barba había proclamado el nacimiento súbito de un grupo llamado ISIS, como un mago que sacara repentinamente un conejo rabioso de su chistera. Pocos entendieron entonces que el origen de aquel grupo se remontaba tiempo atrás, a los primeros años del siglo XXI.
Era el año 2004, y corrían buenos y malos tiempos para Al Qaeda. Su traca de atentados desde finales de los noventa, que culminó (pero no terminó) con los ataques del 11 de septiembre, había catapultado su fama dentro del mundo de la Yihad; pero también le había puesto en el punto de mira de la Inteligencia americana y de toda nación que quisiera cooperar con ella. Acosada, la banda sólo podía seguir demostrando su fuerza mediante una técnica algo engañosa: fundando franquicias por todo el globo, es decir, prestando su nombre a grupos locales, más potentes, que a partir de entonces se beneficiarían de su marca a la hora de atraer recursos y reclutas hacia sus filas.
Uno de estos grupos, rebautizado a partir de octubre del 2004 como "Al Qaeda en Irak", pronto comenzó a mostrar signos de seguir una filosofía muy particular que preocupó notablemente a Bin Laden. Aparte de atacar a los americanos -que ocupaban Irak en aquellos momentos- y a las tropas del propio gobierno iraquí, se dedicaba en cuerpo y alma a masacrar a los civiles de la confesión musulmana chií; una rama minoritaria del Islam, que no obstante era mayoritaria dentro de Irak. De nada servían las regañinas ocasionales del órgano central de Al Qaeda.
Junto a la matanza de chiíes, el grupo inauguró también un uso magistral de Internet para hacer propaganda de sus atrocidades y lograr un flujo constante de reclutas suicidas; dos técnicas, la masacre de chiíes y la instrumentalización de las nuevas tecnologías, que marcarían la línea que habría de seguir, años después, una banda conocida como ISIS.
Al Qaeda en Irak no era otra cosa que el futuro ISIS. De hecho, en 2006, la banda se renombró como "Estado Islámico de Irak"; por sus siglas, el "ISI." Cuatro años después, su comité ejecutivo eligió a un nuevo líder -el último había sido abatido por el ejército iraquí y los norteamericanos- y esto le dio oportunidad de mover ficha a un personaje sinuoso que arrastraba ya una larga tradición de maniobrar en la oscuridad desde los viejos tiempos, cuando trabajaba para los servicios secretos de Saddam Hussein: un ex-coronel yihadista de pómulos marcados y barba blanquecina cuyo nombre de guerra era Haji Bakr.
Combatía con tenacidad, y sus milicianos, por radicales que fueran, no se dedicaban a la matanza generalizada de herejes como hiciera su grupo madre iraquí.
Viendo su momento, Haji Bakr quiso controlar la organización pero, fiel a su estilo, decidió hacerlo entre bambalinas. Apoyó a un candidato más bien anodino, un erudito de gafitas modestas y dulce voz apodado Abu Bakr al-Baghdadi. Era una buena opción, dado que este provenía de la misma tribu de Samarra a la que perteneciera el profeta Mahoma. En un proceso digno del Vaticano del Quattrocento, Haji Bakr aprovechó la compartimentación del grupo para convencer a cada uno de los comandantes electores de que el resto iba a votar también por Al-Baghdadi. Logró que su candidato obtuviera una mayoría de 9 votos sobre 11. Luego, hizo asesinar a decenas de opositores: no en vano uno de los variados motes de Haji Bakr era "el Caballero de los Silenciadores."
Hecho esto, el ISI comenzó a reponer fuerzas. En 2011, viendo que la vecina república de Siria -una dictadura asfixiante similar al Irak de Saddam- se deshacía en una guerra civil en la que el ejército, los rebeldes moderados del ELS y los más radicales de Ahrar al-Sham peleaban entre sí, los líderes del ISI decidieron enviar allí a una fuerza expedicionaria llamada "Brigada del Al-Nusra." Esta pronto logró grandes avances: combatía con tenacidad, y sus milicianos, por radicales que fueran, no se dedicaban a la matanza generalizada de herejes como hiciera su grupo madre iraquí. Pero fueron sus victorias, precisamente, las que despertaron la envidia de sus antiguos jefes.
Este fue el motivo por el que aquel 8 de abril del 2013, Al-Baghdadi lanzó un mensaje radiofónico anunciando el nacimiento del "ISIS", añadiendo la "S" de al-Sham (el "Levante", refiriéndose a Siria) a su trío terrorífico de siglas. Buscaba, como una madre que deseara reintroducir al hijo en el propio vientre, absorber de nuevo a Al-Nusra para hacerse con sus inmensas ganancias territoriales.
Al-Nusra, como era previsible, no deseaba volver a los brazos de su madrina, que al fin y al cabo era excesivamente cruel para su gusto, por no hablar del hecho de tener que cederle todo lo que había conseguido dentro de Siria. Su líder se negó en redondo a la fusión y pidió ayuda a la dirección central de Al Qaeda, que, tras la muerte de Bin Laden, había quedado a cargo del doctor Ayman al-Zawahiri, un líder torpe y avejentado. Al-Zawahiri se enfrentó al ISIS y envió para poner orden a un lugarteniente -ligado, por cierto, a la célula de Madrid que perpetrara el 11M- llamado Abu Khaled al-Suri. El ISIS no se inmutó y, medio año después, se encargaría de hacer que el célebre lugarteniente alcanzara el Paraíso de manera algo prematura por medio de un comando de terroristas embutidos en chalecos explosivos.
Reclutaba a jóvenes como espías, enviándoles a sus poblaciones natales para informarse de todo: qué comandantes tenían una amante, quién era secretamente homosexual, quién tenía una hija a la que poder casar con uno de sus hombres...
Al-Nusra, desde luego, era mucho más fuerte que el ISIS y parecía bien preparada para aquella batalla fratricida entre yihadistas, pero no contaba con un factor determinante: la astucia del ex-coronel Haji Bakr. Este ya había previsto el choque desde hacía meses. A finales de 2012, había comenzado a entrenar tropas exclusivamente leales a la banda iraquí; saudíes y tunecinos mezclados con uzbekos y chechenos (estos estaban ya fogueados en el arte de la guerra), sin incluir inicialmente a sirios o iraquíes, dado que sus lealtades podían ser dudosas.
Mientras tanto, había abierto centros de predicación en el norte de Siria desde donde reclutaba a jóvenes como espías, enviándoles a sus poblaciones natales para informarse de todo, hasta el más mínimo detalle: qué familias tenían qué ideas, qué comandantes tenían una amante, quién era secretamente homosexual, quién tenía una hija a la que poder casar con uno de sus hombres... Diseñó, al mismo tiempo, un organigrama que incluía un férreo aparato de seguridad en el que llegaba a haber "emires" que se encargaban de vigilar a otros "emires", todo un tributo al funcionamiento de las agencias de seguridad en el Irak de Saddam en el que se había formado.
Una vez Al-Baghdadi lanzó su mensaje, aquella maquinaria bien engrasada se puso en marcha de manera prácticamente indetectable. Los opositores desaparecían por cientos sin que nadie supiera quién los estaba eliminando. Los comandantes rivales eran chantajeados, sobornados o asesinados; Haji Bakr se había estudiado sus perfiles a conciencia. Los milicianos del ISIS sabían adoptar un perfil bajo si hallaban resistencia. Utilizaban, además, su macabro atuendo negruzco para dar la impresión de ser muchos más de los que eran: se desplazaban de un lugar a otro sin que sus enemigos se dieran cuenta de que se trataba de una misma fuerza. Al-Nusra, de este modo, se desangró sin remisión. Los rebeldes sirios, por su parte, hubieron de enfrentarse a un nuevo enemigo que se extendía imparablemente como la gangrena, pudriendo todo lo que tocaba y transformándolo en un gran cementerio cultural regido por una dictadura rigorista y sanguinaria.
Haji Bakr, mientras tanto, seguía al pie del cañón, moviendo discretamente la batuta desde la pequeña ciudad siria de Tal Rifaat. Pero fue precisamente su empeño en no moverse de la línea de frente lo que le acabó costando caro. Tal Rifaat fue tomada por los rebeldes sirios a finales del 2013, y sólo hizo falta una delación -algo que tantas veces había propiciado él mismo- para que, en enero del 2014, una patrulla se presentara en su puerta. Haji Bakr dejó por una vez los subterfugios sibilinos y, tras tratar de negociar, amenazar y despistar a los milicianos, salió y cargó frontalmente mientras disparaba su Kalashnikov. Murió como los guerreros de las antiguas leyendas, de manera opuesta a como siempre había vivido; peleando desde las sombras.
Los kurdos de las montañas norteñas fueron masacrados sin piedad; sus mujeres vendidas como esclavas en recintos columnados abarrotados de mercaderes de la carne
La muerte del que había sido, sin duda alguna, el cerebro de la instauración del "Estado Islámico" no ralentizó, sin embargo, el empuje arrollador de la banda. El ISIS devoró el Irak suní en apenas unos meses para sorpresa de propios y extraños. Los desmanes del primer ministro iraquí Nouri al-Maliki (un chií notablemente corrupto con turbios lazos con el régimen de los ayatolás iraníes) habían irritado tanto a los suníes que pocos quisieron dar la vida por aquel gobierno que los había dejado abandonados. Las corruptelas del ejército iraquí, que drenaban la munición y los alimentos justo cuando más se necesitaban, hicieron el resto.
Al-Baghdadi declaró un califato desde los escalones de la Gran Mezquita de Al-Nuri en Mosul. Los kurdos de las montañas norteñas fueron masacrados sin piedad; sus mujeres vendidas como esclavas en recintos columnados abarrotados de mercaderes de la carne. Y por si esto fuera poco, el ISIS lanzó a partir de 2014 una campaña de atentados contra Occidente, lo que puso finalmente su nombre en el mapa ante los probos habitantes de Europa y Estados Unidos, que hasta entonces no se habían preocupado en exceso por el asunto.
Tal acumulación de adversarios, no obstante, sólo sirvió para facilitar su propia debacle. Kurdos, sirios, rebeldes, rusos, iraquíes y comandos occidentales lo acosaban desde todos los flancos. Mosul y Raqqa, sus capitales en Irak y Siria, cayeron para 2017, convertidas en amasijos de escombros grisáceos por una tormenta inhumana de artillería. Su último reducto se evaporó en 2019. El propio Al-Bahdadi, rodeado en su escondite por comandos Delta norteamericanos, se inmoló junto a sus hijos antes que caer en manos enemigas. Fue revelador el hecho de que no pocos analistas sugirieran que los propios sirios y rusos habían dejado pasar a los helicópteros americanos para que cumplieran con su misión: el ISIS, a esas alturas, acumulaba demasiados enemigos. Y aquel califato que, como el célebre Reich de los "mil años", buscaba perpetuarse en la Historia, no llegó siquiera a sobrevivir una década. Su aniversario, hoy, no es más que la constatación algo irónica de un funeral acelerado.
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