Opinión

El Cabaret de la Nada

El separatismo amenaza con dar mucho miedo. Recuerdan al cabaret que a finales del XIX tuvo un enorme éxito en Paris: Le Cabaret du Neant

El ser humano es muy curioso. Pagamos por experimentar miedo, lo que dice no poco acerca de nuestra condición. Al saberlo falso, nos confortamos en la angustia que supone sabernos mortales. Ese es el secreto de toda la filmografía de terror, la novela gótica o los pasajes del terror, con antepasados venerables e inofensivos como los cabarets que tuvieron su momento en el París de la Belle Époque, el Cabaret de l’Enfer o al más popular Cabaret du Neant, donde sombríos camareros disfrazados de espectros servían bebidas de dudosa calidad entre esqueletos de atrezo, falsos ataúdes y trucos de magia, no en vano Meliés era uno de sus patrocinadores.

El separatismo, agotados los caminos festivos, las costelladas, las romerías y demás chiquillerías, ha decidido adoptar esa táctica del susto, más propia del tren de la bruja que de un movimiento político serio. Estos últimos días ha hecho llegar a la opinión pública su intención, de cara a la próxima Diada, de “meter miedo, mucho miedo”. Primero fue la separatista estadounidense Liz Castro y después Xavier Vila. Este hombre, que recomendaba a Torra que abriese las cárceles y dejase en libertad a los presos separatistas, se ha despachado a gusto en Vilaweb, panfleto separata que pagamos entre todos a través de sustanciosas subvenciones. Vila pide rodear cárceles, estaciones, aeropuertos y empresas “plegadas a las presiones de la monarquía”. Siendo más de cuatro mil las que se han marchado, no creo que den abasto. En su artículo, redactado como carta abierta, exige a la ANC que, dado que les resulta fácil movilizar a un millón de personas – hace mucho tiempo que se le acabaron las pilas de la calculadora – organice escraches en puntos estratégicos y se dejen de manifestaciones que, y ahí si que da en la diana, ya no impresionan ni a los suyos.

El Cabaret de Neant ha quedado como almacén de guardarropía para amontonar esteladas que ya no se usan, pancartas que van desapareciendo, cajas con camisetas de todos colores, tamaños y lemas

JxCat y Esquerra, detenido el tiovivo de la bravuconada, pactan con esos opresores partidos del 155, pero muchos no aceptan que el tiempo de la astracanada quedó atrás. Al Cabaret de Neant en el que se obstinan en seguir, ya no acuden parroquianos con deseos de vivir experiencias inquietantes. Ha quedado como almacén de guardarropía para amontonar esteladas que ya no se usan, pancartas que van desapareciendo, cajas con camisetas de todos colores, tamaños y lemas. Ahí amontonan polvo las consignas acerca de la inmediatez con que iba a venir su república o las mendacidades de que esto iba de democracia, que era el pueblo que mandaba, que el independentismo iba de abajo arriba, que Europa nos apoyaba, y la ONU, en fin, toda la utilería de una mala obra de teatro. No dudo que algún sector separatista pueda organizar actos violentos, porque ya tenemos algunos, como los escraches al juez Llarena, a Fiscalía, a Ciudadanos, al PP e incluso al propio PSC, por no hablar de los métodos que emplean en la universidad o en esas calles que reclaman como de su exclusiva propiedad.

Lo que sucede es que el miedo, generado en gran escala, comporta una actitud poco extendida entre los separatistas que, al fin y a la postre, son mayoritariamente gente de avanzada edad, ex convergentes burgueses, acomodados, y sin ninguna predisposición al heroísmo, véase a Puigdemont y su maletero. Esta ha sido una “revolución” de los ricos y con esta gente se llega hasta donde se llega y no hay que pedirles más. Pueden indignarse cuando un trabajador sin contrato, mal pagado y acabado de llegar a nuestro país no les entiende cuando exigen un tallat, pueden insultar a políticos amparándose en la masa, pero su valentía se queda en eso, en la rabia de quien se cree superior a los demás.

Si quieren meter miedo, monten un parque temático con atracciones tales como el Dragon Khan de los pactos de Junts per Catalunya

Si quieren meter miedo, monten un parque temático con atracciones tales como el Dragon Khan de los pactos de Junts per Catalunya, la Casa de la Risa de las CUP, que ahora dicen que no pasa nada por repetir mandato y que, de subirse las cuotas, nasti de plasti. O con ese tren de la bruja al que aludíamos hace unas líneas, con Comín dando escobazos desde Waterloo a quienes no se muestran suficientemente heroicos. Nothing Land, podría llamarse. La nada en su más pura y cruda realidad. Además, si las encuestas dicen que volverán a ganar en unas autonómicas, ¿para qué molestarse?

Eso sí que da miedo. Del de verdad.

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