Cuando Frank R. Stockton escribió en 1882 “La Dama o el Tigre” quiso poner en manos del lector la resolución de un dilema moral inquietante. Un reo debe enfrentarse, por capricho de un tiranuelo sádico y feroz, a un problema en el que se juega la vida. Debe elegir entre dos puertas. Si abre una, le espera tras ella una bellísima muchacha con la que desposarse y vivir colmado de riquezas; si elige la otra, un feroz tigre se abalanzará sobre él, devorándolo sin compasión.
El que debía enfrentarse a esta singular y atroz forma de morir era un atrevido doncel que había osado cortejar a la hija del bárbaro tirano, quien le correspondía apasionadamente. Desesperado, una vez en la arena, el condenado miró con ojos suplicantes hacia el estrado donde padre e hija presenciaban el tormento esperando de ella un gesto, una seña, una indicación que le salvase la vida. La princesa, disimuladamente, indicó una de las dos puertas y aquel hombre, preso del delirio de quien se sabe cercano a la muerte, se precipitó a abrirla.
Stockton dejó en manos del lector la conclusión de la historia. ¿Qué hizo la princesa? ¿Ahogar sus bárbaros y primitivos celos, resignándose a ver a su amado en los brazos de otra mujer sabiendo que jamás sería suyo? ¿O, siguiendo su carácter salvaje, indicarle la puerta donde le esperaba la fiera, prefiriéndolo muerto antes que de otra? Cabe decir que el escritor, agobiado por los lectores, escribió otro cuento de corte parecido, prometiendo que si alguien lo resolvía le daría la solución al primero.
Pues bien, ahora parece que en España deberemos elegir entre seguir a la cabra de la Legión o abuchear al presidente del gobierno. Una cabra acerca de la que todo el mundo hace bromas – los primeros, los Caballeros Legionarios – o un presidente que se ha revelado cual tigre capaz de devorar a un país entero si su hambre de poder se lo exige.
Dos puertas, dos posibilidades, dos elecciones: la cabra o el tigre. Bien sabe el escribidor que la simpática mascota de la Legión, que no la única puesto que el Tercio cuenta a lo largo de su dilatada historia en este apartado con jabalíes, carneros, perros e incluso el legendario oso Ursus, capaz de descorchar botellas de cerveza con los dientes, no puede compararse con una bella dama cubierta de joyas. En cambio, decir que Sánchez equivale al tigre no es una comparación exagerada.
Alfonso Guerra ha dicho que cada uno elige lo que más le acomoda, o silbar al presidente o seguir a una cabra. Mucha gente se rasga las vestiduras ante los abucheos al presidente en el pasado desfile del doce de octubre. Si todo esto nos conduce a elegir entre cabra o tigre, me parece que estaremos de acuerdo en que la historia de Stockton se repite de alguna manera. La cabra poco daño ha de infligirnos, más bien al contrario. Es disciplinada, desfila a paso legionario, lo que no es poco decir, luce con garbo su chapiri y, que se sepa, no pacta con herederos de asesinos, separatistas y similares. No es para dedicarle sonetos de amor, es verdad, pero tiene, por lo menos, buen fondo. Del tigre excuso decirles nada, porque el personaje se retrata a sí solo.
Mucha gente se rasga las vestiduras ante los abucheos al presidente en el pasado desfile del doce de octubre
Ahora imaginen que estamos ante las dos fatídicas puertas y hemos de elegir. No tenemos a ninguna princesa que nos haga la menor indicación, no hay nada que nos impida ver la realidad puesto que dichas puertas están abiertas de par en par. O elegimos seguir a la cabra o al tigre. El desfile constitucional, el orden y la igualdad de quienes marchan a la par, la voluntad de caminar todos juntos o el tigre que lo destroza todo sin la menor compasión. Porque, aunque Guerra no lo haya pretendido, la alegoría es esta.
Ahora debemos pensar lo que decidiremos cuando, quizá más pronto que tarde, nos encontremos ante esa arena con dos puertas que suponen las urnas electorales. O la cabra o el tigre.
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