El separatismo tiene como una de sus características más notables el más acendrado infantilismo. Son niños que lloran cuando se notan cagados y exigen que les cambies de pañal, huelas su mierda y, encima, les des las gracias.
Los últimos días van a ser, mucho nos tememos, un funesto presagio respecto a los próximos meses, en los que las campañas electorales van a presidir, queramos o no, nuestras vidas. Son esos periodos en los que la verdad se ausenta por vacaciones – y por vergüenza ajena –, por lo cual los políticos se ven con patente de corso para decir las mayores sinvergüencerías en público. Claro está que en Cataluña nunca ha sido preciso tirar de convocatorias a las urnas para que nuestros padres de la patria ejerciten una mendacidad digna de un coriáceo vendedor de crecepelo a domicilio, pero, en esta ocasión, presintiendo acaso que la obra se está acabando, han empezado a darle gas a lo falaz y, pobres de nosotros, a la criaturada gilipollesca de pato de colegio.
Pongamos algunos ejemplos de ese surtido muestrario de pañales bien cagaditos que nos dejan los separatas y vean como no hay Pablo Iglesias que ose meterse en harina con ellos y cambiarlos. El sábado pasado, en ese Nodo de lazo amarillo y costes onerosos producido por Buenafuente que se llama Preguntes Freqüents, su presentadora llevaba una camiseta en la que, en forma de sopa de letras, podía leerse eso de presos políticos y tal. Oh, cuán grande es la astucia de estos alevines de Walter Cronkite, de estos David Letterman de pa sucat amb oli, que decimos en mi tierra. Como la Junta Electoral ha prohibido a los mujiks de la autonómica decir mentiras, ahora ellos, que son muuuuuy listos y muuuy divertidos, emplean astucias como esa o la de rotular el hashtag prisis politics. Eso es el culmen de una mal digestión del guionista de turno, suponemos, porque más ridículo y más cursi no se puede llegar a ser. Nosotros también podríamos decir que son unos 'gilpistis', unos 'fiscistis' y que todo eso son 'gilipillidis', pero eso ni es ganarse el sueldo ni el respeto de la gente seria.
El colmo de los colmos lo ha protagonizado Jordi Sánchez, que exige celebrar debates electorales en Soto del Real, con asistencia de prensa incluida
No contentos con esas cagaditas, la ex consellera de cultura, la señora Borrás, no quería acudir a un debate organizado por La Vanguardia –ni que fuera la Solidaridad Obrera y moderase Durruti, señora– habida cuenta que iba a celebrarse en castellano. Cagada mayúscula, porque al poco le salieron al paso espetándole que lo que temía era enfrentarse con Cayetana Álvarez de Toledo o Inés Arrimadas y que se viera que, dejando a un lado vestirse con unos trajes horrorosos de guipur amarillo y decir obviedades acerca de la independencia, tenía poca o ninguna idea de cultura, de cifras, de nada de nada. Dice que al final irá, como si nos perdonase la vida. Bueno. Otro pañal al canto.
El colmo de los colmos lo ha protagonizado Jordi Sánchez, que exige celebrar debates electorales en Soto del Real, con asistencia de prensa incluida. La antes citada Cayetana le contestó por carta de manera fulminante, elegantísima y con el mismo calibre que los obuses que disparaba el Gran Berta alemán. No cabe mayor tontería que proponer tales cosas porque ni se puede ni se debe.
Son infantiles por naturaleza, claro, pero también por rasgo caracterial. Cuando uno se cree por encima de todo, todo exige y nada da, si se es un niño, con un buen soplamocos basta y sobra; cuando quienes hacen esas criaturadas y se enrabietan por no ser los únicos con derecho a estar en el columpio todo el rato que quieran, el soplamocos se lo da la ley y un señor togado, léase Marchena. Ah, pero ellos siguen con su llantina y se quejan, y protestan, y los suyos dicen pobrets, son unos mártires, unos héroes, un ejemplo a seguir.
Sinceramente, a estas alturas, cada uno debería acostumbrarse a cambiar sus propios pañales y dejar de dar el coñazo a los demás
Ese es el problema de la Cataluña de hoy, tener a toda una corte de adultos con pañales que se cagan encima y pretenden que los demás estemos encantados de limpiarles sus defecaciones mentales con gesto alegre y complaciente. Es caca de angelito, diría una abuelita simpática, pero nosotros ni somos abuelitas ni creemos que en esta vida la mierda ajena deba ser enjugada con la mano del prójimo. Máxime cuando su olor es tan nauseabundo, tan hediondo, tan vomitivo.
Sinceramente, a estas alturas, cada uno debería acostumbrarse a cambiar sus propios pañales y dejar de dar el coñazo a los demás. Digo yo.
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