Si Zapatero hirió de muerte a la socialdemocracia española, Sánchez e Iceta la han rematado inmisericordemente. Ahora solo cabe darle digna sepultura.
Hasta Felipe González se ha visto en la obligación de recordarle al presidente que no se precisa de ningún relator, alertando a Sánchez de estar entrando en un “juego muy delicado para la democracia”. También hacía lo propio Alfonso Guerra o algunos barones socialistas como Lambán, Fernández Vara o García Page. A buenas horas mangas verdes. Fue cuando Zapatero afirmaba que aprobaría el Estatut que dijeran los catalanes, cuando lo negoció con Artur Mas, sí, el mismo Mas que nos metió en este vertedero nuclear, que los próceres socialistas debían haber dicho basta. No tuvieron agallas porque la sombra de Aznar era alargada y porque creyeron que, con Rajoy en la banqueta de la oposición, podían perpetuarse unos cuantos años más en el poder. El gallego les salió rana, la crisis les dio una soberana hostia en todo el presupuesto, y las urnas los apearon del machito. Así las cosas, precipitándose cuesta abajo y sin frenos por la pendiente de la pérdida de votos, intentaron frenar su deriva estulta, suicida, torpe y gárrula con aquellas primarias en las que el mismo Quim Torra fue a manifestarse ante Ferraz en favor de Sánchez. Qué cosas y que poca memoria tiene la gente.
Era demasiado tarde. Contaminados por el eterno complejo de inferioridad que tiene el socialismo caviar ante la izquierda que se dice radical, aunque luego se vaya a vivir a casoplones en Galapagar, se humillaron ante un Podemos que parecía que iba a comerse el mundo, cuando, al final, lo único que han hecho es comerse los unos a los otros. El PSOE de Sánchez se lanzó sin vergüenza ni decoro a la demagogia barata, a la improvisación, a ver quién tenía la bandera roja más grande. Tuvo el triste y patético honor de llegar al poder con el concurso de todos los que no quieren que este país siga adelante porque lo que pretenden, simplemente, es destruirlo para montar otras cosas. Añadamos que, sin la postura de Ciudadanos, Sánchez no habría llegado donde llegó, y esto también deberá tenerse en cuenta en el futuro cuando de analizar estos días de estupidez y rabieta de niño de papá al que le quitan el móvil se trate.
El votante del PSOE y del PSC, partidos distintos, pero hermanados en lo que a bajeza política se refiere, está palpándose las ropas sin hallarse el cuerpo
El votante del PSOE y del PSC, partidos distintos, pero hermanados en lo que a bajeza política se refiere, está palpándose las ropas sin hallarse el cuerpo. No entiende de relatores ni de tanto ministro con sociedades para defraudar al fisco, así como tampoco comprende que Sánchez se pase la vida en el extranjero mientras aquí está cayendo la mundial. Ese votante, que, por aguantar, ha aguantado a Narcís Serra, a Filesa, al nacionalismo disfrazado de modernidad de Maragall, a la corrupción andaluza, está exhausto y a punto de expirar. Es demasiado para esas personas que, en realidad, pretenden lo mismo que sus homónimos que votan PP, es decir, a la derecha. Quieren vivir razonablemente bien, pagar unos impuestos justos, disponer de servicios públicos de calidad y sentirse seguros en su patria, sin temores ni incertidumbres. Bien visto, el votante de la izquierda y el de la derecha es igual, gente normal que desea vivir en un país normal y que solo se diferencian en el color del sombrero que los mundialistas han dicho que deben colocarse.
Iceta es mucho más responsable de lo que pasa que Iglesias, sin embargo, por dos cuestiones. La primera, es infinitamente más inteligente que Sánchez. Tampoco es demasiado difícil, pero créanme cuando les digo que es muy inteligente. Añadan a esa otra responsabilidad, y es que vive en Cataluña y no puede alegar desconocimiento alguno. Pero su facundia, su cinismo político, su compleja y difícil personalidad lo han hecho aconsejar a su querido Pedro un sinfín de despropósitos que el otro, perfectamente estulto, ha comprado. Ese partido de cuadros que ambos tienen en mente, herencia de aquellos tecnócratas de la chapuza que representa a día de hoy Tezanos, está castrado para interpretar a la calle, a la gente. Ya no es que no quieran enterarse, es que, aunque quisieran, no sabrían.
Están muertos políticamente, por más árnica que les suministre el CIS, árnica inútil porque a un cadáver lo que hay que hacer es suministrarle formol para embalsamarlo, si así se quiere, y poco más. Sería buena cosa hacerlo, para que desfilara ante el cadáver del PSOE la gente y meditase acerca del riesgo que supone entregar un partido a oficinistas gandules, a mediocres, a trepas, a aprendices de estrella de Hollywood, a chulitos de autos de choque o a resentidos de barrio.
Que alguien certificase la muerte del socialismo español sería buena cosa, casi una obra de caridad
Que alguien certificase la muerte del socialismo español sería buena cosa, casi una obra de caridad. Que lo entierren con todos los honores y le pongan una lápida en la que, por ejemplo, pueda leerse “Aquí yace el PSOE. Murió por culpa de un bailarín, un doctor falso y un relator. Triste manera de morir”.
El entierro será, no lo duden, en las próximas municipales y europeas. ¿Y el heredero? Como pasó en Francia con el PSF, si allí fue el Front Nationale, aquí será Vox. E Iceta ya no bailará porque la música será otra muy distinta. En política pasa como con la música: o sabes solfeo, armonía, contrapunto y composición a la hora de escribir la partitura o acaban escribiéndotela otros y, a la que te descuidas, te encuentras bailando al son que te dictan. Y los cadáveres políticos no bailan. Si acaso, se agitan en sus tumbas.
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