Opinión

‘La calle es mía’: de Fraga al movimiento LGTBI

Resulta que ahora son algunos gais -y fascistas-, y nacionalistas -y también fascistas-, los que dictan quien puede estar y quien no en la calle

En 1976 era Manuel Fraga Iribarne, ministro de Gobernación de un gobierno presidido por Arias Navarro. A Fraga no les gustaban las manifestaciones sindicales y en una de sus destempladas reacciones acuñó ese contradiós de que la calle era suya. Por cierto, buscando algo de documentación sobre el asunto que les traigo he dado con una fotografía en la que están sentados en sus escaños el autor de la frase, Ruiz-Gallardón padre, Modesto Fraile y… Jorge Verstrynge. Tempus fugit, pensé de inmediato. El único que queda vivo pero fuera del marco de esa fotografía es el hoy íntimo amigo de Pablo Iglesias.

De 1976 a 2019 van 43 años, y sin embargo pareciera que no hemos aprendido nada. O que Fraga sigue entre nosotros sin necesidad de que sea ministro. Basta con ser un atrabiliario miembro del movimiento LGTBI o un desenfocado participante de la manifestación del Orgullo para situarte en el mismo sitio en el que se colocó el ministro de la porra a las ordenes de Arias Navarro, para más señas conocido, éste último, como el Carnicerito de Málaga.

Y hasta puede que no sea igual, que sea aún peor. Una de las consecuencias de la mala digestión que hicimos con nuestra Transición es haber invertido los valores de la democracia y atribuirlos a movimientos que o bien fueron represaliados por Franco, o se enfrentaron a él. Muy tarde hemos descubierto que eso no te da el marchamo de demócrata. Ahora son algunos gais -y fascistas-, y nacionalistas -y también fascistas-, los que dictan quien puede estar y quien no en la calle. Los que así actúan, los que dicen que la calle es de ellos y no de todos, los que permiten que unos hablen y otros no, actúan como fascistas.

Ciudadanos, un partido instalado últimamente en el error, ha dado señales inequívocas de defender el derecho de los españoles de estar allí donde nos pete

Ahora que a tantas cosas llaman fascista, puede que esta sea la más genuina: toda la violencia concentrada en unos segundos en los que no cabe un poco de razón, solo la rabia y el insulto. Y a esto hay que decir basta. Por eso es tan meritorio lo que hizo el sábado la delegación de Ciudadanos en la manifestación. Aguantaron hasta que la Policía les dijo que las cosas podrían terminar mal. Se fueron a sus casas hartos de insultos, escupitajos y botellazos que les lanzaron desde la masa orgullosa de su condición de masa amorfa y reivindicativa. Viva la tolerancia, pero la que yo aplico, claro.

Ciudadanos, un partido instalado últimamente en el error y el trasnochado número circense del trapecio, ha dado señales inequívocas de defender la democracia y el derecho de los españoles de estar allí donde nos pete. Yo se lo reconozco con verdadera admiración. Claro, eso cuesta lo que hemos visto en Rentería y Alsasua, o en Madrid durante San Isidro, donde escracharon a la embarazada Villacís, y en otras plazas en las que decir España es ganarte al instante una pedrada cuando no un gargajo.

Por eso es tan importante la forma en que el domingo aguantó el tipo el alcalde de Pamplona. Enrique Maya soportó empujones, provocaciones e insultos, como hijo de puta y fascista. ¡Gritaban fascista los que empujaban e insultaban! Los que decían que la calle es suya, los mismos que desprecian que Maya, un hombre de derechas, sea el alcalde. El mundo al revés y tan cerca de aquella España de hace 46 años.

La calle no era de Fraga, pero costó mucho hacérselo entender. Ahora la calle es de la izquierda y de sus compañeros de viaje en tantos sitios, los nacionalistas vascos y catalanes. Y miren, en este sentido no me da la gana distinguir entre nacionalistas moderados y radicales. No tiene ningún sentido que sigamos engañándonos. Son como la fábula de la rana y el escorpión. Esta que estamos viendo es su propia naturaleza y condición. Cuando no vencen en las urnas toman la calle. Hay que ver la que le han montado a Almeida con el Madrid Central. Como si fuera un Prestige o algo parecido, y encima The New York Times ocupándose del asunto.

No, no es la contaminación, ni el tráfico. No es que el alcalde de Pamplona sea de derechas, no es que Ciudadanos sea un partido homófobo porque resulta que es más abierto que los llamados progresistas en este asunto, es simplemente que no son capaces de aceptar que a los que quieren echar de la calle han llegado democráticamente. Es lo que tienen las urnas, que se cuentan los votos y a veces hay más de los otros que de los tuyos. ¿Recuerdan como Pablo Iglesias decretó la alerta antifascita tras ganar el centro-derecha las elecciones andaluzas? No poder aceptar esta situación explica todo lo que está pasando. Y tiene un nombre: fascismo. Y de libro.

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