Tuvo que desplegar Iván Redondo un amplio abanico de espejuelos para borrar el rastro pestilente que dejan los indultos. Recurrió a todos los engaños posibles: fuera mascarillas, bajada de la luz, fútbol en los estadios... Todo en vano. Esa escaramuza resultó fallida por grosera. La función debe continuar. Ahora llega la degollina.
Chaves y Griñán, según cuenta la leyenda, recuperaron enorme presencia en la báscula luego de remitir a Madrid a dos de sus dolores de cabeza más terribles: Carmen Calvo y María Jesús Montero, consejeras de la Junta y acogidas luego en los gobiernos respectivos de Zapatero y Sánchez por la cuota andaluza. Calvo escaló hasta lo más alto, vicepresidenta del Gobierno, ministra de Presidencia, de las Cortes y hasta de la Memoria. Montero, 'Marisú' en casa, es titular de Hacienda y portavoz del Gobierno. Una sigue, la otra parece que no.
El empalagoso 'reencuentro'
Con la crueldad de un sádico de hielo, Pedro Sánchez está a punto de ejecutar una importante crisis ministerial. Debutó con aquel 'gobierno bonito', con Huerta, Duque y hasta Marlaska. Nombres con charme y tirón que han acabado en el pozo del descrédito. Luego advino el 'gobierno feíto', con la incorporación de Podemos, el único Ejecutivo de Europa con comunistas en su seno. Llegará ahora el 'gobierno de los mimos', el del 'reencuentro' con Cataluña, como si se hubieran perdido. Los únicos extraviados cumplían condena hasta que Sánchez perpetró el indulto. Ahora se dispone a organizar un Consejo de Ministros a su medida.
Disfruta Sánchez con estas ejecuciones ejemplares, le enardece escupir sobre cuanto suene a clemencia, se frota las manos ante estos episodios en los que aplica tormento incluso a sus más cercanos
Como primera providencia, Carmen Calvo será defenestrada tras una despiadada liturgia. Sánchez le permitió seguir adelante con su ley feminista anti-trans y, cuando ya se creía victoriosa, el neroncete de la Moncloa orientó su pulgar hacia abajo y entregó la cabeza de su vicepresidenta a Irene Montero, que se daba ya despejada. Disfruta Sánchez con estas ejecuciones ejemplares, le enardece escupir sobre cuanto suene a clemencia, se frota las manos ante estos episodios en los que aplica tormento incluso a los más cercanos. "¿Eso de clemencia qué es? ¿Una enfermedad de los perros?", decía Stalin.
Será una purga implacable y de gran alcance, aseguran los escrutadores de los sótanos monclovitas. Van a caer a puñados, una crisis 'de calado', algo más que un lavado de cara o un cambio de escaparate. Calvo tenía que salir. Laboriosa y tenaz, de una verborrea insípida y ofuscada, corajuda, irascible, dotada de una tendencia irrefrenable a decir gansadas, la vicepresidenta se entregó a la causa sanchista con la pasión de una novicia obnubilada. Los huesos del Valle, la memoria, el fascismo... la mitad de su gestión ha deambulado entre la República y las cunetas, entre Franco y el rencor. Ha nutrido de munición a todas las desaforadas batallas ideológicas del Gobierno y las ha impulsado más allá de lo razonable en un entorno democrático. Henchida de orgullo, no midió bien sus fuerzas, ni percibió la de sus rivales y, el colmo de la ingenuidad, confió en las palabras de Sánchez. Iglesias e Iván Redondo la abrasaron y ahora, cada uno desde su rincón, festejarán su caída.
Es independentista de la rama del federalismo asimétrico, aquel delirio de Maragall. Y está conjurado para investir a Sánchez con la corona de laureles del gran pacificador de Cataluña
Ya no la necesita. Más bien, le estorba. Es un obstáculo en la nueva etapa de pactismo con los secesionistas. Se entendía lo justo con Aragonès, hipócrita y falsario como todo líder de ERC, pero no daba con la partitura que exigen los secesionistas. Demasiada sangre española en ese empeño. Miquel Iceta es la persona. Para eso lo trajo Sánchez en ese gambito a la catalana de la tercera ola. Illa para allí y el líder del PSC para acá. La primera parte no ha ido bien. El ex de Sanidad ganó las elecciones para nada.
Al actual ministro de Administraciones un gran activo le adorna: es el más ciego servidor del jefe de cuantos pululan por el corral socialista. Nadie se arrodilla ni obedece como él. Nadie dora la píldora con tanto fervor ni dedica elogios con tanta admiración. Predica desde hace tiempo la autodeterminación (lo llamaban 'derecho a decidir'), y el referéndum ('derecho a votar'). Es independentista de la familia del federalismo asimétrico, aquel delirio de Maragall. Y está conjurado para investir a Sánchez con la corona de laureles del gran pacificador de Cataluña. Zapatero dirige el operativo que, si nadie le pone remedio, culminará en un destrozo del edificio de nuestro ordenamiento Constitucional, los cimientos de nustro Estado de derecho y nuestra convivencia.
Otro juguete roto de Sánchez. Calvo, claro.