"Una de cada tres personas en el mundo vive en la pobreza. Estamos decididos a cambiar esta situación”. Esa es la declaración de intenciones que preside la cabecera de la página institucional en Internet de la oenegé Oxfam Intermón, en estos días muy visitada –en España han recibido 1.200 peticiones de baja de socios–, tras conocerse que algunos de sus trabajadores pagaron por mantener relaciones sexuales con chicas que ejercían la prostitución tras sobrevivir al devastador terremoto en Haití del año 2010. A ésa se suman otras denuncias vinculadas con los integrantes de la oenegé, entre ellos el presidente de su patronato en Guatemala, señalado por corrupción. Más que una polaroid, la de esta semana es una foto de grupo. Un retrato moral de conjunto de gente que se cae a pedazos.
A juzgar por sus acciones, los integrantes de Oxfam Intermón parecieron entender que toda ayuda encierra un impuesto… de pernada
Hace ocho años, el país más pobre del continente americano fue devastado por un movimiento sísmico de 7,3 en la escala de Richter. La isla quedó sembrada de cadáveres de punta a punta: más de 300.000 víctimas mortales. Los que ya eran pobres, se volvieron miserables. Los que nada tenían, consiguieron todavía menos. Morirse dos veces, del miedo y del hambre. Ese fue el panorama al que llegaron los cooperantes de Oxfam Intermón, quienes, a juzgar por sus acciones, parecieron entender que toda ayuda encierra un impuesto… de pernada. El de esta organización no fue el único caso de este tipo. Ocurrió también en 2004 con los cascos azules de la ONU que se instalaron en la isla. Formaban parte de una misión para contribuir a la estabilización de Haití tras la revuelta militar contra el presidente Jean-Bertrand Aristide. Hasta 2007, durante tres años, los cascos azules cometieron decenas de abusos: desde violaciones hasta conseguir sexo a cambio de una galleta y a veces incluso por menos.
Pasó algo de tiempo, pero el asunto finalmente salió a la luz. Ambas organizaciones fueron señaladas y denunciadas. La semana pasada el diario The Times dio a a conocer las conclusiones de un informe interno de Oxfam Intermón que revelaba que ciertos trabajadores, incluido el director de la ONG en Haití, Roland Van Hauwermeiren, habían contratado prostitutas -algunas probablemente menores- con fondos de la organización. Tras las revelaciones de aquel diario, Oxfam admitió que el comportamiento de su personal había sido "inaceptable". El asunto da aún más qué pensar cuando hemos conocido que los máximos representantes de la organización reconocieron que Van Hauwermeiren ya había sido señalado por conductas de este tipo en el pasado.
También en Haití, una menor declaró que, de los 12 a los 15, tuvo sexo con casi 50 cascos azules, entre ellos un comandante que le dio 75 centavos
El segundo caso, perpetrado por enviados de un organismo multilateral - los cascos azules-, salió a la luz en una investigación de The Associated Press sobre las misiones de la ONU. El equipo de periodistas descubrió casi 2.000 denuncias contra los cascos azules por abuso y explotación sexual. Las peores de todas ellas en Haití. Decenas de mujeres dijeron haber sido violadas. Otras, que habían recurrido al "sexo de supervivencia". Una menor, identificada en el documento como V01, Víctima Número 1, dijo a investigadores de la ONU que en los siguientes tres años, de los 12 a los 15, tuvo sexo con casi 50 cascos azules, entre ellos un comandante que le dio 75 centavos. En un país donde la mayoría de sus habitantes vive con menos de 2.50 dólares al día, aquello representaba el 30% de los eximios ingresos del día.
Contratar prostitutas por menos de un dólar o acostarse con menores a cambio de una chocolatina es una forma de violencia, abuso de poder y humillación. Supone comprar a la baja la desesperación de otros. Se parece más a frotarse contra un puñado de cadáveres -o acaso robarles los zapatos, o los dientes- que a sacarlos del infierno. Cuando alguien nace y crece en la miseria, difícilmente entiende el mundo fuera de las transacciones a las que debe recurrir para sobrevivir en el suyo propio, de ahí la larga cadena que convierte a los que viven en la pobreza de víctimas en victimarios. No tener nada, condiciona. La permanente rueda del Oliver Twist de Dickens: intentar huir de una vida miserable y acabar mucho peor de lo que se es. Acaso por eso resulta lesiva la actitud de quienes, diciendo que van a salvar el mundo, en realidad hacen la compra en el mercadillo de la depauperación. No van a cambiar la pobreza de nadie, van a sacarle provecho.
Contratar prostitutas por menos de un dólar o acostarse con menores por una galleta es una forma de violencia. Supone comprar a la baja la desesperación de otros
En el mundo existen cerca de diez millones de oenegés. Intermon Oxfam no aparece entre las diez primeras de la más reciente entrega de la revista The Global Journal. Sin embargo, su trayectoria es amplia. Engloba a un total de 17 organizaciones que trabajan conjuntamente en 41 países y emplea a más de 5.000 personas en todo el mundo. A pesar de que cada una es independiente, todas trabajan con un mismo fin: erradicar la pobreza. La aparición de este informe publicado induce a pensar que lo que derivó en orgias pagadas con dinero destinado a fines humanitarios, debía de ser bastante más visible para unos cuantos. Ya en 2016, Oxfam despidió a 22 trabajadores de su plantilla por acusaciones de abusos sexuales. Al año siguiente las denuncias por el mismo motivo llegó a acumular 87 casos, es decir, 36% más que el año anterior.
A los pocos días de saberse lo ocurrido en Haití con Oxfam Intermón, el reportero español Antonio Pampliega compartió en sus redes sociales la fotografía de un cartel de la ONU en la terminal aérea de Goma, en el Congo. Es un póster de papel satinado, en el que puede leerse la condena que hace al ONU de cualquier práctica de explotación y abusos sexuales cometida por su personal humanitario. A la imagen la acompaña un comentario del periodista: "Lo que ha ocurrido en Haití no es un caso aislado. Los que llevamos cubriendo zonas de conflicto desde hace años hemos sido testigos de hechos similares por parte de oenegés y de Naciones Unidas. Son pocos, sí. Pero existen". Horrorizados como se horrorizan los que descubren de sopetón que la gente se revienta la cabeza a machetazos, los seguidores de Pampliega se apresuraron a preguntar al periodista por qué ningún reportero había denunciado los casos que conocía. "Porque si denuncias, después la ONU no te invita a los viajes… Somos tan cómplices como ellos", respondió. La hipocresía es casi siempre simétrica. Se reparte a ambos lados de esta fotografía de grupo, esa línea que separa a los retratados de los que miran. Menos mal, claro, que siempre se puede salir a cambiar la vida de las personas… a peor.
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