Opinión

El retorcido camino del ‘Gobierno del insomnio’

¿Y si hay plan B? ¿Y si lo que en realidad busca el líder del PSOE es legitimarse para forzar la ‘abstención patriótica’ de Pablo Casado? ¿Ciencia ficción? Con Sánchez, mejor no apostar

Jugada maestra. El PSOE pierde 760.000 votos y 31 senadores y Pedro Sánchez cierra un pacto de gobierno en 48 horas. El fracaso relativo se torna éxito completo. Brillante. El proceso mental que llevó al líder socialista a renegar de las convicciones que defendía hace tan solo unos días es fácilmente deducible: Iglesias está peor y necesita una salida urgente, así que tragará; el PP ha mejorado, pero sigue convaleciente; Ciudadanos ha pasado a mejor vida; y lo mejor: la verdadera oposición, a quien voy a tener enfrente, se llama Vox. Abascal nos va a dar grandes tardes de gloria ayudando a la reagrupación, en torno al Gobierno, de todas las fuerzas de izquierda. Fin de la cita.

Dicho y hecho. ¿Por qué en todo caso tantas prisas? Sánchez tenía dos temores: que fuera tomando cuerpo la idea de un pacto de Estado que colocara a Pablo Casado a su misma altura y en el que, en estas excepcionales circunstancias, se sintiera representada la mayoría del país; y que los González, Guerra, Ibarra y compañía tiraran los pies por alto y salieran en tromba apoyando el compromiso temporal con el PP poniendo de manifiesto que un PSOE con solo 120 escaños debería buscar el apoyo de otras fuerzas constitucionalistas para liberar a España del avispero en el que lleva demasiado tiempo atrapada.

Sánchez le puso encima de la mesa a Pablo Iglesias un documento que hace unos meses el líder de Podemos habría considerado una ofensa. No por su contenido, sino precisamente por su falta de contenido. Iglesias ha firmado un papel en blanco que muy bien podría haber suscrito también su tocayo Casado. Pero todo se andará. Como siempre, la letra pequeña, por decir algo, es lo importante. Reparto nítido de carteras y de presupuesto. “El señor Iglesias no puede pretender un gobierno paralelo a su servicio” (Adriana Lastra, julio de 2019). Bla, bla, bla. Discretos y no tan discretos movimientos para incorporar a Esquerra. De nuevo el tripartito: apoyo en Madrid a cambio de aupar a Pere Aragonès al Palau de la Generalitat.

Sánchez temía dos cosas: que fuera tomando cuerpo la idea de un pacto de Estado y que los González, Guerra, Ibarra tiraran los pies por alto, de ahí la rapidez del acuerdo

Pablo Iglesias pasa de 71 a 35 diputados en tres años. Era cuestión de tiempo que se pusiera precio a su cabeza. Con este movimiento no solo se blinda con una vicepresidencia y un puñado de ministerios; además ocupa el espacio que estaba destinado a Íñigo Errejón. Un dos por uno de libro que bien merece un abrazo y las llaves del apartamento de invitados en el Palacio de La Moncloa.

Torra y el botón nuclear

Hay, sin embargo, un problema. La pieza que falta para completar el rompecabezas. El obstáculo que ni siquiera el asombroso contorsionismo de Sánchez e Iglesias puede por sí solo superar: la postura final de Esquerra Republicana de Cataluña, a día de hoy, no está garantizada. La abstención de los de Oriol Junqueras no es tan sencilla. Cualquier movimiento lateral de ERC, negociado con el PSC de Miquel Iceta, será presentado por Torra y Puigdemont como un paso atrás. El expresident y su edecán siguen redoblando la apuesta (“Torra defiende los cortes de las autopistas”) para encarecer las cesiones de Esquerra, que incluyen como contrapartida el apoyo socialista para hacerse cuanto antes con el control del Govern.

El temor plenamente justificado de Junqueras es que Torra apriete el botón nuclear de las elecciones anticipadas en el peor momento, cuando ERC firme un acuerdo con Sánchez que no incluya, porque no es posible y lo saben, el compromiso de negociar la celebración de un referéndum. Y es ahí donde se cuenta con Bildu. Arnaldo Otegi va a trasladar a Puigdemont que hay que tener paciencia, que lo importante es que en Madrid no haya un Gobierno homogéneo que refuerce el papel del Estado; que sólo con un Estado debilitado la independencia será algún día posible. Otegi tiene tarea, pero se ha puesto a ello con la satisfacción añadida de arrastrar en su misión destructiva al PNV, ese partido de coherentes y respetables hombres y mujeres de derecha de toda la vida que se disponen a apoyar a un Gobierno de izquierda populista.

Junqueras no tiene tan fácil la abstención: teme que Torra apriete el botón nuclear de las elecciones anticipadas si ERC traga sin el compromiso previo de un referéndum

En esas manos está a punto de ponerse Pedro Sánchez, aunque no faltan quienes opinan que aún no se ha escrito la última línea de este penúltimo capítulo del serial. El presidente en funciones ha podido constatar en estos años que se puede engañar a mucha gente varias veces, pero también sabe que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. No va a ser Junqueras el que, en este contexto, se deje fácilmente embaucar. Al líder de Esquerra no le sirven unas líneas escritas en el agua como las que ha firmado Iglesias. Ni tampoco un compromiso que no choque frontalmente con el espíritu o la letra de la Constitución (o con ambas cosas a un tiempo).

Así que Casado, Pablo, no se despiste usted. Sánchez tiene plan B; y probablemente C y D, como poco. Si no consigue formar el “Gobierno del insomnio”, no habrá sido porque no lo haya intentado. De otros habrá sido la culpa. Como siempre. Y será entonces cuando todos los ojos, los de Bruselas, la mayoría de las cancillerías europeas, el Ibex 35, alcaldes y presidentes de comunidades autónomas, muchos compañeros de partido y probablemente millones de ciudadanos, se vuelvan hacia Génova 13. ¿Política ficción? Puede que sí; o puede que ese sea desde el principio el verdadero plan. Yo empezaría a escribir un borrador de declaración patriótica. Con Sánchez, nunca se sabe.

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