Fue Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío, fallecido en 2017 en Leeds, en cuya universidad enseñó durante años, quien acuñó el concepto de “modernidad líquida” (también el de “sociedad líquida” o “amor líquido”), para definir el estado actual de un mundo en el que las firmes realidades de nuestros abuelos -un empleo para toda la vida, un matrimonio para siempre-, se han desvanecido, porque todo en nuestros días es precario, provisional, imprevisible y, con frecuencia, agotador. Todo cambiante, gaseoso, inaprensible hasta la esquizofrenia, sin la menor garantía de estabilidad en nuestro mundo de fidelidades compradas y valores en almoneda. Nada sólido, nada firme a lo que aferrarse. Y todo sucede a la velocidad del relámpago. El escándalo de hoy viene a tapar el pasmo de ayer, en la certeza de que mañana una nueva inesperada tormenta volcará sobre nuestros sentidos el golpe de lo imprevisto e inaudito. La era de lo discontinuo.
La bronca provocada por la decisión de Pedro Sánchez de declarar el estado de alarma en Madrid ha tapado el shock causado por la petición del juez García Castellón al Supremo para que investigue como imputado, suplicatorio mediante, al vicepresidente y líder de Podemos, Pablo Iglesias, por denuncia falsa, revelación de secretos “con agravante de género” y daños informáticos cometidos en el caso Dina. Ha tapado también el apoteósico revolcón que el TSJM infligió el jueves al Gobierno de coalición al anular las medidas de confinamiento ordenadas sobre Madrid por el ministro Illa. Pero lo que de verdad ha eclipsado ha sido el episodio a mi juicio más revelador de la deriva de nuestra democracia hacia la dársena del Estado autoritario en que nos hallamos desde la moción de censura de mayo de 2018, un camino que pasa por acabar con la división de poderes mediante la toma de control de la Justicia: las declaraciones de Iglesias a la emisora de radio RAC1, o el destape integral de las aspiraciones de este bolchevique bolivariano convertido de facto en faro ideológico del presidente.
Vino a decir Iglesias en Barcelona que todos los jueces españoles son de derechas y/o están confabulados con la derecha para acabar con el Gobierno social comunista. Si me dan la razón, son buenos jueces. Si me la quitan, son jueces fachas. El comunismo como sociedad más allá de la justicia de Rawls, o su concepción como poder subordinado al Ejecutivo y al servicio de sus ambiciones falsamente igualitarias. Un “caretas fuera” para quienes piensan que lo que está ocurriendo en España no es para tanto, y una puesta en evidencia del empeño de la copresidencia Sánchez-Iglesias por tomar al asalto el poder judicial y acabar con los últimos focos de resistencia en la judicatura. Porque controlada la justicia, con los medios de comunicación a su servicio, y con el mando de las fuerzas y cuerpos de seguridad, amén del CNI, en buenas manos, el ejercicio “democrático” de acudir cada cuatro años a las urnas debería ser lo más parecido a un paseo, incluso militar. Ganar sin bajar del autobús, y años por delante para volver del revés a la sociedad española y su estructura de Estado. Con la desenvoltura propia de todo comunista acostumbrado a comenzar la “revolución” por su bolsillo, Iglesias no se corta un pelo: “La derecha no volverá a ocupar el poder en este país en mucho tiempo”.
¿Todo está perdido? Desde luego que no. En una semana tan convulsa, tan agraz, como esta, dos instancias judiciales han enviado a los españoles de bien, de derechas y de izquierdas, sendos mensajes de esperanza, al decirles que de entre los rescoldos de unas instituciones hendidas por el rayo han brotado, como en el olmo viejo del verso machadiano, con las lluvias de abril y el sol de mayo, las hojas verdes de que no todo está perdido, aún hay jueces en Berlín que dijo el molinero prusiano a Federico el Grande, todavía hay gente dispuesta a resistir la vomitona totalitaria de estos comunistas de nuevo cuño dispuestos a acabar con el régimen del 78 y su piedra angular, la Constitución: García Castellón o el valor de un juez que tiene al PP contra las cuerdas en algunos casos de notoria actualidad y del que muchos pensaban, lo creía Podemos y lo creían muchos en el mundo judicial, que no se iba a atrever con el gañán, y que ha tenido los santos redaños de enviar al TS la patata caliente de un farsante con mucho poder acusado de hasta cuatro graves delitos. García Castellón, por un lado, y un TSJM, por otro, que ha cumplido con su deber al tumbar las restricciones de movilidad impuestas por el Gobierno a la Comunidad de Madrid por cuanto “constituyen una injerencia de los poderes públicos en los derechos fundamentales de los ciudadanos sin habilitación legal que la ampare”.
Lola Delgado es nuestro Vyshinski
A la afrenta respondió Sánchez el viernes con la declaración del estado de alarma para Madrid. Por mis cojones. De nuevo a primer plano la necesidad que este aventurero tiene de asaltar la fortaleza judicial de una vez por todas para, a la manera de todo autócrata que se precie, llevar adelante sus planes pasando por encima de los derechos y libertades de la mayoría. Para eso colocó al frente de la Fiscalía General del Estado a una exministra amiga del hampa policial y novia de un antiguo juez -ahora convertido en millonario (“más que a Jasón te agrada el Vellocino”)- expulsado de la carrera por prevaricador. Lola Delgado es nuestro Andréi Vyshinski. Por eso prepara una “operación rescate” de los grandes grupos de comunicación en quiebra con la pedrea de los fondos europeos y el argumento de que se trata de ayudarles a afrontar la “reconversión digital” más de 20 años después de la llegada de internet. Y por eso espera, la parte del león de esos fondos, comprar la silente aquiescencia de unas elites industriales y bancarias (¿son conscientes nuestros ricos de los riesgos que corren en esta aventura? ¿Ha realizado Ana Botín algún tipo de análisis de riesgos de lo que podría significar para su banco la permanencia de un Gobierno social comunista durante 15 o 20 años en España?) que no tienen empacho en adornar cual bellos jarrones chinos las performances propagandísticas del sujeto.
El dilema de España no es “Monarquía o República” como quiere hacernos creer la izquierda gregaria del nacionalismo, sino “Constitución o Caos”
Ni siquiera necesitarían acabar con el Rey, derribar la Monarquía, porque aislado y cortocircuitado, anulado, la continuidad de Felipe VI en Zarzuela podría servirles incluso de coartada. Son cada día más los ciudadanos alarmados por la deriva hacia la autocracia de este Gobierno, cada día más los convencidos de que la democracia está en peligro y de que, si no hacemos algo, terminaremos en el camino de servidumbre –título de la famosa obra que Hayek dedicó “a los socialistas de todos los partidos”- tantas veces recorrido por los españoles a lo largo de la historia. Pero también son muchos los convencidos, tanto en la derecha como en la izquierda, de que este es un discurso alarmista, porque la sangre no llegará al rio, no se atreverán y, en el peor de los casos, no podrán salirse con la suya. Y es verdad que para consolidar sus ansias de poder Pedro necesitaría algo más que una extraña conjunción astral, dada la debilidad de su posición parlamentaria, la carestía de sus apoyos y la escasez del talento que le rodea, brillante únicamente a la hora de tapar el tumulto de ayer con el escándalo de hoy y de mentir, mentir por sistema y engañar siempre. Parece lógico pensar que un Gobierno obligado a tan peligrosa vida en el alambre, tan vertiginosa esquiva de baches, no podrá evitar meter el pie en algún socavón del que no podrá salir ni con la ayuda de esa torpe derecha como ausente, ni con la sexta flota de asesores que rodea a Iván Redondo. Simplemente por aquella frase de Lincoln según la cual “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
La posición, sin embargo, de quienes piensan que todo es una exageración carente de sentido y que nuestro Putin es un demócrata ejemplar, casi tanto como su socio comunista, cae en el pecado de tantas gentes que pensaron que lo ocurrido en la extinta URSS, lo de Cuba, lo de Venezuela, jamás podría ocurrir en su país, jamás podrá ocurrir en el nuestro, porque los españoles somos de otra pasta y además estamos en la UE, pero en ese pecado llevaremos la penitencia. No hay desgracia que no acabe llamando a la puerta allí donde los demócratas no han sido capaces de movilizarse en defensa de sus libertades. Al cumplirse el tercer aniversario de la manifestación cívica que el 8 de octubre de 2017 inundó las calles de Barcelona en defensa de la Constitución, Cayetana Álvarez de Toledo se lamentaba en esRadio de que el espíritu de aquella movilización no se hubiera concretado en un proyecto político. Es hora de activarse. Sobre las ruinas de este Madrid triste, casi muerto; desde las entrañas de una España que parece haber perdido toda esperanza, los millones de ciudadanos dispuestos a parar la deriva autoritaria de este Gobierno y construir un futuro en paz y libertad, una democracia de calidad en la que todos podamos vivir y progresar, deben unir sus manos y levantarlas con fuerza. Gentes de todos los colores y de todas las ideologías, resueltos a impedir que España se convierta en un Estado fallido, empeño para el que necesariamente hay que rescatar al votante socialista moderado, a esa clase media que vota socialista y que tan relevante papel jugó en la transición. Porque, como hoy se encargará de recordarnos “Libres e Iguales” en su manifiesto, el dilema de España no es “Monarquía o República” como quiere hacernos creer la izquierda gregaria del nacionalismo, sino “Constitución o Caos”.
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