La sensación general era que la campaña electoral empezaba verdaderamente con el debate televisivo. Incluso para los socialistas. Y así ha sido. No solo por la cantidad de indecisos, sino porque el Gobierno no quería más campaña que la suya, la que hacía desde el Consejo de Ministros con los “viernes sociales” y las entrevistas justas y pactadas. No en vano el Gobierno intentó boicotear el encuentro cuando la Junta Electoral desbarató la escenificación de su estrategia al prohibir la presencia de Vox.
Dos cuestiones estaban en el aire antes del encuentro, y que la ausencia de un debate cara a cara, de Sánchez y Casado, que son quienes pueden liderar un gobierno, nos ha hurtado. Una era qué proyecto de futuro tiene cada uno para el país, y otra, qué van a hacer con la economía. Es decir; saber si el Título VIII, la ordenación territorial, va a girar una vez más hacia los intereses de los independentistas, o no; y si vamos a sufrir una voracidad impositiva insaciable, o una revolución fiscal que nos rebaje los impuestos.
Batalla a cuatro
Al final ha sido una batalla a cuatro, muy acelerada, en un auténtico bombardeo de datos y eslóganes, desordenado y farragoso, de ataques y defensas, con frases atropelladas y muestra de carteles, de intercambio de noticias acusatorias, que ha hecho que el debate haya sido prácticamente ininteligible, salvo muy pocas cosas.
Sánchez, nervioso y desafiante desde el principio, centró sus ataques en el PP, mientras que nada dijo sobre Ciudadanos, al que debe tener en el recámara como socio de gobierno tras el 28-A, ni a Podemos, al que agradeció su labor durante estos diez meses. Está claro que Sánchez está dispuesto a explorar cualquier tipo de solución para mantenerse en La Moncloa. En lo demás, Sánchez estuvo mal: demasiados conceptos y eslóganes sin contenido.
Iglesias volvió a su discurso de denuncia de la “emergencia social”, mucho más tranquilo que el resto de candidatos, consciente de que ha dejado de ser motivo de alarma. Esta “carencia” la aprovecha ahora para reclamar su programa social apoyándose en la Constitución. Si alguien tenía que ganar el voto indeciso de la izquierda ha sido Iglesias.
Rivera prefirió adoptar un tono agresivo, repartiendo al PSOE y al PP por igual al objeto de marcar su independencia respecto a los dos grandes. Y se aferró a conceptos desgastados como el bipartidismo y la corrupción, acompañado de dos ideas fuerza: el liberalismo económico que, dice, le distingue del PP, y la defensa del orden constitucional para separarse, a su entender, del PSOE y sus aliados.
Casado se ha mostrado como un líder moderado y propositivo, pendiente no de discutir con Sánchez, o de responder a los añejos ataques de Rivera, sino de exponer el programa del PP. Aguantó el estilo marrullero que en ocasiones dominó el debate, arrastrando con pundonor las cadenas de la etapa marianista.
Quedó claro que el bloque de las izquierdas está empeñado en la voracidad fiscal para hacer “justicia social”, y que el bloque de centro-derecha pretende bajar los impuestos para mover una economía que apunta ya la crisis. Pero esto fue lo de menos en el debate, y ni siquiera tuvo relevancia la agudeza en sacar noticias o fotos, sino en qué sentido van a ser los pactos poselectorales.
Tampoco aquí descubrieron nada. Iglesias se ofreció a Sánchez, que hizo oídos sordos y habló de “cordón sanitario” de Ciudadanos a su persona. Rivera apaleó sin piedad al presidente del Gobierno, diciendo que no es nadie sin el apoyo de los nacionalistas, y recordó al líder del PP sus pactos con el PNV. Casado dijo a Rivera que no era su adversario, y que el electorado no entendía esos ataques.
En el aire queda la gran incógnita: ¿Quién se llevará a los indecisos?
En el aire queda la gran incógnita: ¿Quién se llevará a los indecisos? Es la clave de estas elecciones, porque de eso depende la victoria en las pequeñas y medianas circunscripciones, donde en esta ocasión se dan o quitan las mayorías.
Estuvo mejor Iglesias que Sánchez, y a buen seguro se beneficiará de ello entre el electorado izquierdista. No obstante, en el centro-derecha, habrá que ver si sus votantes prefieren a un líder moderado o a uno de combate. Quizá la respuesta sea una frase soltada por Iglesias en el debate: “Hay mucha gente en este país que no es idiota”.
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