Opinión

Añoro las campañas demagógicas

Es 18 de abril y empieza, por fin, la campaña electoral. Eso significa que solo quedan 14 días para que podamos volver a ignorarnos cortésmente. Quedan 14 días para que

Es 18 de abril y empieza, por fin, la campaña electoral. Eso significa que solo quedan 14 días para que podamos volver a ignorarnos cortésmente. Quedan 14 días para que el frenesí creativo se detenga. Catorce días, solo catorce, para que nos dejen en paz.

Las campañas electorales, con su bombardeo de mensajes supuestamente ilusionantes y miradas arrobadas hacia un horizonte lejano, tenían sus momentos emocionantes. Por ejemplo, el debate. Esa especie de previa del clásico que siempre parecía que iba a decidirlo todo aunque no sé si alguna vez lo hizo. Esas campañas electorales que eran un pacto: la fiesta de la democracia nos daba la turra unos días y nosotros aceptábamos, más o menos implicados, el peaje que el sistema de partidos nos imponía. Era un buen trato.

Añoro el tiempo en que las campañas eran solo demagógicas.

El multipartidismo que iba a traernos el pacto y la negociación apenas ha empezado a caminar cuando ya ha mostrado los peores rasgos de sus padres: otro bipartidismo pero mucho más gordo

Estas semanas hemos asistido a una innovación electoral. El multipartidismo que iba a traernos el pacto y la negociación apenas ha empezado a caminar cuando ya ha mostrado los peores rasgos de sus padres: otro bipartidismo pero mucho más gordo. Ahora los distintos partidos -especialmente dentro del bloque de la izquierda- parecen saber que no van a pescar ni un solo pez fuera de su estanque y la pelea por los votos es entre correligionarios. Todos juegan en casa. El argumento útil ha dejado de ser la mirada cursi del “país bonito” para ser “¡mira que es feo el condenao!”

Tanta es la pasión en la batalla que se ha llegado al despropósito de decir que los peces del otro estanque apestan.

Cometimos grandes maldades

Los madrileños empezamos en Murcia. Cargamos sobre los hombros de la España Responsable un porcentaje de muertos variable -según tenga el día el candidato y el sociólogo de cabecera- pero siempre muy alto. También emborrachamos franceses y los engañamos para que pasen sus vacaciones en Mallorca, obligamos a los ciudadanos concienciados a sentarse en odiosas terrazas abiertas hasta las frívolas 11 de la noche y no tenemos ninguna medida restrictiva más allá de no poder salir de la zona básica de salud cuando la incidencia sube, juntarte con más de cinco personas -en el exterior, tres si es interior- o no poder visitar a amigos y familiares en su casa desde... ¿hace cuánto? También cometimos grandes maldades al construir un hospital especializado en esta enfermedad tan nueva de la que sabemos poco pero sobre la que aprendemos rápido. Al menos era barato. Luego que fuera barato también fue un error. Lo barato sale caro y hay que destruirlo. Porque destruir lo que ya se ha gastado igual no ahorra pero al menos arrasa el mal.

Madrid se ha vuelto enorme y a la vez muy pequeño. Todos somos madrileños. Y parece que todos apestamos. Tanta es la confusión que es necesario especificar quién apesta y quién no.

Nuestros representantes electos han de explicarnos por qué votamos mal. Normalmente es legítimo votar mal, nos dicen, la democracia lo permite porque es tolerante. Pero en momentos históricos como estos ni siquiera tú, votante tradicionalmente equivocado, puedes votar tan mal. Es inmoral. La paciencia de la democracia se ha terminado contigo y hay que decírtelo de una vez: vótame, tonto.

No señores, se han confundido. El título de la película era: “Bésame, tonto”.

Deberían aprovechar estos catorce días que tienen por delante para enmendarse, porque tengan por seguro que los madrileños no somos sus colegas de hemiciclo, esos a los que les pueden gritar cualquier barbaridad y luego les aprueban los presupuestos. Es posible que a los madrileños de Murcia, Galicia, Andalucía, Castilla o Extremadura, a los madrileños de Parla que nacieron en Zamora o en Teruel, no se les olvide que les acusaron de lo que no hicieron. Que les echaron encima la culpa de los muertos y de la enfermedad. Que les llamaron fascistas de forma indiscriminada. Que les dijeron que llevaban causando décadas infernales a sus convecinos. Que les roban. Que su fiscalidad depredadora les quita los dineros a navarros y vascos. Que son unos nacionalistas españolistas antiespañoles, de pacotilla pero recalcitrantes, sin historia épica ni idioma cooficial.

Estos madrileños de todas partes no queremos ser víctimas ni héroes. Solo queremos que nos dejen en paz.

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