-¿Y cómo se adquiere el sentido del humor?
-Igual que la altura.
La respuesta de Fran Lewobitz, una variante femenina de Woody Allen -ambos judíos, neoyorquinos, bajitos, no muy guapos, inteligentes y divertidos- debería aplicarse a los guionistas de las campañas electorales. Se empeñan en introducir cuñas humorísticas en el libreto de sus candidatos y no logran más que llevarlos al ridículo. La playa madrileña del PP, por ejemplo. Las gracietas de Sánchez en sus intervenciones televisivas. ¿Quién concede los carnets de guionista de campaña? ¿En qué escuela se educan? ¿Quién narices les enseña? ¿De dónde sacan esas ocurrencias? En la factoría de ideas electorales de los partidos debería figurar un cartel parecido a lo de la Academia de Platón: "No entre aquí nadie que no sepa Geometría". En este caso, debería exigirse un poco de inteligencia y algo de raciocinio.
Sabido es que en las campañas, como en la guerra, la primera víctima es la verdad. Los postulantes se enfangan sin rubor en el lodo de las falsedades y retozan felices en la ciénaga de la trola. Sea, asumido está. Pero que no se empeñen además, en ser graciosos, ocurrentes y hasta divertidos. Que no se empeñen. Eso es como la altura.
Vale que Borja Sémper descalzo y con el pantalón arremangado es más fotogénico que, pongamos, un José Luis Ábalos en chanclas y bermudas. Pero cabe preguntar, ¿es ello necesario? y, sobre todo, ¿es eficaz? El verano azul puede ser un estupendo lema de batalla para el PP. Fácil y evidentón, pero a nadie molesta. La escena del pobre Sémper, con gafas de sol y entre sombrillas, ya es otra cosa. No siempre es bueno ocupar la foto de portada.
Lo de los chistes que le enjaretan a Sánchez en sus correrías por los platós resulta más terrible. "Lo de Feijóo y los debates es como los gimnasios en enero, todos se apuntan pero luego no van". De haberse cruzado con el autor de semejante frasecilla, cualquier candidato "le habría sucumbido a balazos", como diría el indio Fernández. Salimos de una contienda y, sin apenas tomar resuello, nos han sumergido en otra en la que está en juego, nada menos, que la estabilidad constitucional. Cierto, el ingenio se desgasta y da para lo que da. Razón por la cual los cuarteles generales de los partidos deberían optar por una campaña de gestualidad austera y de verbo franciscano. Sin demasiado ruido ni excesivo artificio, pese a San Juan.
Convertir al candidato socialista en un entrevistador de sus ministros tiene algo de onanista y hasta de sadismo tenebroso. El encuentro con el ministro Planas, su encargado de besugos y cebollinos, parecía una apuesta entre la pena y la nada
Sánchez, aunque se empeñe, ni es gracioso, ni mucho menos, creíble. Es un semoviente de madera que miente hasta cuando dice la verdad y que si se empeña en resultar ingenioso, rompe la vajilla. Eso de invitar a Guayomin a darse un voltio en nuestro Falcon es de una petulancia caribeña. Sea, nada de mítines, ni de actos públicos, ni de fatigar las plazas. No está el termómetro para riesgos. La idea de convertir al candidato socialista en un entrevistador de ministros tiene algo de onanista y hasta de sadismo tenebroso. El encuentro con el ministro Planas, su encargado de besugos y cebollinos, parecía una apuesta entre la pena y la nada. Faulkner. No hay lugar tan bajo al que pueda precipitarse alguien que se tenga en razonable estima.
Una campaña es un colosal trampantojo desbordado de falsedades y rebosante de trolas. Esta en la que estamos, tan excepcional como un brote de honradez en un nacionalista catalán, va a superar todos los límites hasta ahora conocidos. Apenas tres semanas después de la llamada a las urnas ya nos han intentado colar un cúmulo tal de historias inauditas y personajes circenses que resulta angustioso pensar en cómo terminará la función.
Dicen los arúspices que, se ponga como se ponga, aunque cante a Milanés -o a Manzanero- en su peregrinación por los platós, Sánchez no podrá armar un Frankenstein 2. Le falla la izquierda de la izquierda, esto es, Yolanda Díaz, vaporosa presencia muda hasta que le dio por hablar y se transformó en espantable recitadora de la nada. No suman. Y ahora con los berridos indepes de Colau, menos. PP y Vox, aunque se ofusquen en la riña y se afanen en los guantazos (pero bueno, ¡qué chingaderas son éstas!, debería clamar Feijóo) sí lo harán. Salvo algún contratiempo inesperado (atentos al voto por correo) o alguna trifulca fuera de control. El ruido de los baroncillos de la derecha, convencidos todos ellos de que son Ayuso, no resulta adecuado para cosechar votos. Ojo. Todo lo cercano se aleja. Goethe.
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