La semana pasada nos aproximamos desde estas líneas al ascenso imparable de China hacia la hegemonía global. Es un proceso que supone el re-emerger de un país que durante cinco milenios dominó el mundo. Su principal virtud, el largo plazo y la paciencia, rasgos que definen sociedades milenarias. Lo escribí antes de unos sucesos, los del Capitolio, que simplemente confirman la decadencia imparable de un imperio, el estadounidense. Esta decadencia es la consecuencia lógica de una democracia atrapada por una súper clase que se apropió de la misma en nombre de una libertad, la económica, que ha acabado degenerando en un nuevo feudalismo. El problema es que el relato de estas élites se ha movido desde el totalitarismo Invertido a un neofascismo.
Mientras que en las películas de ficción de Hollywood el asalto a la soberanía popular estadounidense solía hacerlo tropas foráneas, especialmente norcoreanos y/o chinos, la realidad es que han sido los neofascistas estadounidenses los que han intentado, e intentarán, acabar con el espíritu de la vieja democracia de su país. Como detallé en estas líneas, las señas de identidad de Trump han sido la zafiedad, la mentira, la negación de la realidad, la xenofobia, la misoginia, el clasismo, aderezado con un profundo desprecio por sus contrincantes políticos. Pero a pesar de ello obtuvo un resultado electoral, desde mi punto de vista, excesivamente bueno. Como me alertó un seguidor de estas líneas, el carácter profundamente adolescente de la sociedad norteamericana, donde el cortoplacismo y la ansiedad guían toda acción vital, les ha acabando pasando factura. La arrogancia es el disfraz de la ignorancia y la bajeza.
El sorprendente resultado de todo ello es que el profundo hartazgo ha sido aprovechado por quienes se disfrazan de populistas y simplemente constituyen una vuelta de tuerca adicional del sistema
La fauna que asaltó el Capitolio representa esa parte de la sociedad que es profundamente racista, misógina, arrogante, ignorante, resultado de las propias dinámicas internas de la otrora democracia estadounidense, pero no solo de ella, y que ha devenido en un totalitarismo invertido a la “Sheldon Wolin”. Destaca sobre todo la dejación consciente en materia de educación, esa que nos hace libres y permite el ascensor social, y su sustitución por relatos llenos de supersticiones, chamanerías e idolatrías, que alimentan a terraplanistas y negacionistas de medio mundo. De la ilustración a la oscuridad. El sorprendente resultado de todo ello es que el profundo hartazgo ha sido aprovechado por quienes se disfrazan de populistas y simplemente constituyen una vuelta de tuerca adicional del sistema, esa cara oculta que siempre surge en las democracias cuando se percibe la posibilidad de un estallido social, el fascismo. Desde un punto de vista político, como ya detallamos, el neoliberalismo está evolucionado desde una visión cínica de la democracia, el totalitarismo invertido, hacia una deriva autoritaria, el clásico fascismo. Creen además que así competirán con China. Será su desaparición definitiva pero generará previamente un sufrimiento innecesario.
El neoliberalismo no solo ha sido incapaz de evitar el aumento de las desigualdades, la pobreza y las crisis de deuda y producción, sino que en realidad las activó. Solo bajo el consenso keynesiano las clases trabajadoras lograron mejorar sus condiciones de vida y el ascensor social funcionó. Los defensores a ultranza del liberalismo, aquellos que se alzan contra el papel del Estado en la economía, no solo no han manifestado especial interés hacia el bienestar de las clases trabajadoras ni deseo de elevar sus salarios, sino que han negado toda justicia al empleo de los poderes gubernamentales con ese propósito. La doctrina liberal dominante se ha entremezclado, además, con las teorías que arrojan sobre las leyes de la Naturaleza la responsabilidad de la miseria de las clases trabajadoras, y fomentan una profunda indiferencia y culpabilidad hacia sus padecimientos. Por ello, condenan la intervención gubernamental respecto de las horas de trabajo, del tipo de los salarios, del empleo de las mujeres, de la acción de los sindicatos, proclamando que la ley de la oferta y la demanda es el único regulador verdadero y justo. Han ignorado de manera sistemática la monstruosa injusticia de la distribución actual de la renta y la riqueza.
La Teoría de Johan Galtung
En su momento introdujimos la Teoría de Conflictos del sociólogo y matemático noruego Johan Galtung, quien predijo, entre otras cosas, el colapso de la Unión Soviética, y advirtió que el poder global de Estados Unidos colapsaría bajo la administración de Donald Trump. Le puso fecha, 2020-2025. Galtung hace algunas décadas desarrolló una teoría del conflicto, basada en la idea de sincronizar y reforzar mutuamente las contradicciones, y que utiliza para hacer sus pronósticos. El modelo se fundamenta en comparar el ascenso y la caída de 10 imperios históricos. En 1996, escribió un artículo científico publicado por el Instituto de Análisis y Resolución de Conflictos de la Universidad George Mason advirtiendo que los Estados Unidos pronto seguirían el mismo camino que las construcciones imperiales anteriores: declinan y caen. Pero el libro principal que establece el pronóstico de Galtung lo publicó en 2009, “The Fall of the American Empire” donde presenta las 15 contradicciones que se sincronizan y refuerzan mutuamente, y que afligen al país norteamericano y que, según él, conducirán a que el poder global de Estados Unidos termine en 2020-2025.
El problema es que durante esta fase de decadencia, como detallamos, es probable que Estados Unidos pase por una fase de "fascismo" reaccionario que provendría de la capacidad de una tremenda violencia global; una visión de la excepción estadounidense como la "nación más apta"; una creencia en una próxima guerra final entre el bien y el mal. Lo que predijo Galtung es que el apoyo de sus otrora aliados no continuará más allá de 2020. ¿Cambiará Joe Biden estas dinámicas, o las acelerará? Veremos.
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