Opinión

Al carajo

El mundo se va al carajo. Hemos perdido hasta el último atisbo de humanidad. No voy a hablar del Festival de Benidorm, del acoso insufrible al que sometieron en redes

El mundo se va al carajo. Hemos perdido hasta el último atisbo de humanidad. No voy a hablar del Festival de Benidorm, del acoso insufrible al que sometieron en redes a la vencedora, ni de la bochornosa votación en el Congreso de la reforma laboral. No. No va de eso esta columna. Digo que el mundo se va al carajo porque toparte con almas generosas ahí fuera es casi como encontrar una chincheta en la inmensidad del océano. Un imposible.

Vivimos sin mirar a nuestro alrededor. Nuestros ojos sólo se detienen en aquellas escenas que atrapan, que atraen. En los escaparates que lucen, estos días, coloridos y luminosos carteles proclamando gangas. En la chica que avanza con garbo subida a unos tacones de anuncio. En el hombre trajeado y canoso que pasa a tu lado y te obliga a volver la cabeza. En el niño que llora mendigando golosinas a su madre. En la paloma que, hambrienta, pica las migas que caen de la terraza en la que un grupo de amigos comparten cervezas y confidencias.

Pero no vemos, o mejor, no queremos ver más allá. Evitamos los mensajes desesperados que lanzan las caras con las que nos cruzamos. Los gritos de auxilio que escupen tantas miradas asustadas. No nos llegan. No nos interesan. Porque hay historias, realidades que escuecen. Os invito, yo lo he hecho, a plantearos esta pregunta: ¿Cómo es posible que un hombre haya muerto, estos días, en Paris, en la calle, congelado tras permanecer nueve horas tirado en la acera, después de una caída, sin que nadie se haya parado a ayudarle? Nueve horas sin que nadie se haya percatado si quiera de su presencia. Nueve horas sin que nadie haya movido un dedo, una pestaña por ese cuerpo helado. Nueve. Se dice pronto. Se escribe más rápido.

O acaso tú, que lees esto, ¿te detienes cuando ves a un hombre o a una mujer tirado, tirada entre cajas de cartón pidiendo algo que llevarse a la boca?

Hoy vuelve a mí el retazo de un texto que escribió Leila Guerriero hace ya unos años y que cuelga de mi nevera junto a otros muchos de la periodista argentina. Dice así: “A veces, cuando camino por la calle y veo caras sumergidas en la indiferencia, en la resignación o el miedo, me digo: cuidado.”

Eso me digo yo también. Cuidado. Porque esta vez ha sido un conocido fotógrafo. René Robert. Y por eso, su final triste ha ocupado páginas y telediarios. Y por eso, su muerte nos ha conmovido a todos hasta el tuétano. Pero, lo verdaderamente dramático es que esto ocurre más de lo que queremos creer. Ocurre cada día sin que nos demos cuenta. O acaso tú, que lees esto, ¿te detienes cuando ves a un hombre o a una mujer tirado, tirada entre cajas de cartón pidiendo algo que llevarse a la boca? ¿Acaso frenas en seco y le miras, le preguntas cómo está, te interesas por su estado, te cuestionas cómo pasará esta gélida noche de febrero? ¿Acaso te conmueve ver a alguien tumbado en un viejo y mugriento saco dentro de un cajero automático inservible con su vida reducida a una bolsa de plástico? Si no eres de los que te apartas, que los hay también, piénsalo, quizá, en el mejor de los casos, le lanzas una moneda y sigues. Adelante. A otra cosa. Y así es este mundo en el que nos movemos. Nos hemos convertido en seres miserables. Vivimos, no convivimos.

Buena parte de su carrera la dedicó René Robert a retratar el flamenco. A inmortalizar rostros tan ilustres como el de Paco de Lucía o Camarón. “Espero los momentos fuertes, cuando la expresión está en su apogeo”, dijo en una entrevista. Pues no hay, pienso, momento más fuerte, instante más terrible que morir de frío, en la calle, a ojos de todos, sin nadie que te mire.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP