Opinión

Un alto cargo separatista amenaza a una periodista en Tuiter

No toleran la menor discrepancia. Amenazan y coaccionan todo lo que pueden. Ahora le ha tocado el turno a una periodista de La Vanguardia. Jordi Pujol reñía, nombraba, destituía e

No toleran la menor discrepancia. Amenazan y coaccionan todo lo que pueden. Ahora le ha tocado el turno a una periodista de La Vanguardia.

Jordi Pujol reñía, nombraba, destituía e incluso se redactaba las entrevistas, como relata el ex director de La Vanguardia Lluís Foix en sus memorias “Aquella porta giratoria”. Pues bien, ese mismo diario se ha convertido este fin de semana en blanco de las iras separatistas. De la facción conocida como amigos y residentes en Waterloo, precisamos, porque empieza a haber tantos separatismos como maneras de preparar el arroz a la cazuela. Y todo a propósito de un artículo de María Dolores García, profesional de dilatadísima carrera, que ostenta, además, el puesto de directora adjunta en el diario del Conde de Godó.

Su pieza “Mar de fondo en la antigua Convergencia” ha sentado como un tiro en la Casa de la República. Qué piel más fina tienen estas gentes, señor. Una mención a su señorito ha hecho saltar a Josep Lluís Alay, a la sazón director de la oficina de Carles Puigdemont. Sí, como lo leen, porque aquí los “exiliados” tienen oficina, y personal, y presupuesto, y Mossos que les dan protección y sigan ustedes contando. Igualito que aquellos exiliados liberales que huían de la España del XIX, devastada por las guerras carlistas y el enorme desgarro de ser afrancesado, paseando destrozados y sin un céntimo por las callejuelas de París o Londres; o por los del XX, que huían del mismo aquelarre, esta vez encarnado en rojos y azules, atravesando ateridos fronteras de nieve, campos de concentración inhumanos, océanos de lágrimas y guerras hermanas de la que dejaban detrás suyo. Son esos maremotos que se llevan por delante con sus olas a lo mejor y más granado de nuestra intelectualidad. Lo de estos gachupines en Bélgica no puede compararse a esos éxodos dramáticos. Lo suyo apenas llega a chiste malo de casete de gasolinera.

Volviendo al asunto en cuestión, Alay publicaba un tuit este dos de junio en el que decía textualmente “Tengo la sensación que La Vanguardia hoy se ha extralimitado en el artículo de Lola García y ha cruzado la línea roja de la protección de datos personales del presidente Puigdemont. Los pierde su obsesión con el presidente. Tomamos nota”. Así, como suena. Tomamos nota, equivalente al típico “me he quedado con tu cara y sé donde vives”, al horrible “ten mucho cuidado cuando subas a tu coche”, al siniestro “conocemos perfectamente el colegio al que van tus hijos”. Qué asco. El usted no sabe con quién está hablando de Rahola a un humilde policía local de Badalona, el morro torcido de Oriol Pujol frente a la prensa a su salida de la cárcel, las frases masticadas y regurgitadas de la Gispert, el racismo de la Ferrusola al hablar de niños castellanoparlantes, o el de Torra y el ADN, el de Barrera y España, el de Pujol y el hombre andaluz, Siempre van a lo mismo. La diferencia estriba en que ahora viene envuelto en prosa cibernética, pero no por eso deja de ser igual.

La bilis era debida a que la periodista recordaba la fecha en la que expiran tanto el DNI del fugadísimo como su pasaporte

La bilis era debida a que la periodista recordaba la fecha en la que expiran tanto el DNI del fugadísimo como su pasaporte. Alay, al que muchos consideran la mano derecha de Puigdemont, considera que dar esa información es blasfemo, sacrílego, infame. Escribir en un medio de comunicación que al señor Triquiñuelas le caduca el DNI el tres de febrero del próximo año – el mes en el que a Artur Mas se le termina el periodo de inhabilitación – y el pasaporte el tres de agosto del 2022 es poco menos que revelar el tercer secreto de Fátima, es orinarse encima de suelo sagrado, es hurgar bajo las sayas de una beata.

Esas mismas palabras en boca de cualquier otro cargo público supondrían un escándalo, siendo motivo de cese fulminante. Aquí no, porque en el libro de estilo del separatismo mediático llamar puta a Arrimadas o reírse de Millo a costa de su esposa enferma es libertad de expresión. Cosas que suceden cuando a un fugado de la justicia se le mantienen privilegios como tener oficina propia. Una sociedad que no sabe diferenciar entre personas decentes y delincuentes no tiene salvación. Porque aquí siempre acaban ganando los matones.

Ahora vas y lo tuiteas.

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