Recordemos cuando Carles Puigdemont -el prófugo huido en el maletero de un vehículo a motor manejado por un adicto al volante- era el problema. Llegaron las elecciones generales y Pedro Sánchez -presidente del Gobierno, secretario general del Partido Socialista y cabeza de cartel de la candidatura a los comicios- se empleó a fondo multiplicando sus comparecencias en mítines, debates con periodistas o con candidatos rivales y en entrevistas en medios de prensa, radio y televisión hasta la víspera de las urnas reiterando hasta la saciedad su compromiso indeleble de traer al expresident de la Generalitat a España para ponerlo a disposición de la Justicia y su rotunda negativa a una amnistía que consideraba por completo inconstitucional. De manera que Carles Puigdemont era el problema y entregarlo a los Tribunales de Justicia, la solución.
Hablaron las urnas, se contaron los votos, se adjudicaron los escaños, se verificaron las alineaciones posibles y sólo después los estrategas aconsejaron al líder supremo acercarse a la sede de Ferraz, hacer gala de atrevimiento y cantar victoria proclamando desde el balcón improvisado de mecano tubo adosado a la fachada el somos más, contradiciendo que las filas propias hubieran dejado de ser numéricamente las más nutridas y abanderando la pedagogía de que en la democracia representativa se alza con el Gobierno no el que más escaños ha obtenido sino el que demuestra ser capaz de tejer una alianza mayoritaria. Por eso, la primera necesidad es la de desentrañar de qué se compone ese somos, cuáles son los sumandos de esa adición que permiten sostener la afirmación de que los escaños considerados favorables para una investidura superaban -eran más- que los contrarios por su propia naturaleza permanentes e inalterables.
Todo apunta a que tendremos repetición de las elecciones autonómicas en Cataluña y pese a los odios cainitas que se profesan ERC y Junts, debe darse por descontado que la Generalitat será para otro indepe"
Resultó que, teniendo el PSOE menor número de diputados que sus rivales más encumbrados -los del PP-, pero contando por reducción al absurdo con los siete escaños capitales aportados por los indepes, podían instrumentalizarlos para, haciendo de la necesidad virtud, vencer la votación de investidura. Así, Pedro Sánchez se alzaba con la mayoría y los siete indepes pasaban a ocupar una posición decisiva y a garantizarse que el líder socialista quedara bajo su dependencia. Se ponía pues de manifiesto el poder de la escasez, que aumenta exponencialmente según se hace más exigua. Mientras, por ejemplo, cuando todo parecía pactado entre PSC y ERC para situar en la presidencia del Parlament a una figura del PSC, al final el situado ha sido uno de Junts. Todo apunta a que tendremos repetición de las elecciones autonómicas en Cataluña y pese a los odios cainitas que se profesan ERC y Junts debe darse por descontado que la Generalitat será para otro indepe. Apenas aprobada en el Pleno del Congreso de los Diputados la Ley de Amnistía, la próxima estación que presagiaron sus beneficiarios recibió el nombre de referéndum, buena prueba de cómo las concesiones sólo incentivan nuevas demandas. Pronto nos convencerán de que Carles Puigdemont ha dejado de ser el problema y nos venderán que debemos pasar a considerarlo como la solución más conveniente. Veremos.
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