La epístola del matrimonio de Canet de Mar ha sacado a flote lo más oculto de la retórica nacionalista en Cataluña. El secreto mejor guardado desde los tiempos de Jordi Pujol. La inmersión lingüística, el falso objetivo de lograr una coexistencia entre dos idiomas pertrechados y empujar a uno para que pudiera equilibrarse con el otro. Todas las paparruchas respecto a las bondades del bilingüismo asimétrico se han venido abajo, cuestionando el mito autocomplaciente del supuesto pilar de la convivencia en Cataluña. La inmersión lingüística, consensuada y benevolente, escondía un objetivo que se convirtió en descaro: la inmersión política. La obligatoriedad de una lengua única era la añagaza para lograr la identificación con el catalanismo desde la infancia.
Una carta redactada de manera política y semánticamente tan aguda que hace sospechar si el supuesto frutero de Canet de Mar no dirige una de esas escuelas de escritura creativa, en las que dan a apuntarse los plumillas domésticos con ambición de posteridad. Cabe sugerir que la visiten algunos renuentes a la prosa periodística, distinguidos muralistas de la palabra por metros, que siguen dándole a la brocha con el embeleso de siempre, por más que hayan cambiado las figuras a enaltecer. Todos de consuno a la escuela de Canet.
El desgarro en el cuerpo muy fragilizado del nacionalismo catalán, que no se dio por aludido tras descubrir las artes mafiosas de Pujol y el pujolismo, se siente afectado sin embargo por la carta del frutero de Canet. Es lamentable que los medios de comunicación, salvo El Heraldo de Aragón, manda cojones, hayan vacilado con versiones y comentarios, pero sin publicar íntegro el texto genuino. Léanlo entero, sin afeites. Es un torpedo en la línea de flotación de las convenciones políticas de una sociedad experta en silencios. Quizá por eso haya más comentarios que lectura del original. Hasta en su despedida, con una referencia a Bob Marley, rompe la rutina de lo entendido como intelectualmente adecuado.
El desgarro en el cuerpo muy fragilizado del nacionalismo catalán, que no se dio por aludido tras descubrir las artes mafiosas de Pujol y el pujolismo, se siente afectado sin embargo por la carta del frutero de Canet
Hay que ser un cínico desvergonzado para sacar del armario de los argumentos pedestres el que no se deba politizar la lengua. Los idiomas son formas de poder y quien hilaba fino, como fue el caso de Paul Valery, dejó para quien quisiera valorarlo el elemento incuestionable de que incluso colocar una coma admite la opción política. Llevamos siglos con la lengua como herramienta del poder. Acaso esos benditos majaderos no quieren darse cuenta de que el Imperio romano no lo formalizan las termas de Caracalla, los dioses pétreos o las ambiciones de Julio César, si no la lengua.
Resulta cansino explicar lo obvio, pero también es una desdicha tener que repetirlo cuando la violencia verbal se enseñorea de la vida ciudadana. La lengua en Cataluña es un instrumento político que, además, constituye una forma de relacionarse entre la ciudadanía. También hay espacio para la literatura, con sus batallones de escritores que se alimentan de la lengua, y no porque la preparen estofada con salsa de zanahoria, que es mi forma favorita, sino porque cobran por hacerlo e incluso unos cuantos reciben honorarios institucionales, que les otorgan porque escriben en una lengua precisa; si escribieran en otra deberían buscarse un medio de vida más incómodo.
¿Qué sería de Esquerra Republicana si ahora que el independentismo está en caída libre no pudieran apelar a la lengua? Es la última fortaleza que consiente las dosis de mando y xenofobia imprescindibles para construir una ideología patriótica. El valor de la carta del frutero de Canet está en que cuestiona la hegemonía omnímoda de la inmersión política, ese sujeto imprescindible para conformar una mayoría parlamentaria. Sin Esquerra y su trampantojo de los 14 grupos políticos que permiten gobernar a Pedro Sánchez se acercarían al desguace. Porque son 14, al decir de quienes los han contado porque yo no acierto a sumar cantidades tan exiguas.
Se apela a no politizar la lengua cuando se quiere expresar que lo de verdad se rechaza, es que el adversario golpee el bajo vientre del poder, sus partes blandas. El matrimonio de Canet y esa niña de cinco añitos, convertida la pobre en muñeco votivo, se han transformado en emblemas de una rebelión frente a la inmersión política, y al tiempo una aspiración, la igualdad ante la ley. Pedían el 50% y los tribunales les concedieron el 25%, pero lo consideran demasiado quienes viven y medran gracias al 100%. Admitir agujeros amenazaría al sistema clientelar construido durante décadas.
Pedían el 50% y los tribunales les concedieron el 25%, pero lo consideran demasiado quienes viven y medran gracias al 100%
“Lo que nos decís en privado hacedlo en público también”. Ahí está la plasmación de una sociedad que no osa afrontar la verdad más obvia y es que la lengua oficial que ocupa todo el espacio público no es la que habla la sociedad, que se manifiesta indistintamente en cualquiera de las dos lenguas pero que no está dispuesta a prorrogar el ninguneo. La estadística de la Generalidad refleja un resultado inquietante para los adalides de la inmersión política. En 2006 la lengua oficial alcanzaba el 68 %; en 2021 se ha reducido al 21,4. La imposición ha provocado el desdén. Solución típica del funcionariado hegemónico: aumentar las dosis. Policías lingüísticos. ¿No recuerdan la inquisitorial exigencia de nacionalizar los nombres de los comercios?
Y en esto llegó la carta del matrimonio de Canet de Mar manifestando su hartazgo de tragar y los Tribunales dictaminaron que al menos se rebajara la presión en un 25%. Una pelea políticamente inasumible para ellos que genera la exhibición del desparpajo y el cinismo. Tocan a rebato: todo el que cobre la subvención deberá manifestar su rechazo. Los sindicatos UGT y CCOO se apuntaron los primeros, luego los empleados y los empleadores, los tiradores de piedras y los arrebatados del único pueblo que merece sobrevivir a la pandemia. Por eso no conviene decir que las Fuerzas de Seguridad del Estado fueron vacunadas un mes más tarde que los Mozos de Escuadra. Hablando en plata: si desaparecieran del paisaje no habría problemas para dedicarles un bello responso.
Hacer política es una tropelía derechista, aseguran los que viven de ella. Viejos esquemas de viejos regímenes que ahora reverdecen en plantas agostadas. Caminamos hacia un conflicto civil y hay que ser muy lelo para no entender que los institucionales confían tanto en las instituciones como aquellos que preparan la pólvora para volarlas. Sólo una sugerencia en el fragor de la batalla de palabras: no crean que somos tan idiotas como para no ver la evidencia, pero por favor eviten la grandilocuencia. Son ustedes unos ambiciosos desalmados. No nos hagan comulgar con ruedas de molino, porque sabemos que el molino es suyo.
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