La España de Pedro Sánchez tiene algo del teatro del absurdo de Jardiel pero sin maldita gracia. Iván Redondo, su afamado libretista, hilvana un golpe de efecto tras otro para tapar desastres y camuflar disparates. Un permanente cambio de guion, un zigzagueo estomagante. El veto al Rey camufla el escándalo de la Fiscalía, esa Lola y su Navajita plateá. El piano cursi de Rhodes viste de tul la insondable ruina económica. Las naderías de Calviño tunean las urgencias de Bruselas. El neopreno de Simón desplaza a los 53.000 muertos.
Ahora, el estado de alarma contra Madrid, este 155 sanitario, una iniciativa sin argumentos ni precedentes, un atropello envuelto en mentiras y rebosante de ira. Es la cruel respuesta de Sánchez a las cuatro bofetadas de los tribunales sobre la mejilla de Su Persona. Cuatro, una detrás de otra, como aquí dejó apuntado Álex Requeijo. Y en una semana. La Audiencia pide al Supremo que impute a Iglesias (con agravante de género). Desestima la querella interpuesta por Irene Montero contra una concejal de Vox por los paseos frente a su residencia en Galapagar. Otra sentencia estima que los sanitarios carecieron de protección durante la primera lucha contra la pandemia. Finalmente, el sonoro tortazo del TSJM que tumbó las restricciones impuestas por Illa sobre Madrid. Cuatro zapatazos en el trasero de Sánchez. Cerrar Madrid, sin aviso ni negociación, ha sido la respuesta. Para satisfacer a su orgullo herido y complacer a su maltrecha soberbia. Don Narciso no soporta esos desaires.
El resultado es un caótico estropicio que no tiene más horizonte que un profundo abismo. Una dictadura blanca se teje sobre nuestras cabezas y la única respuesta es: ¿Qué será lo próximo?
El cierre de Madrid es el último elemento del abigarrado trampantojo con que se manejan en Moncloa, esa sucesión de efectos especiales para llenar titulares, acaparar informativos y disimular entuertos. Un ejercicio permanente de hipnosis colectiva sobre una España exánime y aborregada. El resultado es un caótico estropicio que no tiene más horizonte que un profundo abismo. Una dictadura blanca se teje sobre nuestras cabezas y la única respuesta es: ¿Qué será lo próximo?
Sánchez, ajeno al drama y al dolor, exhibe su sonrisa inmoral en este panorama desbordado de engaños y fraude. No le hablen de virus ni de crisis, de difuntos o de ruina. No va con él. No es cosa suya. El más dilatado de sus planes no llega más allá de tres meses. El de ahora consiste en que le aprueben los Presupuestos. Todo lo demás es literatura. Farfolla y hojarasca que engullen los espíritus cándidos. "Es insoportable lo que hacen los políticos con Madrid. Deberían ponerse de acuerdo. No miran por la gente, todos son iguales", repiten las cacatúas tras tragarse la papilla revenida de Redondo. Illa contra Ayuso y viceversa. Una guerra falsaria, un pulso impostado.
No busquen culpables en la Moncloa. Sánchez, ese malvado estéril, se mantiene ajeno a la sospecha, sobrevive al margen de la crítica. Prueba superada. Durante la pandemia, apenas lo pasó mal las primeras dos semanas, cuando caían mil al día. Pronto vinieron los aplausos, los balcones, los estados de alarma, los 'aló presidente', 'hemos vencido al virus', a divertirse, las vacaciones y el gran timo de la cogobernanza. Y se le acabaron los problemas. Ahora, la culpa de todo es de Ayuso, se la apedrea, insulta, hostiga, maltrata, amordaza...No es al virus sino a la presidenta a quien pretrenden doblegar. "No ha hecho nada, por eso lo hemos hecho nosotros", dijo Illa el hipocritón tras el Consejo de Ministros. Cierran Madrid, penúltimo bastión de la libertad, junto a la Corona y algunos estamentos de la Justicia. La odian porque no la controlan, porque llevan 25 años fuera del sillón de la Puerta del Sol. La persiguen porque Sánchez no quiere una aldea gala en suproyecto de repúbliqueta plurinacional.
No parece tener proyecto para España (¿cómo acabar con el sachismo?), ni para el PP (¿Ayuso o Teocracia?), ni quizás para él mismo (¿con o sin barba?)
¿Y la oposición?. "Nunca volverán al Consejo de Ministros", amenaza Pablo Iglesias, con esa actitud de macarra de arrabal, de chulo prostibulario. Quizás tenga razón. También el PP tiene algo de función de Jardiel Poncela. Pablo Casado empieza a parecerse a Práxedes. No a Sagasta, el masonazo que alternó la presidencia del Gobierno con Cánovas durante los gloriosos años de la Restauración. Se asemeja más bien a la Práxedes de 'Eloísa está debajo de un almendro', obra cumbre del teatro Jardiel. Esta Práxedes era la chacha (entonces había chachas y sirvientas) de aquella casa de locos. Deambulaba por la escena a velocidad de vértigo y repetía con agotadora insistencia una frase, sea cual fuera el contexto de la conversación. "¿Sí?, ¿no?, ah bien, pues por eso". Y así una vez y otra y otra. Un recurso eficaz que provoca la carcajada de la platea.
Una frase que bien puede definir al líder de la oposición, que aparece ahora sumido en una nebulosa de incertidumbres. Le llueven las críticas, quizás injustas. Carece, apuntan, de proyecto para España (¿cómo acabar con el sanchismo?), para el PP (¿Ayuso o Teocracia?), incluso para él mismo (¿con o sin barba?). Malvados puñales que vuelan off-off Génova.
La moción de Vox
El gran compromiso del momento es cuando le preguntan por la moción de Vox. "¿Sí?, ¿no?, ah pues por eso"?. Como Práxedes, evita responder con claridad o despejar dudas. Mantiene una aconsejable ambigüedad sobre el particular en tanto que su entorno hace quinielas y juega a las adivinanzas. Incluso en el frente 'antimariano' hay dudas. Aznar dice que 'no'. Esperanza, que 'sí, por supuesto'. Y Cayetana, aún en la bancada popular, apuesta por la abstención. Acompañada, eso sí, de un discurso de altura, de una propuesta ambiciosa y firme, de un verdadero programa para el futuro de España. Quizás acierta.
¿Qué hacer? Ni sí, ni no, sino todo lo contrario, parece ser la decisión de Génova, todavía en fase de meditación. Es decir, la abstención
El PP es quien más se juega en esta discutida moción de Vox. Si vota 'sí' se asimila a la zona de Abascal, detente satanás. Si vota 'no' se suma al artefacto de Frankenstein. ¿Qué hacer? Ni sí, ni no, sino todo lo contrario, parece ser la decisión de Génova. Es decir, la abstención. O sea, 'pues por eso', que diría la incontenible Práxedes.
Pasmada y sin recursos mediáticos, la oposición se muestra impotente para arañar una micra de protagonismo en estos momentos de vendaval absolutista que Sánchez ha desatado sobre España. De ahí la apuesta de Abascal y su polémica moción. Dicen que va contra el PP más que contra Sánchez. En el cuartel general de Vox descreen de tal argumento. Iván los tiene apartados, no los saca en las teles, apenas los muestra o les da cancha. Antes era Vox el recurrente espantajo, la presencia inevitable para amenazar con que vuelven Franco y la ultraderecha. Ahora, el enemigo es Ayuso, toda la artillería de Moncloa apunta hacia la presidenta, que, sin duda, será la gran vencedora, moral y política, de esta salvaje embestida contra Madrid. "Sólo los cobardes prefieren la paz a la victoria", dejó dicho Jardiel.
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