Hace dos semanas, con ocasión de la primera toma de contacto de Pedro Sánchez con el resto de líderes políticos, Albert Rivera dejó una sentencia que el tiempo se está encargando de confirmar: "El liderazgo de la oposición no es un titulo, es una actitud".
Un estado de ánimo, le faltó reprochar en aquella ocasión a un Pablo Casado al que se veía ya demasiado confiado en ese papel tras su paso por La Moncloa. Como si los 66 diputados y todo aquel boato de comparecencia en la sala grande -reservada al presidente y a las ruedas de prensa del portavoz del Gobierno-, con que le obsequió Sánchez, bastaran para confirmar su condición. Y no.
Vaya por delante que no me encuentro entre los muchos que vienen dando por muerto al líder del PP desde la noche electoral del pasado 28 de abril. El problema es que el primero que ha de creerse que sigue vivo es él; y demostrar que tiene sangre en las venas. Porque este martes desaprovechó una de esas ocasiones que se presentan para 'echarse España a la espalda'; la que le votó y mucha de la que no, pero que ve anormal que en el Congreso -sede de la soberanía popular-, se hable de "presos políticos" sin que nadie proteste.
El primer problema que ha de resolver Casado es acabar de creerse que sigue vivo; y demostrar que tiene sangre en las venas
No me refiero al juramento o promesa en sí, ni a la disquisición sobre si fue legal y los parlamentarios independentistas adquirieron su condición de diputados o no. Eso lo dirá el Tribunal Constitucional, si alguien recurre. Me refiero a ese intangible que es la propia estimación del colectivo al que representas; en el caso del PP, 4,4 millones de españoles.
? @Albert_Rivera exige a la Presidenta del @Congreso_Es que haga cumplir la Constitución:
? "Se ha permitido que se hable de presos políticos en una institución democrática. Hoy han venido a humillar a los españoles, pero no lo lograrán" #SesiónConstitutiva pic.twitter.com/zaP2y4Yk19— Ciudadanos ???? (@CiudadanosCs) May 21, 2019
A Casado le faltaron esos reflejos que le sobraron a Rivera para pedir la palabra y afear a la nueva presidenta del Congreso, Meritxell Batet, que no hiciera nada. El de Ciudadanos hizo su papel en este primer acto de la tragicomedia que se avecina; el PSOE y el presidente del Gobierno el suyo -la 'esfinge'-, que le va mucho de su investidura en que Oriol Junqueras et al. no se le enfaden-. Hasta quien va a ser portavoz del grupo parlamentario de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, se dio cuenta e intentó, sin éxito, seguir la estela de Rivera.
Casado fue esta vez el que hizo la 'esfinge', solo que a solo cinco días de unas elecciones en las que está en juego la hegemonía del centro-derecha
El presidente del PP optó por lo "institucional" en sesión tan solemne, dicen en su partido, para acallar a los que internamente dicen que se en la campaña de las generales se equivocó gravemente. Y a cinco días de unas elecciones municipales y autonómicas en las que está en juego, nada menos, que la primacía del centro-derecha. No en vano Ciudadanos ya fue más votado que el PP el 28 de abril en comunidades que han venido siendo 'azules' desde hace la friolera de 25 años: Madrid y Valencia, entre otras.
Aunque solo fuera por eso, por puro interés electoral, Casado debió ejercer el 'derecho al pataleo' parlamentario cuando los Junqueras, Jordi Sánchez, Josep Rull, Jordi Turull, cumplieron su papel, ellos sí, y así hasta 22 nuevos diputados de ERC (15) y PDeCAT (7) prometieron o juraron su cargo con menciones a los "presos políticos" al "mandato del 1 de octubre" o a la "república catalana". Se lo debía -y se lo debe- Casado a sus votantes.
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