Hace unos meses profeticé el declive imparable del Partido Popular, asediado en sus dos flancos por dos nuevas fuerzas, Ciudadanos y Vox, que iban estrechando su espacio inexorablemente. El derrumbamiento en las generales del 28 de Abril con la pérdida de la mitad de sus escaños en el Congreso y la traslación de la mayoría absoluta en el Senado al PSOE, combinados con el notable ascenso de su rival a babor y la irrupción en la Carrera de San Jerónimo de su rival a estribor, dibujaron un panorama desalentador que puso a Pablo Casado contra las cuerdas.
Para mayor desgracia, el joven líder de la formación que ha sido durante casi tres décadas hegemónica en el amplio territorio electoral del liberalismo en España, desde los sectores más “laicos” hasta los más conservadores, experimentó en la noche del domingo en que sufrió la debacle una comprensible, pero no disculpable, bajada de moral y pareció sucumbir a las exigencias de aquellos que en sus propias filas le exigían un regreso al “centro” con el fin de recuperar lo perdido. Este vaivén, impropio de un cabeza de cartel dotado de la claridad de ideas y la firmeza de convicciones imprescindibles para alcanzar de nuevo el éxito, reforzó la tesis de que los días del PP estaban contados y de que su evaporación, como les sucedió en el pasado a la UCD, al CDS o a UPyD, era inevitable.
La piedra de toque en los próximos días para saber si Casado sigue firme en el propósito que marcó al inicio de su mandato será el nombramiento del o de la portavoz en el Congreso
Sin embargo, como en esas películas americanas en las que un condenado a la pena capital se encuentra ya entrando en la sala de ejecución y suena de repente la llamada del Gobernador deteniendo el fatal desenlace, los recientes comicios autonómicos y municipales han sido la campana que ha salvado a un púgil al que muchos daban ya por definitivamente noqueado. La posibilidad real de conservar la Comunidad de Madrid y de recuperar el Ayuntamiento capitalino, bien que mediante un pacto a tres que no se presenta fácil, han devuelto el resuello agotado a Pablo Casado y le permiten avizorar el futuro si no con optimismo, sí libre por el momento de desesperación. El mensaje de las urnas del 26 de Mayo a la planta séptima de Génova 13 ha sido inequívoco y sus actuales ocupantes harían muy mal si no lo interpretaran correctamente.
Al permitirles volver a ponerse a flote, junto con el retroceso de Vox y el mantenimiento de la primera posición sin ser rebasados por Ciudadanos, lo que millones de españoles le han dicho a Casado y a su equipo es que les conceden un margen de confianza para que sigan el rumbo establecido en el Congreso Extraordinario que finiquitó la etapa marianista-sorayista. Lejos de preocuparse por las etiquetas topológicas, centro, derecha, izquierda, simplificaciones vacías para descalificar al adversario ahorrándose el debate racional, los datos objetivos y los argumentos, la cúpula del PP ha de definir contenidos, fiscalidad, mercado laboral, unidad nacional, neutralización de los separatistas, gasto público, pensiones, estructura territorial, educación, competitividad, calidad institucional, innovación, digitalización, integración europea, demografía, natalidad, y en cada uno de estos temas exponer cuál es su bagaje conceptual, cuales sus fundamentos morales y sus políticas concretas. Ha de prescindir de las fluctuaciones de la opinión, siempre volátil en el corto plazo, y trazar un proyecto serio, riguroso y de largo alcance, perseverando en él por encima de las coyunturas episódicas.
Curiosamente, los barones regionales y otros flojos de remos que piden volver al centro han fracasado estrepitosamente en sus circunscripciones y sus recetas blandengues son las que han llevado al PP a su presente postración. Esta estéril tropa de repetidores monótonos de lugares comunes que enmascaran su falta de principios -moderación, ensanchamiento de la base social, centralidad- recuerdan a los que, igualmente impermeables a la dura realidad, propugnan pacificar a los separatistas con más concesiones y más diálogo, ciegos a la evidencia de que cuarenta años de soltar carrete sólo han conseguido que el alevín se transforme en un tiburón enorme e insaciable.
Curiosamente, los barones regionales que piden volver al centro han fracasado en sus circunscripciones y sus recetas blandengues son las que han llevado al PP a su presente postración
La piedra de toque en los próximos días para saber si Casado sigue firme en el propósito que marcó al inicio de su mandato o cede a los cantos de sirena que le reclaman volver al vacío impotente de la corrección política y del consenso socialdemócrata, será el nombramiento del o de la portavoz en el Congreso. Al designar para esta función clave a alguien capaz de defender con brío y sin remilgos las posiciones y las ideas del mejor y más genuino liberalismo conservador o, por el contrario, confiar esta tarea a una figura desdibujada y acomodaticia, nos dará la medida de su temple. A la hora de tomar esta decisión crucial no debe olvidar que los que le presionan para que prefiera la senda trillada a la novedad ambiciosa, desean ardientemente el fracaso ajeno para liberarse del peso del propio. Casado ha de escuchar a sus votantes y no a los que dentro de su casa con su pasividad, osteoporosis ideológica y seguimiento acobardado de las tesis adversarias, casi los ahuyentan para siempre.
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