Creo que entre las muchas personas con las que he hablado o cruzado mensajes no he encontrado ninguna que no se haya mostrado perpleja ante la guerra abierta que mantiene la dirección del Partido Popular en Génova con la presidenta de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol. Perplejidad, porque nadie acierta a comprender, aunque todo el mundo lo sospeche, qué puede haber en esa riña de corrala tan importante como para distraer a ambos de su obligación primera para con sus votantes. Asombro, porque ambos bandos forman parte de la misma familia (mal avenida, por lo que se ve) y porque fue el de Génova quien en su día nombró a la de Sol y se supone que son o deberían ser amigos. E indignación, porque, en momentos tan delicados como los que está viviendo España, no se entiende que Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso no estén remando en el mismo barco con un único rumbo aceptable para la España liberal, que no sería otro que aquel que buscara abreviar en lo posible la presidencia de Pedro Sánchez derrotándolo en las urnas.
No voy a entrar a dilucidar quién tiene o no razón en esta guerra de egos enfermizos, porque ni conozco ni me interesan los detalles de la misma. No es eso, no es eso. Es que no hay forma de explicar que un partido que antes del 4 de mayo parecía hundido en las encuestas, pretenda ahora acabar con la carrera política de la mujer que ha sido capaz de derrotar, y de qué forma, a Sánchez en una convocatoria electoral, al tiempo que insuflar vida nueva al olmo viejo que en Génova languidecía ante la casi general indiferencia. No hay forma de explicar este asedio a la Puerta del Sol si no es echando mano de lo peor que anida en el alma humana, vale decir los celos, el egoísmo, la cortedad de miras, la mediocridad… No hay forma de aceptar esta absurda contienda en tiempo tan crítico como el que vive España, con un Gobierno que acumula hoy una fechoría mayor que la de ayer pero menor que la de mañana, un Gobierno que se dispone a ver aprobados los PGE22 después de firmar los cheques que sus socios le presentan periódicamente a cobro a costa de desbaratar cada día un poquito más esa vieja bella noción de la nación de ciudadanos libres e iguales.
No hay forma de aceptar esta absurda contienda en tiempo tan crítico como el que vive España
Si fuera usted el presidente de una gran empresa comercial, estimado Pablo, su Consejo de Administración le habría llamado seriamente al orden hace tiempo, advirtiéndole de que está usted perdiendo el tiempo en absurdas peleas de vecinos cuando debería estar centrado en fabricar el mejor producto al menor coste y en venderlo mejor que su gran competidor, para valer pronto más que su adversario en la bolsa de valores de la credibilidad ciudadana. Y tal vez ese Consejo de Administración le impondría el despido inmediato de su consejero delegado como primera providencia para enmendar errores. ¿Nos quiere usted conducir a la ruina por la linde de la irrelevancia? Te aprecio, Pablo, y no porque seas palentino como yo. Sé que eres buena persona, trabajador incansable y español preocupado, como tantos millones de compatriotas, por el destino al que una banda de gánsteres parece empeñada en conducir a este país. Pero me da la impresión de que, encerrado tras los muros de Génova, nadie te cuenta la verdad de lo que ocurre, piensa y preocupa a la calle. Nadie te ha dicho que te estás pegando un tiro en el pie. No sé si eres consciente de lo mucho que esta mendaz guerra interna degrada tu figura, del daño personal que esta pelea te procura, de la sensación de pequeñez, de la falta de vuelo que le acompaña. Si hay un perdedor en esta contienda ese vas a ser tú, Pablo, a corto, medio o largo plazo, porque tú eres el jefe, tú el que manda en el partido, tú el que debería dar un puñetazo sobre la mesa y poner orden. Porque o pones orden o alguien vendrá que lo impondrá por ti.
Pon orden, pues, entroniza el sentido común y, ya de paso, ponte al lado de Ayuso –a tu vera, siempre a la verita tuya- y deja que su popularidad te catapulte a la presidencia del Gobierno. No es contra ella como llegarás, sino junto a ella. Pégate a sus faldas, cobíjate bajo la magia de su carisma, esa extraña cosa que se tiene o no se tiene, con la que se nace o no se nace, pero nadie puede comprar con dinero ni conseguir con el máster más caro del mundo. Por uno de esos milagros que a veces produce la política incluso en secarrales como el español, Isabel es simplemente una anomalía en el ecosistema de corrupción creado por los partidos de turno, una flor en todo su esplendor cuyo recorrido es una completa incógnita, como la vida de cualquier mortal, pero que, en ese ecosistema antes aludido, ha conseguido enganchar con las esperanzas de millones de españoles que no se resignan a la mentira constante, al descrédito de las instituciones, a la ocupación de la Justicia, a la prohibición del español en muchas zonas de España, a la ruptura de su país, al despilfarro del dinero público, a los rufianes que diariamente se mofan de un país con siglos de historia como el nuestro.
La responsabilidad que asumes confundido entre galgos y podencos es enorme. Ni más ni menos que la de perpetuar a Pedro Sánchez en el poder, con las consecuencias que para el futuro de los españoles tendría una segunda legislatura en manos de este psicópata sin enmienda posible, este aventurero sin escrúpulos. Consolidar a Sánchez en Moncloa, destruir definitivamente a tu partido y engordar a Vox, porque los dos millones de españoles que se fueron del PP hartos de la corrupción, van a ir a engrosar las filas de VOX en lugar de plantearse la vuelta a una “casa del padre” donde sigue rigiendo el mismo conformismo mediocre, la misma incuria intelectual, la misma ausencia de proyecto, la misma empotrada cobardía, la misma miseria moral… Alguien dijo, creo que fue don Antonio Maura, que la única fuerza del Gobierno es la debilidad de la oposición, y eso es exactamente lo que puede salvar a Sánchez y la banda que lo sostiene de la quiebra (a un coste muy alto para este país): la debilidad del PP y su capacidad para enredarse en sus propias miserias.
Quienes te apreciamos, Pablo, no queremos verte en el Gobierno porque seas más alto o más guapo que Sánchez, no; no queremos que gobiernes porque después del PSOE viene el PP y ya “te toca”; queremos verte en Moncloa no para que hagas lo mismo que hizo el miserable de Mariano Rajoy cuando, en noviembre de 2011, resultó avalado por una inesperada mayoría absoluta, es decir, nada. Te queremos en el poder para que pongas al enfermo sobre la mesa de operaciones y lo abras en canal, dispuesto a meter a fondo el bisturí de los cambios, la cirugía de las reformas capaces de convertir esta nave a la deriva en un país serio, reñido con la corrupción, bien gestionado, capaz de ajustar sus cuentas, reducir su deuda, cuidar escrupulosamente del dinero del contribuyente, ayudar a los menos favorecidos, enaltecer la ley y hacerla respetar, garantizar paz y prosperidad para todos… Hacer realidad, en fin, una vida para los españoles digna de ser vivida y una España de la que podamos sentirnos razonablemente y constitucionalmente orgullosos. Para eso queremos que el PP -el PP del Casado de las primarias, no el PP de Rajoy-, sustituya al PSOE. Para nada más que eso. Y nada menos.
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