Tras el espectáculo de escapismo protagonizado por Mariano Rajoy en la tarde noche del 31 de mayo pasado, episodio sobre el que no ha dado la menor explicación pública a los votantes del PP, en el auditorio del Marriott había expectación por escuchar el discurso de despedida del malandrín. Como era de esperar, “el mejor presidente que hemos tenido” en aguda reflexión de la filósofa Pastor, doña Ana, aprovechó la ocasión para reivindicar su figura y embellecer su gestión. Un ejemplo perfecto de fraude, de gato por liebre con luz y taquígrafos. El falso dibujo de una gestión de primera y una herencia ejemplar. El retrato de un país magnífico ayuno de problemas. La realidad, sin embargo, es tan dramáticamente distinta que hasta el más lego en la materia se ha visto obligado a formular algunas preguntas: ¿Qué pretendió decir el pasmarote con tanta elocuencia impostada? ¿Qué quiso hacer ver al Congreso? ¿Qué mensaje intentó deslizar a los compromisarios? Muy sencillo: que el PP está en el mejor de los mundos y por tanto no es necesario ningún cambio, rectificación del timón alguna; simplemente basta con seguir la senda que lo ha conducido al borde del abismo, basta con proseguir en mi línea y la de mis directos colaboradores. Y nadie mejor para la tarea de estampar la nave contra las rocas que mi dilecta vicepresidenta. Ese fue el mensaje escasamente subliminal que el aludido pretendió pasar de contrabando en el hotel madrileño.
Y parece que una parte de la audiencia le compró la mercancía. Desde luego Soraya Sáenz de Santamaría, que el viernes por la noche se manifestaba encantada con el parlamento de su amado jefe: “Le ha dado un buen repaso; ha sido una enmienda a la totalidad del programa de Pablo” (sic). Hasta el último minuto estuvo convencida de ganar por goleada. Se lo aseguraba, entre otros, el “joven” Arenas, ese lince de la ciencia demoscópica que el mismo viernes por la noche repartía sedantes a discreción: “tú, tranquila; tenemos el 63% asegurado”. El amado jefe, desde luego, se encargó en su discurso de enviar una advertencia explícita al candidato Casado: “No estamos al servicio de ninguna doctrina; ni actuamos con un recetario prefabricado”. Desde que en el congreso de Valencia expulsara del partido a “liberales y conservadores”, Mariano tenía declarada la guerra a las ideologías, como genuino representante de esa tecnocracia ayuna de cualquier idea que su mano derecha, Soraya, representa como nadie en el PP. El candidato Pablo aceptó el envite, y con un brioso discurso cargado de referencias a los valores (la ideología queda para más tarde) de la derecha, consiguió ayer sábado encandilar a un auditorio que de inmediato dictó sentencia: 57,2% frente al 42% de los votos. Una gran victoria frente a una contrincante formidable que ha tenido el apoyo total del aparato y de la inmensa mayoría de los medios, empezando, naturalmente, por los de izquierdas.
Al margen del episodio -el tiempo dirá si histórico o simplemente anecdótico- de ayer, el marianismo sigue muy vivo en el PP, como el viernes evidenciaron esas fervorosas ovaciones dedicadas a un tipo que fue capaz de dejar al partido y a sus millones de votantes perdidos en mitad de la nada"
La victoria de Casado ofrece al Partido Popular la oportunidad de recuperar el terreno perdido desde 2012 a esta parte. Dependerá de la voluntad del palentino de encabezar un verdadero cambio y no sucumbir a las tentaciones continuistas. Al margen del episodio -el tiempo dirá si histórico o simplemente anecdótico- de ayer, el marianismo sigue muy vivo en el PP, como el viernes evidenciaron esas fervorosas ovaciones dedicadas a un tipo que fue capaz de dejar al partido y a sus millones de votantes perdidos en mitad de la nada cuando el 31 de mayo, como un delincuente obligado a esconderse, decidió buscar refugio en un garito de la calle Alcalá mientras en el Congreso se decidía el futuro inmediato de España. Es verdad también que quienes peinamos canas sabemos el valor que las adhesiones incondicionales suelen tener en política, pero todo va a depender del carácter, de la talla, de la urdimbre que soporta la arquitectura moral y humana del nuevo líder del PP. Casado es para la gran mayoría de los españoles una incógnita que solo el vigor ideológico, la firmeza en los principios y la voluntad reformista podrá despejar andando el tiempo.
¿Estamos ante el líder del centro derecha para los próximos 10 o 15 años, o se trata de un mero apunte a pie de página encargado de preparar el aterrizaje del Mesías que está por llegar? Conviene no olvidar que por el Marriott deambulaba un Núñez Feijóo que no ha dicho esta boca es mía en espera de su oportunidad. Cierto que la amplitud del resultado le otorga un margen de maniobra muy valioso, margen que el elegido no debería malgastar y mucho menos prostituir en componendas suicidas. Hace falta valor. Una integración impostada significaría un cierre en falso del Congreso. Lo de ayer fue una derrota en toda regla del marianismo, de modo que el ganador está obligado a actuar en consecuencia abordando una verdadera regeneración del partido, proceso que debería iniciarse jubilando de inmediato a los Arriolas y Arenas de turno, como representación más genuina del cáncer que ha llevado al PP a su postración actual. Y siguiendo por la ex vicepresidenta “Soraya la del PP”. Con toda la prudencia que hace al caso, no tiene ningún sentido integrar a futuro algo que no pasa de ser la más genuina representación de un pasado de fracaso. Se trata, o eso han creído quienes ayer te votaron, Pablo, de alumbrar un partido dispuesto a servir a los españoles, no a atender los egos de esta o aquella personalidad. Muéstrale, pues, la puerta y despídela con banda de música camino del Santander.
El hundimiento del marianismo
De cómo maneje el hundimiento del marianismo, abordando en paralelo una limpieza integral del partido, dependerá la supervivencia de Casado y su consolidación como líder indiscutido. Lo peor que podría ocurrirle, por eso, es que sucumbiera a la tentación de entrar en componendas con los derrotados, y no tanto por su condición de tales como en calidad de responsables de la deriva de una opción política que ha perdido casi 4 millones de votos desde la mayoría absoluta de diciembre de 2011. Hablar de limpieza integral significa hincarle el diente a la corrupción galopante, asunto sobre el que en este Congreso no se ha dicho una palabra. Y menos que ninguno el gran responsable de la misma, Mariano Rajoy. “No han sido los españoles quienes nos (“me”, debió decir) han retirado del Gobierno”, aseguró el viernes, en un intento de exculpación ante la historia del hombre obligado a salir de Moncloa por la puerta de servicio. En realidad, los resultados de ayer suponen la segunda moción de censura que el ex presidente pierde en menos de dos meses, con el agravante de que esta derrota se la ha infringido su propio partido. Asistimos a la segunda muerte de Rajoy Brey, tanto más dolorosa cuanto que no puede ser achacada a la “confabulación” de comunistas e independentistas al servicio de aventureros ansiosos por tocar poder.
La victoria de Soraya hubiera convertido al PP en un partido residual, víctima del entreguismo al relato socialdemócrata imperante, la tecnocracia vacía de ideas y la pasividad frente a los desmanes separatistas"
En enero de 2012 escribí aquí que “No todo está perdido, ni mucho menos. El partido acaba de empezar. Todo dependerá de lo que este Gobierno sea capaz de hacer con las grandes reformas que tiene pendientes. Con más de 5 millones de parados, o pone al enfermo sobre la mesa de operaciones y le abre en canal o morirá asfixiado. Jamás Gobierno alguno ha dispuesto de un cheque en blanco como el que la mayoría absoluta ha otorgado a Rajoy, y ni España ni la Historia le perdonarían nunca no haber hecho lo que estaba obligado a hacer”. Es evidente que no lo hizo. Su decisión de centrar sus esfuerzos en la economía, con renuncia expresa a meterle mano a la aguda crisis política en la que había desembocado ya la Transición es un pecado del que los demócratas españoles jamás podrán absolverle. Hoy, tras su escandalosa tocata y fuga de la tarde del 31 de mayo, esa crisis ha adquirido perfiles mucho más peligrosos, porque aquel mes de enero no conocíamos la dimensión del envite que el independentismo catalán ha planteado a España, que es tanto como decir al sistema democrático, y estábamos lejos de imaginar que a Moncloa llegaría un presidente avalado apenas por 84 diputados y sostenido por populistas e independentistas, enemigos declarados de la nación.
El triunfo de Casado supone, de entrada, una mala noticia para los enemigos de la unidad y la libertad de los españoles, una pésima noticia para la amalgama de populistas e independentistas que encumbró a Pedro Sánchez y ahí lo mantiene cobrándose diariamente su apoyo a precio de oro. La victoria de Soraya hubiera convertido al PP en un partido residual, víctima del entreguismo al relato socialdemócrata imperante, la tecnocracia vacía de ideas y la pasividad frente a los desmanes separatistas, sin olvidar la siempre presente corrupción. Está por ver, con todo, que Pablo Casado vaya a saber manejar una situación tan complicada y en un momento tan delicado como el que vive el partido y la propia España. Muchos creen que el PP simplemente no tiene solución posible. Mariano Rajoy, ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, lo ha dejado para los leones, de modo que Casado (“Hoy no acaba nada. Hoy es apenas el final del principio”, decía ayer en su cuenta de twitter) necesitaría ser un gigante de la política, un auténtico hombre de Estado, para resucitar a semejante muerto. Tras su victoria de ayer, nadie puede, sin embargo, negarle el derecho a intentarlo. ¡Suerte, vista y al toro, maestro!
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