Opinión

Casado añora el PP vasco

Mal tienen que ir las cosas en los sondeos de Génova para que el líder del Partido Popular reivindique el concierto económico vasco

Quién lo iba a decir. En septiembre de 2019, hace apenas diez meses, Cayetana Álvarez de Toledo echaba en cara a aquel PP vasco, hoy dilapidado, que anduviese jugueteando con eso de los derechos históricos sustentados en el foralismo y que dejasen de ser “tibios” con el nacionalismo. A la marquesa de Casa Fuerte le molestaban los títulos rancios y el fiel Pablo Casado le sirvió la cabeza de Alfonso Alonso y ni torció el gesto cuando Borja Sémper abandonó la política. Al nuevo PP, el que tiene más miedo a Vox que a Pedro Sánchez, aquello de la idiosincrasia local le parecía algo del pasado. El PP tenía que rivalizar con la ultraderecha de Abascal con un proyecto único, grande y lo que sigue. Álvarez de Toledo, lenguaraz punta de lanza de este nuevo PP sin rumbo propio, argumentaba que en Euskadi había que ir con Ciudadanos y copiar su estrategia de que a los fueros, ni agua.

Desde entonces, han pasado diez meses, la dimisión del candidato popular a la Lehendakaritza, una baja sensible en el PP guipuzcoano, un batacazo y huida de Albert Rivera en la política nacional y unas encuestas electorales en el País Vasco que amenazan con unos resultados patéticos. Quizás por todo ello, 300 días después, Arrimadas y Casado se han juntado bajo el árbol de Gernika… ¡El árbol de Gernika! El mayor símbolo de la foralidad vizcaína y, por extensión, vasca y el lugar sagrado para los nacionalistas. El altar donde los lehendakaris del PNV juran su cargo “ante Dios humillados” en recuerdo de los antepasados.

Han aparecido los líderes nacionales de la coalición que no sirve en Galicia pero que en cambio en el País Vasco ha entrado con calzador

En este escenario tan poco acorde a lo que defendía el PP de la M30 hace unas semanas, han aparecido los líderes nacionales de la coalición que no sirve en Galicia pero que en cambio en el País Vasco ha entrado con calzador. De fondo, para ambientar el mitin, tres melodías nada casuales. Por un lado, el aurresku. Danza de honor en estas tierras. Por otro, la canción ‘Ikusi mendizaleak’ que es un tema de Oskorri habitual en todas las verbenas y con cierto tono de exaltación nacionalista. No hay más que escuchar el estribillo que repite, varias veces, que “somos vascos, de Euskal Herria”. Para cerrar, el ‘Gernikako arbola’, himno oficioso de la comunidad y que Alfonso Alonso puso a todo trapo en el último Congreso del PP vasco para levantar a sus afiliados y dejar claro que sus formas distaban de las de la marquesa. Aquella osadía acabó con Alonso ‘dimitido’ y con el PP en el monte del pasado y el centralismo. Hasta ahora. Porque el poder de las encuestas obra milagros que ni san Pablo de Tarso sería capaz de superar.

Mal tienen que ir los paneles electorales en las sedes de las madrileñas calles de Génova y Alcalá para que, sin ningún tipo de ambage, el líder popular haya reivindicado esta semana el concierto económico vasco. Parece que, de nuevo, los constitucionalistas defienden la Carta Magna de la primera a la última letra, no a estrofas como hasta hace poco. Su socia de coalición no dijo ni mú. Un silencio interpretado como una especie de ‘agur’ al ‘Agur, cuponazo’. Porque, en caso contrario, nadie entendería una coalición entre dos partidos que tienen posturas tan separadas en un hecho fundamental en las instituciones vascas.

Titubeos y bandazos

El PP vasco llega a la cita del domingo absolutamente desnortado. Sin un mensaje claro. Sin lograr un titular, con titubeos, bandazos, equilibrios de funambulista en los que más que atraer votantes se pretende retener a los que quedan. Es el problema de hacer apuestas electorales sin bajar al terreno, con la matemática como único argumentario y pensando más en la política nacional que en lo local. Así, si se cumplen las encuestas, los populares obtendrán su segundo resultado más bajo de la historia. Solo en 1986, hace 34 años, sacaron peores ‘notas’. Su prevista gran bajada habrá dejado al PNV con todo el centro derecha para campar a sus anchas y, posiblemente, con un Parlamento de Vitoria más abertzale que nunca. Quizás ahora, cuando ya es tarde, Pablo Casado se dé cuenta de que en política los experimentos no sirven y que la forma de hacer del PP vasco, que tan cómodo vivía con el PNV según Álvarez de Toledo, era la mejor herramienta para hacer de contrapeso a un nacionalismo creciente. Pero añorar ahora lo que se tuvo es ridículo. Solo le queda asumir el resultado con todas sus consecuencias.

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