Más de media España contempla entre sobrecogida e indignada cómo se fragua lenta, pero inexorablemente, un pacto nefando que pone en peligro todo lo trabajosamente construido a lo largo de los últimos cuarenta años, una sociedad moderna, un país plenamente integrado en Occidente, una economía dinámica y fuertemente exportadora, una amplia clase media amortiguadora de desigualdades, una magnífica red de infraestructuras, una democracia constitucional que, con sus indudables defectos, garantiza igualdad de derechos y libertades a todos los ciudadanos y, en definitiva, un marco institucional y legal que proporciona seguridad, previsibilidad, orden y paz civil.
Una terrible conjunción de sucesivas desgracias ha ido deteriorando la obra de la Transición a lo largo de décadas en manos de políticos venales, cortoplacistas, soberbios, fanáticos, ignorantes, partidistas y revanchistas hasta culminar en el desastre actual, con la Nación en trance de ser arruinada y despedazada por una coyunda siniestra de comunistas dogmáticos, separatistas golpistas y socialistas desnortados. Aunque sin duda es esencial preguntarse cómo hemos caído tan bajo -algunos llevamos tiempo haciendo el diagnóstico sobre las grietas del sistema del 78 sin ser escuchados y las consecuencias están a la vista-, en estos momentos, más que análisis retrospectivos, es urgente actuar con medidas de emergencia.
Si las exigencias de los republicanos, embriagados de su poder, rebasan lo razonable, incluso un desaprensivo del calibre del Presidente en funciones, se verá impedido de ceder
Es posible que Pedro Sánchez alcance un acuerdo con Esquerra para asegurar su abstención en la segunda votación de investidura o que dicho enjuague no cuaje. Si las exigencias de los republicanos, embriagados de su poder, rebasan lo razonable, incluso un desaprensivo del calibre del Presidente en funciones, se verá impedido de ceder. Si, en cambio, sucede lo que apunta como probable y es que vistan el muñeco diabólico con hábiles encajes de disimulo, padeceremos un Gobierno comunista-socialista bajo el control remoto de los secesionistas, la peor pesadilla imaginable, tan espantosa que hasta hace muy poco quitaba el sueño al que pugna ahora por ser su principal beneficiario.
En este contexto sombrío, ¿qué deben hacer las fuerzas constitucionalistas, los tres partidos de ámbito nacional inequívocamente comprometidos con la monarquía parlamentaria, la preservación de la integridad territorial de la Nación, la sociedad abierta y la vigente Ley Fundamental? De entrada, lo que no deben hacer es permanecer impasibles a la espera fatalista de lo que el hado cruel nos depare. Y, por supuesto, el protagonismo de esta etapa convulsa recae sobre la más votada entre ellas, el Partido Popular.
En su cúpula existen opiniones encontradas, unos aconsejan al líder no precipitarse y aguardar al desenlace de las conversaciones de Sánchez con las huestes del Mal y a las próximas elecciones que, según su visión, no tardarán, dada la obvia inviabilidad del monstruo en gestación y otros le animan a salir a la palestra y anunciar a los españoles que el PP está dispuesto a considerar un Gobierno de salvación constitucionalista ante la gravísima amenaza existencial que gravita sobre su solar común.
Teniendo en cuenta que entre los primeros se encuentra la figura clarividente que afirmó en televisión en programa de multitudinaria audiencia que “el Estado de las Autonomías es lo mejor que nos ha pasado” y entre los segundos destaca la aguerrida e inteligente Portavoz que ha salvado con su coraje y contundencia argumental al PP de desaparecer en Cataluña, no parece que Casado deba abrigar demasiadas dudas sobre a quién escuchar.
Opacidad y chalaneo
La Historia es maestra de la vida y el joven y voluntarioso cabeza de filas del PP debería repasar la larga lista de errores garrafales de sus predecesores, desde el cambio estratégico nefasto de estrategia en Cataluña en 1996 hasta la tarde alcohólica que entregó La Moncloa a un saltatapias, pasando por la irreflexiva atribución a ETA del atentado del 11-M, el desperdicio lamentable de la mayoría absoluta de 2011, la invitación a liberales y conservadores a marcharse de una organización liberal-conservadora y la pasividad dolosa trufada de patéticas “operaciones diálogo” mientras se fraguaba el golpe pagado por la Hacienda del Estado, por citar sólo unas cuantas pifias monumentales. Si algo queda claro de este itinerario nada glorioso es que la adhesión a la verdad, la valentía, la defensa de los principios y la capacidad de tomar la iniciativa sin caer en la irreflexión, son preferibles a la opacidad, la pusilanimidad, el chalaneo y la parálisis.
Ha quedado sobradamente demostrado que España no es país para estafermos y si Pablo Casado atiende a las voces adormecedoras que le invitan a la inacción en lugar de ser receptivo a las que le estimulan a arrancar con el balón en los pies, no estaría de más que se mirara en el espejo del derrumbado Albert Rivera que, por permanecer sordo a los que le instaban a mover pieza, se halla definitivamente fuera del tablero. Ese es el destino de los que le aguardan sentados, ser reducidos a pavesas por su ardiente e implacable viento.
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