El mundo dio un vuelco para Albert Rivera aquella mañana del 24 de mayo cuando improvisó una atropellada comparecencia tras conocerse la sentencia del ‘caso Gürtel’. “Hay un antes y un después”, sentenció. Y Pedro Sánchez, al acecho, le tomó la palabra, promovió una infalible moción de censura y arrojó a Mariano Rajoy del paraíso. No podía sospechar el líder de Ciudadanos que sus atolondradas palabras propiciarían tal terremoto político. Un partido con apenas 84 escaños, con un líder que colecciona fracasos electorales, se convertiría en presidente de un Gobierno arropado por una gavilla de partidos que abominan de España como nación, como concepto, como realidad y hasta como enunciado. Jamás se refieren a “España”. Hablan siempre de “Estado”, no se les vayan a quebrar las quijadas.
La gente más pegada a Sánchez, a los que no ofreció luego siquiera un rinconcillo en la Moncloa, lo reconocen en privado. “De no salir Rivera esa mañana con tal enunciado apocalíptico, no habríamos movido ficha”. La cachazuda autoconfianza de Rajoy, la torpeza de Sáenz de Santamaría (ella fijó la fecha de la moción a tan sólo cuatro días de ser presentada), la feroz enemiga de nacionalistas y Podemos, redondeó la carambola.
No imaginaba Rivera, que por entonces surfeaba por la cresta de los sondeos, que unas semanas después el PP culminaría su anhelada metamorfosis y colocaría en el vértice de su organización a la persona más incómoda y molesta para los planes del equipo naranja. En unas primarias sui géneris, Pablo Casado, contra pronóstico, se encaramó como líder del principal partido de la derecha y tiraba por tierra casi todos los planes con los que Rivera confiaba aposentarse en la Moncloa. Un líder joven, renovador, con excelente imagen, mediático y, muy en especial, capaz de ilusionar a una formación que había contemplado cómo casi el 20 por ciento de sus votantes se habían fugado rumbo a Cs. Un líder, en suma, muy parecido en fondo y forma a Rivera. “Hay hasta quienes los confunden”, comenta algún analista. Tienen casi la misma edad, similar aspecto, un tono de voz semejante y, en ocasiones, hasta dicen las mismas cosas. “Parecen clones”, comentan en el partido en el Gobierno, donde alimentan esta idea de ‘dos partidos de derechas, y hasta de derecha extrema’ frente a un PSOE supuestamente centrado.
Rivera pretende deshacerse de su halo derechista y arañarle al PSOE votantes por el centro. Casado aspira a recuperar el voto perdido, el que reclama la recuperación de los antiguos postulados
Marcar la diferencia, éste es el objetivo de ambas formaciones. Sus respectivas direcciones no encuentran demasiado problema al reto. Cataluña, la unidad de España, la política económica, emigración, terrorismo, Europa… son algunos de los puntos concomitantes en su prédica. Pero hay cuestiones que les separan. En especial, los que hacen a asuntos de índole social, como el aborto, la familia, la educación concertada, la eutanasia, la maternidad subrogada... Aquí Rivera pretende deshacerse de su halo derechista y arañarle al PSOE votantes por el centro. Aquí Casado aspira a recuperar el voto perdido, el que reclama la recuperación de los antiguos postulados, aquellos que hicieron del PP el partido más poderoso de Europa.
Cs no cree en que exista esa confusión de cara a los electores. “Vamos a hacer una política de oposición pura y dura, no vamos a llegar a acuerdos con el Gobierno y, además, estamos libres del yugo de votar con el PP, ya no somos su pareja de baile”, señalan los estrategas naranja.
Confiar en la ilusión
El PP confía en la ilusión que ha generado el cambio en el liderazgo, en recuperar ese voto generacional que le había abandonado y, en definitiva, en recuperar el estandarte del liderazgo del centro derecha. Tienen un suelo más sólido, una fidelidad más compacta, una estructura y poder territorial muy amplios y unos equipos con rodaje y experiencia de gestión.
“No somos clones, no somos Zipi y Zape, no somos dos gotas de agua”, insisten desde Génova y Ventas, las sedes respectivas. Aunque a veces, es difícil distinguirlos. “Pasa en la radio, por ejemplo, donde se percibe más la confusión”, señala un veterano dirigente del PP, del ala opuesta a Casado. “Si hablan de Cataluña, dicen lo mismo, con expresiones similares… la música suena calcada, parece la misma tonadilla difundida en estéreo, un altavoz incide en los graves y el otro en los agudos, pero la sintonía es la misma”, añade.
“No somos clones, no somos Zipi y Zape, no somos dos gotas de agua”, insisten desde Génova y Ventas, las sedes respectivas
Lo importante es dejar bien claro cuál de los dos lleva la iniciativa, quién arrancará en la ‘pool’ ante las próximas citas electorales, quién resulta más auténtico. Rivera tiene que recuperar el terreno perdido desde la investidura, lo que no es fácil. Casado ha de consolidar el impacto que logró con su victoria en las internas y añadir ese elemento de motivación que muchos esperan y hasta reclaman.
Rivera y Casado, Casado y Rivera. Ambos son obstinados, audaces, jóvenes y convencidos de que el futuro es suyo. El proceso de darwinización de la derecha acaba de arrancar. Sólo hay sitio para uno. El perdedor se convertirá en bisagra, apoyo, socio o comparsa.
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