Según publicábamos en esta casa, el martes pasado la directora de la Espantosa, doña Concepción Cascajosa, se salvó por la campana en un más que tormentoso Consejo de RTVE. Cuando la directora del Ente vio que la cosa pintaba peor que proponer rezar el rosario en casa de Pablo Iglesias hizo gala de una habilidad suprema: para evitar una votación que iba a perder seguro, levantó la sesión antes de que se votara so pretexto de que solicitaba el voto secreto. Menuda es mi Conchi. Como Elena Sánchez – exdirectora a la que si le cuentas lo de los Idus de Marzo se parte la caja – y Ramon Colom no estaban presentes físicamente y José Manuel Martín Medem, del PCE, había delegado el voto, la cosa no podía ser.
Ustedes recordarán el follón que hubo cuando dijeron a bombo y platillo que a la dirección general se accedería por concurso, que se podía presentar la gente y, en fin, todas las mentiras que se sueltan cuando se sabe que acabará mandando el que toca. Llevan meses de turbulencias porque el consejo de administración es más parecido al camarote de los Hermanos Marx que a un órgano de gobierno. Si Sánchez acaba imponiendo a Broncano, ¿qué más da asistir a esos consejillos al ajillo, con todo el pescao vendido?
Entre la pléyade de mediocridades que designa el gobierno al menos ella sabe de lo suyo. Por eso me da corte sugerirle una idea que solventaría algunos problemas operativos y, además, daría audiencia a la cadena pública
Conchi lo sabe, y conste que no es ajena al medio. Ahí tienen su trayectoria académica, impecable, y mucho de lo que ha escrito y servidor ha leído. Les recomiendo “La cultura de las series”, editado por Laertes o, entre otros, sus trabajos sobre el maestro Chicho Ibáñez Serrador o la mítica serie “El ministerio del Tiempo” de los hermanos Olivares. Entre la pléyade de mediocridades que designa el gobierno al menos ella sabe de lo suyo. Por eso me da corte sugerirle una idea que solventaría algunos problemas operativos y, además, daría audiencia a la cadena pública. Se trataría de grabar las reuniones del consejo de administración como si se tratase de un reality y posteriormente, en edición, doblar las voces de los protagonistas adaptando los diálogos igual que si se tratase de una serie turca. Porque el culebrón venezolano, seamos sinceros, es demasiado macabro. Mejor la cosa otomana, que tiene resabios de sultanato, estancias en penumbra ornadas con profusos tapices estampados, narradores de cuentos llegados de Bassora e Ispahán, vendedores de mil y una esencias y, evidentemente, sexo, intriga y envidias. Esto último no hará falta inventárselo, porque tememos que en la vida política existe de sobras. Acépteme, doña Concepción, el off que serviría de inicio a cada capítulo: “Sabed, oh creyentes en Pedro, que hubo un tiempo en el que una muchacha osó entrar en el palacio del Visir y ocupar su trono en nombre del Misericordioso, del Inefable, del Munificente. Pero muchos eran los nobles que la envidiaban y urdían diariamente pérfidas tramas que solo buscaban su perdición. Esta es su historia…”. Si le pone de sinto “La flor de Estambul” en versión de Javier Ruibal, lo borda. Ahí lo dejo.
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