Opinión

El caso de las batas chinas

A lo largo de mis años junto a Sherlock Illa nunca le vi llegar tan alto con un caso como en este, ni brilló tanto su talento deductivo. Recuerdo como si fuese hoy aquella noche fría y desapacible de febrero cuando la campanilla de nuest

A lo largo de mis años junto a Sherlock Illa nunca le vi llegar tan alto con un caso como en este, ni brilló tanto su talento deductivo. Recuerdo como si fuese hoy aquella noche fría y desapacible de febrero cuando la campanilla de nuestra casa sonó de forma brusca. “Es el comisario europeo Lestrade”, dijo Illa mientras cogía lánguidamente una pipa que le había regalado cierto político, cuyo nombre omito, por solucionar “El caso de las maletas venezolanas”. Efectivamente, como un huracán desatado, al instante irrumpía en nuestra habitación el comisario que expuso entre gestos de incredulidad y enfado un misterio aparentemente irresoluble. Alguien del gabinete de Su Majestad había comprado a China, a pesar de la guerra de los bóxers contra los gayumbos que encendía a la opinión pública, medio millón de batas desechables. El gobierno había pagado más de diez millones, siendo el costo por unidad de 16,7 libras. Lestrade rugió al decir que eso era inexplicable, habida cuenta que en cualquier tenderete de Limehouse se podían encontrar por 30 peniques. “Querido inspector, es un precio cincuenta veces superior”, dijo Illa con su máscara habitual de apatía, a pesar de que percibí un brillo burlón en sus ojos.

Lestrade, tenaz como un sabueso, había averiguado que la empresa intermediaria era la Weihei Textile Group. Illa encendió en la chimenea la pipa que solía utilizar cuando quería impresionar al Comité Federal, sonrió de soslayo y dijo “Y se ha pateado todo Limehouse en busca de los almacenes de tal casa sin encontrar ni la sede ni las batas”. “¡Por Júpiter, así es! Pero no fui capaz de encontrar ninguna pista”. “Nadie habría podido, querido Lestrade, porque la Weihei tiene su sede en China, concretamente al lado de la bahía de Shuangdao” dijo Illa mientras se le escapaba una risita susurrante. Después de exhalar dos bocanadas del magnífico, aunque apestoso tabaco Ship’s que fumábamos los dos, mi amigo prosiguió con sus deducciones, brillantes como los pronósticos para las carreras de Ascott que hacía cada año Lord Tezanos. “Tengo conocimiento por mi hermano Mycroft, asesor de Sir Ferdinand Simon, que se investigan otras empresas como FSC Select Products, fabricante de artículos para bebidas alcohólicas, a la que se pagaron 260 millones para traer mascarillas a pesar de que su administradora ya había tenido problemillas con el fisco de Su Majestad, o a Member of the Tribe, que obtuvo de las arcas públicas cinco millones pagados por adelantado por unos guantes de nitrilo de los que nunca más se supo. El gobierno chino afirma al Foreign Office que jamás recomendó a Weihei ni mucho menos a otra firma llamada Shenzen, la de los tests defectuosos, y que ofreció una lista de proveedores autorizados”.

Así es Sherlock Illa, campeón de las batas chinas de su generación. No se pierdan sus próximas aventuras “Un escándalo en Moncloa” y “Los planos del submarino Puigdemont-Partington”

“Pero ¿quién está detrás?¿Moriarty, la fachosfera, el heteropatriarcado, Fu Manchú?” bramó Lestrade. Entonces, irguiéndose cual ominosa encarnación del destino, Sherlock Illa dijo “Una vez descartado lo posible, lo que queda, por imposible que parezca, es la verdad: he sido yo”. “¿Debo detenerle?”, musitó contrito Lestrade. “¿Tas tú tonto? Claro que no, hay que pedir la dimisión de Ayuso”. Lestrade salió abrumado ante la preclara inteligencia de mi amigo que, una vez más, había solucionado un misterio inescrutable. Así es Sherlock Illa, campeón de las batas chinas de su generación. No se pierdan sus próximas aventuras “Un escándalo en Moncloa” y “Los planos del submarino Puigdemont-Partington”.

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