Tengo dicho por aquí en más de una ocasión que si Cataluña no es aún un estado independiente se debe más a la torpeza infinita del liderazgo separatista que al acierto en su estrategia de los defensores de la Unidad de España. Para ilustrar esta afirmación, vamos a fijarnos sin ir más lejos en la peculiar figura del que ha sido hasta hace unos días vicepresidente de ese epígono decadente de Convergencia que es Junts per Cat.
Empezando el cuento por el principio, érase una vez que en la lista electoral de Junts del año 17, aquella en la que se incorporaron personalidades independientes, coincidieron cuatro personajes que se estrenaban como diputados. Sus nombres, Laura Borrás, Quim Torra, Josep Costa y el protagonista de nuestra historia. Los cuatro compartían despacho, al que pusieron el fantasioso nombre de The war room, en el que se afanaban para lograr el sueño común de todos ellos, la independencia de Cataluña por cualquier medio, legal o ilegal.
En ese ambiente febril se fraguó una relación indestructible entre Borrás y Dalmases, convertido en adelante en el escudero que toda reina necesita, aunque el mayor parecido que la hiperbólica Laura pueda tener entre todas las reinas posibles sea con la Reina de corazones de Alicia en el País de las maravillas, aquella que paseaba su furor arbitrario por el cuento reclamando constantemente que se le cortara la cabeza al personaje que pasara por ahí. No deja de ser lógico que ese papel servil recayera en un hombre de apellido aristocrático y residencia en la zona noble del ensanche, porque la revolución de las sonrisas ha sido siempre muy clasista y sus líderes mucho más.
Si creen ustedes que haber sido pillados con las manos en la pasta pudo avergonzar a la pareja están muy equivocados. Siguieron paseando su injustificada altivez por los salones políticos y los platós de televisión
Con el tiempo, estas cuatro patas para un banco tuvieron todas sus cositas en los juzgados, dos de ellos, precisamente el duo dinámico Borrás-Dalmases, por corrupción. La una, por fraccionar contratos públicos en favor de un camello; el otro, por desviar subvenciones de la diputación de Barcelona a chiringuitos pro independencia. Todo muy edificante, como bien es posible apreciar. Si creen ustedes que haber sido pillados con las manos en la pasta pudo avergonzar a la pareja están muy equivocados. Siguieron paseando su injustificada altivez por los salones políticos y los platós de televisión mientras se declaraban víctimas del lawfare del estado opresor que, no pudiendo pararles los pies de otra forma, lo hacían así.
Y precisamente por ahí vino la caída del chambelán. Tras haber sido entrevistada doña Laura en el programa FAQS de TV3, y considerando nuestro protagonista que a su gran señora no le habían practicado el suave masaje esperado, sin pensárselo dos veces agarró del brazo a la periodista, se la llevó a un despacho y le montó un circo de tres pistas de superlativo reproches por la entrevista. Y fue entonces cando ocurrió lo insospechado en el oasis catalán: la periodista denunció a Dalmases por intimidación. Y como se trata de una informadora del canal público catalán y no de uno nacional, se la creyó. A partir de ahí se precipitaron los acontecimientos: Junts encargó a la veterana abogada Magda Oranich un informe sobre el asunto, y la susodicha letrada, pásmense ustedes, se tomó en serio el encargo, lo trabajó a fondo y llegó a la conclusión de que la periodista tenía toda la razón en denunciar a Dalmases.
El sainete terminó en la ejecutiva de Junts del pasado martes en la que fue destituido de su cargo de vicepresidente del partido y a la que nuestro antihéroe no asistió porque fue ingresado en un hospital víctima de un ataque de ansiedad
También denunció que ella misma había sufrido presiones para cambiar las conclusiones de su informe y que no se ponía al teléfono cuando le llamaba la reina Borrás, ¡Que le corten la cabeza!, porque ella no está para soportar gritos de nadie. Inmediatamente salieron más víctimas de la mala educación, por decirlo suavemente, de este Dalmases, entre ellas varias diputadas, y el sainete terminó en la ejecutiva de Junts del pasado martes en la que fue destituido de su cargo de vicepresidente del partido y a la que nuestro antihéroe no asistió porque fue ingresado en un hospital víctima de un ataque de ansiedad.
Poco me parece con este torbellino de colores que es su vida mientras vamos esperando todos la independencia o a Godot, vaya usted a saber. Como epílogo de la historia, otro nombre de mujer, la prestigiosa, aunque desconocida periodista, Joana Masdeu, apasionada defensora en redes sociales de la incomprendida pareja y en las que acusaba a los periodistas denunciantes de un complot urdido a medias con Esquerra para acabar con la rutilante carrera de Dalmases. Digo desconocida periodista porque resultó que no solo no la conocía nadie, sino que era un invento de los interesados, una sombra, una ilusión, unas risas que nos echamos todos comprobando el nivel de estulticia del war room de turno. Como una estrella fugaz, la cuenta de Joana Masdeu desapareció de repente y solo dejó de ella el recuerdo de su fulgor y muchos memes fruto del habitual talento patrio para el pitorreo.
Comprenderán ustedes ahora la afirmación inicial de esta columna. Los independentistas no han logrado sus objetivos por la absoluta torpeza de su liderazgo, y no por nuestro acierto en defendernos como país. Y llegando a esta conclusión es inevitable se nos pasan de repente las ganas de reírnos con el cuento que les acabo de contar.
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