Siempre recordaré aquella desapacible noche de enero en la que la lluvia azotaba los cristales de nuestra vivienda en Baker Street, como si quisiera romperlos. “Algo importante debe ocurrir para que mi hermano Mycroft se haya desplazado con un tiempo semejante, Watson”, dijo Sherlock Holmes que durante toda la velada no había abierto la boca, enfrascado en un manuscrito medieval acerca de la línea genealógica de los Plantagenet. Al instante, escuché el picaporte sonando fuertemente, a la señora Hudson protestando y los pasos fuertes y decididos de Mycroft Holmes resonando en nuestra escalera. Abriendo la puerta con un gesto dramático inhabitual en él, de ordinario tan calmado, se desplomó sobre el sillón que quedaba vacío y se desmayó. Jamás he visto a Sherlock reaccionar tan vívidamente, precipitándose sobre su hermano y examinando su cuerpo en busca de heridas. “¡Watson, el coñac!”, gritó angustiado. Al instante, pude cerciorarme que aquello no era más que agotamiento y cuando, tras ingerir unos sorbos del licor, Mycroft Holmes se recompuso, sus palabras me dejaron estupefacto.
“Sherlock, he venido en persona anticipándome a la visita que te hará el Primer Ministro mañana”. Sherlock enarcó las cejas y cogió su pipa de arcilla, su preferida cuando se trataba de reflexionar profundamente. “Debe ser muy serio para que tanto tú como el Primer Ministro os dignéis a venir hasta Baker Street”. Mycroft se enjugaba el copioso sudor que brotaba de su calva prominente y, todavía ligeramente sofocado, respondió “Es imperativo que te ocupes de ello, Sherlock, el asunto es de la mayor importancia para la Corona y el país. Jamás se había producido un caso como el presente y es Inglaterra, no yo, quién te pide ayuda”. Sherlock se rio silenciosamente mientras exhalaba el humo de su pipa. “Déjame ayudarte. Vienes a solicitar mi ayuda en el caso del misterioso micrófono volador, motivo de un incidente más que desagradable entre Míster Vito Quileston y Míster Anthony Teacher en el que el primero perdió su micrófono, según testigos presenciales, tras ser lanzado por el segundo al arroyo”. No pude por menos que proferir un admirativo “¡Espléndido, Holmes, pero ¿cómo lo ha adivinado?”. “Mi querido Watson – me respondió – nunca suelo adivinar nada, tan solo me baso en los hechos.
He inferido que debía ser por este caso, que apenas ha recogido ningún diario salvo el siempre escandaloso The Star, porque no hace muchos días sucedió algo similar entre una tal Miss Anne Brown de Vera y un caballero de color, Mr. Bertrand Ndongo, un infame incidente en el que parece ser que un gorila apareció y desapareció en función del testimonio de la señorita”. “Entonces – dio Mycroft – te darás cuenta de la gravedad que comportan ambos casos. Espero que te emplees a fondo en los mismos”. “Todo lo contrario, querido Mycroft, estos dos sucesos, aunque inmorales, canallescos y propios de rufianes de los bajos fondos, no son más que pequeños hilos en una telaraña mucho mayor, un red que estoy empeñado en destruir. ¿Sabes algo del misterio del Fiscal General y los mensajes desaparecidos? ¿Te suena la desaparición de miles de mascarillas? ¿Tienes conocimiento de cierto lugar en Suiza, no muy lejos del Reichenbach, donde se reúne un ágora de conspiradores contra el Reino? Yo sí, y conozco muy bien la cabeza que manipula esa tupida red de crimen y felonía, y me he jurado no descansar hasta destruirla por completo”. Mycroft miró suplicante a su hermano. “¿Pero cuando, cuando será eso, Sherlock? ¿Es acaso ese individuo invencible?”. Sherlock juntó las yemas de los dedos y sus ojos brillaron misteriosamente, como si pudiesen ver más allá en el tiempo. “Yo no he dicho eso, pero debéis darme tiempo. Sólo algo más de tiempo”.
Y aquí tiene Netflix una idea para hacer una serie que no estaría nada mal.
Talleyrand
16/01/2025 09:08
Muy bueno. El tema sin resolver es quien es la,cabeza de la hidra? El que imaginamos todos, lo al y chulesco… o hay otro allende nuestras fronteras moviendo al muñeco handsome? That’s the question Mr. Fitz Giménez.
Bluesman
16/01/2025 09:20
"Pero, ¿quién crees que es?" preguntó Watson, ya algo perdido ante tanta diatriba Homelsiana. "¡Ah! Watson, Watson, parecería, por tu falta de sesera, que te he colocado como mi pequeño Sancho a dedo, y no por tu reconocida destreza en desenmarañar mis enrevesados pensamientos. Es Moriarty, Watson... Moriarty." El semblante de Watson cambió por completo y su cara reflejo asombro y, por qué no admitirlo, miedo. "Moriarty...", susurró. "Sí, querido amigo. Nos enfrentamos al caso más difícil de nuestra carrera literaria. Me temo, amigo," sentenció Holmes, "que alguno no saldrá vivo de esta."