Madrid está de moda. La ciudad vive una efervescencia imparable y todo parece señalar que ha venido para quedarse. Es un hecho que ya ni los barceloneses discuten, sino que muchos aceptan a regañadientes y con resignación. Algunos independentistas se refugian en el falaz argumento del efecto capitalidad, efecto que casualmente parece haber nacido hace cinco años y no hace 40, pero en el fondo, y en privado muchos lo reconocen, son conscientes de que ha sido el proceso nacionalista lo que perjudicado gravemente la economía catalana. Solo los más dogmáticos se agarran aún al clavo ardiendo del ‘Madrid ens roba’ que ya sabemos dónde nos ha llevado.
Hace pocos meses, Gerard Piqué, futbolista del FC Barcelona, reconocía que sentía envidia sana de Madrid y lo que está haciendo, y que le gustaría que Barcelona estuviese a ese nivel. Por su parte, Miquel Iceta, ministro de Cultura y Deporte del Gobierno de España, señalaba que "en Madrid se respira un dinamismo y fuerza que querría para Barcelona", unas declaraciones paradójicas puesto que es su partido quien gobierna la ciudad condal.
Miquel Iceta y Gerard Piqué son poco sospechosos de ser afines al ejecutivo de la Comunidad de Madrid liderado por Isabel Díaz Ayuso. Tampoco lo son los independentistas que reconocen el estado de gracia de la capital y el declive de Barcelona. La realidad es ya tan innegable que poco se puede argumentar a contrario sensu.
La Comunidad de Madrid lideró en 2021 la inversión extranjera en España, el 73% del total nacional. Asimismo, Madrid es también la región que más trabajo ha creado en el último año
Los datos de inversión extranjera son demoledores. La Comunidad de Madrid lideró en 2021 la inversión extranjera en España, el 73% del total nacional. Asimismo, Madrid es también la región que más trabajo ha creado en el último año y en cuanto a creación de empresas, es también líder con un crecimiento del 11% acumulado.
Cataluña y Barcelona, por su parte, no están al mismo nivel. Los catalanes hemos sufrido un feroz nacionalismo durante una década que ha lastrado el futuro económico de la región. La autonomía puesta al servicio de la creación de un proyecto identitario juntamente con unas políticas fiscales asfixiantes para empresarios, autónomos y trabajadores ha sido un cóctel mortal para el crecimiento de la región que ha visto como Madrid le superaba en PIB con un millón y medio menos de habitantes por primera vez en su historia y, posteriormente, como se alejaba paulatinamente quedando Cataluña sin capacidad de respuesta.
La situación en Cataluña no sería tan dramática si Barcelona hubiese actuado de contrapeso a la deriva iliberal del nacionalismo catalán, pero las políticas del Consistorio barcelonés no contribuyeron a mejorar la situación. Si Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, se puso de perfil durante el ‘procés’ e incluso simpatizaba con parte del discurso nacionalista, las políticas para la ciudad fueron desastrosas. Hundimiento del comercio, huida de inversiones, inseguridad y encarecimiento de la vida han sido algunas de las consecuencias de su gestión ideológica de la ciudad que un día fue símbolo de modernidad.
Eso pasa, inevitablemente, por abandonar los proyectos de creación de una identidad nacional, adoptar unas políticas liberales que acaben con el infierno fiscal
Cada comunidad escoge su camino. No es casual que los caminos de ambas regiones diverjan, cuando Madrid lleva 19 años seguidos bajando impuestos y Cataluña los lleva subiendo. Cuando Cataluña tiene 19 impuestos propios y Madrid cero. O cuando en Madrid hay seguridad jurídica y de Cataluña se han ido más de 7.000 empresas debido al intento de secesión.
Pese a todo, como buen optimista incurable que soy, creo que Cataluña y Barcelona pueden y deben volver a ser el motor de España. La sociedad catalana está llena de gente valiosa para volver a arriesgar, a crecer y a crear. Pero eso pasa, inevitablemente, por abandonar los proyectos de creación de una identidad nacional, adoptar unas políticas liberales que acaben con el infierno fiscal que se vive en esta tierra y devolver la seguridad jurídica a inversores y empresas. En otras palabras, Cataluña debe aprender de Madrid.
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