Los primeros análisis de las elecciones catalanas celebradas el domingo ponen el acento únicamente en recuperar la ansiada gobernabilidad de ese territorio, lo cual tiene su lógica después de una década de caos y falta de eso, gobernación; ponen/ponemos todos el acento en quién será investido presidente de la Generalitat, bien el socialista Salvador Illa, ganador de estos comicios, bien Carles Puigdemont, el ex presidente huido de la Justicia española desde hace más de seis años.
Y, dada la abultada diferencia (42 diputados socialistas frente a 35 de Junts), las apuestas a esta hora apuntan a Illa como próximo inquilino del barcelonés Palacio Sant Jaume por aquello de o yo o el caos; o el presidenciable socialista o una repetición electoral que nadie dice querer, y menos que nadie la gran derrotada, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), ya que a Puigdemont hoy por hoy no le dan los números para seguir montando el número, si me permiten la broma.
Sin embargo, muy poco o nada se está resaltando el hecho, a mi juicio, más relevante ocurrido este 12F: Cataluña ejerció su derecho a decidir, sí… para rechazar la matraca de la independencia. Una mayoría de ciudadanos de esa comunidad ejerció en sentido contrario el derecho a decidir que envenena los sueños del independentismo; lo hizo para dar carpetazo al procès inaugurado hace una década y consumado en aquel referéndum ilegal del 1-O de 2017.
Los catalanes han decidido normalidad; han elegido algo tan revolucionario como acabar con el desastre de Rodalíes (Cercanías) que les impide llegar a tiempo cada mañana al trabajo, acabar con esa falta de obras hidráulicas que ha agravado la sequía -antes que el de autodeterminación está el derecho a ducharse o a regar-, o poner coto al desmán de las listas de espera en la sanidad
Los catalanes han decidido normalidad; han elegido algo tan revolucionario como acabar con el desastre de las Rodalíes (Cercanías) que les impide llegar a tiempo cada mañana a su trabajo, acabar con esa falta de obras hidráulicas que está agravando la sequía -antes que el de autodeterminación está el derecho a ducharse o a regar-, o poner coto al desmán de las listas de espera en una atestada sanidad pública.
En total, más de 1,6 millones de catalanes han elegido formaciones no independentistas, PSC, PP, Vox o Sumar, que hoy suman una mayoría absolutísima de 74 diputados constituidos desde ya, cada uno desde su matiz español o plurinacional, sea esto último lo que sea, en el mejor antídoto ante cualquier veleidad secesionista contra la unidad del país y la convivencia. Punto y final.
Eso sí, vamos a ver mucha sobreactuación, mucha afectación de diseño en esta traca final por parte de ese Puigdemont No surrender (no nos rendiremos)m sabedor el líder de Junts per Catalunya de que este domingo empezó a acabársele el tiempo político. Fue él mismo quien dijo en campaña César o nada, “presidente o a casa”. Claro que eran momentos en que los sondeos le situaban a tiro de piedra electoral de Salvador Illa. No pudo ser.
Puigdemont podrá volver a España en cuanto el BOE publique la Ley de Amnistía porque tiene la gran suerte de que ni el juez instructor de su causa en el Tribunal Supremo de éste Estado español tan “represor”, Pablo Llarena, ni el presidente de la Sala Segunda, Manuel Marchena, están por la labor de decretar su ingreso en prisión preventiva
Puigdemont podrá volver a España en cuanto el Boletín Oficial del Estado (BOE) publique la Ley de Amnistía, el uno o dos de junio, porque tiene la gran suerte de que ni el juez instructor de su causa en el Tribunal Supremo de éste Estado español tan “represor”, Pablo Llarena, ni el presidente de la Sala Segunda, Manuel Marchena, están por la labor de decretar su ingreso en prisión preventiva.
Sí, la normalidad, ese bien tan preciado en Cataluña por escaso, también le ampara. El in dubio pro reo le va a beneficiar en tanto el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) no resuelva la cuestión prejudicial que le planteará el Supremo contra la legalidad y constitucionalidad de la Amnistía; mínimo, año y medio libre, lo que tarde en emitir su dictamen jurisdiccional el máximo órgano europeo.
Pasear por Gerona
En definitiva, el líder de Junts podrá volver a pasear este verano por Gerona, la ciudad de la que fue alcalde, incluso visitar la tumba de su madre, recientemente fallecida y a cuyo entierro no pudo acudir por la orden de busca y captura vigente hoy, pero ya sin esa aureola de president legitim resistente que ha cultivado durante los últimos casi siete años en Waterloo (Bélgica).
Será así como los expresidentes Jordi Pujol, Pasqual Maragall, Josep Montilla o Artur Mas que le precedieron; ni más ni menos. Eso también contribuirá a la tranquilidad en esa comunidad autónoma y en el conjunto de España. Y cuando éste tiempo de ruido y furia que ha sido el procès quede ya lejano en el tiempo y podamos mirar atrás sin ira, mucha gente del mundo independentista acabe pidiéndole cuentas de tanta matraca victimista sin sentido.
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