En medio del páramo helado y áspero que supone la política catalana he creído vislumbrar un rayo de luz, un tibio sol, una calidez que, aunque primeriza y tímida, parece que quisiera anunciar un estío que estallase en cien mil soles poderosos, en una luz que iluminaría hasta el más profundo de los rincones donde las sombras suelen parapetarse para resurgir con mayores bríos. Acostumbrados a las nieves del despotismo, capaces de congelar la sangre a toda una sociedad, y a los fríos de un ecosistema en el que solo hallan calor y acomodo quienes viven en sus cálidas dachas a costa de un pueblo que tiene helado el tuétano, cualquier mínimo calor parece una erupción volcánica.
Yo no sé que es lo que empieza a suceder, o acaso sí lo sepa pero no quiera entusiasmarme porque lleva uno tantos desengaños a sus espaldas que intenta evitar la enésima laceración política. Pero mantengo la secreta convicción de que alguna cosa empieza a deshelarse en Cataluña. El sólido bloque de hielo, hasta ahora impenetrable, inhóspito, monolítico, ofrece al observador atento unas pequeñas grietas, apenas perceptibles, pero grietas, al fin y a la postre. Y se encuentran en lo cotidiano, en lo corriente, en esos lugares por los que todos los totalitarismos comienzan a desmoronarse como un iceberg expuesto a los rigores de Febo.
La gente empieza a decir cosas. En voz baja, pero las dice. “Si tuviéramos a una Ayuso, incluso yo, que soy independentista, la votaría”. “Ojalá hubiera una Ayuso a la que votar, y lo dice uno de izquierdas”. “Si los partidos, en vez de reírles las gracias al separatismo, nos pusieran a alguien como Ayuso, ya verías si cambiaban las cosas”. Frases escuchadas en la calle, repetidas varias veces por bocas que, hasta ahora, en el mejor de los casos, optaban por silenciar su opinión. Existe mucha, muchísima gente harta del frío paralizante que nace de la estelada, los podemitas y los socialistas. Incluso aunque se reclamen de esas ideas. Porque lo importante es vivir, es no quedarse convertido en estatua de hielo como un remedo burdo de la mujer de Lot.
La gente empieza a decir cosas. En voz baja, pero las dice. “Si tuviéramos a una Ayuso, incluso yo, que soy independentista, la votaría”. “Ojalá hubiera una Ayuso a la que votar, y lo dice uno de izquierdas”
En esta Sodoma y Gomorra catalana donde los políticos se reparten entre ellos dineros públicos que tanto necesitan las personas de una manera pornográfica, en la que solo cuidan de los apesebrados obedientes y sumisos lacayos de sus consignas, encontrar un justo podría ser difícil, pero si lo hubiese, la gente apostaría sin pensar si es de derechas o no. Porque todos quieren volver a abrir su tiendecita, su bar, su pequeña empresa, quieren dejar de vivir en la comunidad autónoma más cara de España, quieren menos impuestos y más libertad y servicios, quieren instituciones al servicio de todos y no tan solo de una élite que es de la opinión de María Antonieta acerca del pan y de los bollos.
Porque la gente no vive ni de banderas, ni de repúblicas vagas ni de empoderamientos para gandules. La gente vive de lo sólido, de lo real, de lo único que hace que una tierra sea próspera, a saber, el trabajo, la circulación del dinero, el estímulo a la creatividad, a la iniciativa, al ingenio, al esfuerzo, a la honradez. Y como mis paisanos han comprobado que eso puede lograrse, muchos, cada vez más, creen que en Cataluña podría romperse el maleficio y despertar a la princesa del mal sueño que le causó en su día pincharse con el huso de la rueca fabricada por el nacionalismo.
Es posible que la primavera rotunda y positiva que ha estallado en Madrid pudiese tener su réplica en esta, en apariencia, desértica y desarbolada zona del mapa. Al fin y al cabo, todos tenemos que comer a diario, pagar facturas, vivir con nuestros zapatos y no con los que nos prometen los de siempre y que nunca acaban de llegar. Algo se está insinuando en Cataluña, créanme. Si se malogra o no ese débil rayo de sol será por culpa de los partidos que, como el PSC, ya proponen unir a catalanes, valencianos, mallorquines o aragoneses en un frente anti Madrid. Lo ha dicho Illa, un cubito de hielo que sería el primero en fundirse ante el calor de la pasión por las personas y sus problemas.
No sé si me explico.