Opinión

Más que un error, una idiotez

El nacionalismo, ideología que suele instalarse paulatinamente -al menos en las sociedades actuales- es la habilidad, por no llamarlo arte, de hacer que algo inconcebible pase a ser una posibilidad

El nacionalismo, ideología que suele instalarse paulatinamente -al menos en las sociedades actuales- es la habilidad, por no llamarlo arte, de hacer que algo inconcebible pase a ser una posibilidad que acaba por parecernos incluso el desenlace más probable.  Ese es el camino de la secesión, que lo inconcebible se convierta en posible.

Pongamos un ejemplo para aclarar este galimatías: cuando un político de la metrópoli -por utilizar la terminología académica- niega la posibilidad de una secesión está haciendo precisamente lo contrario, es decir, consiguiendo que lo inconcebible se convierta en algo posible. Dar pábulo a las aventuras políticas es un gran nutriente para los secesionistas. 

Es complejo valorar el impulso secesionista en España. En Cataluña y el País Vasco se suelen hacer encuestas al respecto, y de forma indirecta también las hace el CIS cuando pregunta sobre la conciencia nacional en las distintas regiones. A la vista de estos estudios y de los resultados electorales, participación incluida, se puede afirmar que el secesionismo en Cataluña está respaldado, como mucho y desde hace décadas, por un tercio de la población, lo que lo convierte en una opción minoritaria que además no parece que crezca pese a los denodados esfuerzos, muchas veces ilegales, de los gobernantes catalanes.

Imposible en la UE

Las encuestas se refieren a un momento determinado y no valoran las consecuencias de una secesión, cuando en un referéndum muchos votarían haciendo un cálculo de las pérdidas o ganancias. Una de las claves sería el principio, básico aún en la UE, de negar absoluta y tajantemente la ampliación (internal enlargement) de la UE por la secesión de algún país miembro. Es por tanto inconcebible hoy, que una Cataluña independiente pueda ingresar en la UE.

Cataluña sufre una inestabilidad política e institucional (en once años ha habido cinco elecciones) pero su población no parece estar pagando las consecuencias. La economía catalana crece, aunque no todo lo que debería a causa del estatismo, la fiscalidad y el “capitalismo de amiguetes” que la enfanga. Los catalanes viven bien, están razonablemente contentos y la región catalana sigue siendo un punto bastante atractivo para inversores, turistas y estudiantes.

En este contexto el presidente Sánchez se ha empecinado en indultar a unos sediciosos cuya condena ya era excesivamente suave si consideramos el quebranto producido. Sólo el 23-F y el terrorismo de ETA han generado más problemas que el estúpido arrebato de aquellos infames días de octubre de 2017, casualmente cien años después de la revolución soviética. Y todo ello en un país del primer mundo, con una renta per capita elevada y una estructura institucional de primer orden. Un auténtico bochorno.

La sesión del Liceo

Las formas no pueden ser peores: Un Estado central que se rinde ante una instancia inferior y periférica, una bilateralidad sin sentido ni soporte legal, una fatuidad -sesión en el Liceo incluida- que alimenta algo a lo que no debe darse pábulo alguno y un presidente del Gobierno que se llena la boca de magnanimidad y al que le ríen las gracias y por cuestiones pecuniarias los ricos del país.

Dicen que hay un choque de instituciones y si lo hay es porque lo permiten. En el caso de Sánchez porque necesita al adversario para mantener su gobierno, única razón de los indultos. Nuestra Constitución es clara al respecto: ante cualquier choque de instituciones se aplica el artículo 155 -bien y de forma eficiente, no como hizo Rajoy- y se acaba la provocación sin entrar en ella. No es difícil imaginar que, si se hubiera aplicado dicho artículo en julio de 2017 y no en octubre de ese mismo año, se hubieran evitado no sólo el mencionado choque, sino también el encarcelamiento de los responsables y demás consecuencias. La Constitución no admite la bilateralidad en las relaciones entre administraciones y establece una jerarquía muy clara que debe ser respetada. Recordemos el juramento o promesa al acceder a cualquier cargo público. De ahí la importancia de la fórmula y no  la jarana en la que la hemos convertido.

Revanchismo y venganza

Y el contenido, que es lo que perdura, es aún peor. Los sacan de la cárcel como si fuera una amnistía o la liberación de una dictadura, y de forma colectiva lo cual transgrede cualquier sentido legal y político. Se habla de venganza y revanchismo cuando se está aplicando la ley y se traslada el choque institucional al poder judicial y a la Corona como si estos fueran menos importantes que la Generalitat. El Estado, que raramente es ejemplar y de todos, tiene hoy más que nunca al PSOE como exclusivo dueño y cuando un partido político es identificado como tal el derrumbe electoral es inevitable. 

En conclusión, en este forcejeo con los nacionalistas, el Estado debe hacerse prevalecer. Algo (aunque mal y tarde, reiteramos) se consiguió con el artículo 155. Ahora con los indultos vuelve la bilateralidad e incluso el sometimiento a una administración inferior y el choque institucional vuelve a ser inevitable. Un error, una idiotez.

Artículo escrito en colaboración con Jorge Fernández Sastrón.

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