Opinión

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Dentro de una generación, dos a lo sumo, nadie en mi tierra sabrá que Cataluña formó parte de España

El programa de amnesia hipnótica al que es sometida la población escolar así lo indica. En las escuelas no se enseña a pensar, sino a engullir doctrina. Doctrina separatista, por descontado. Esa es la tónica general, con todas las excepciones que ustedes quieran, pero no le den más vueltas al asunto. La educación en mi tierra es adoctrinamiento puro que va desde la cuestión lingüística, con el español – hay que empezar a llamar a nuestra lengua como lo que es, el idioma de España – a la historia. El constructo mendaz y pacientemente elaborado por décadas y décadas que ha terminado por pasar como dogma de fe es tan enorme y se ha ramificado de manera tan extensa y profunda que no es posible extirpar el tumor.

Les pongo un ejemplo: imaginen que se prohíbe el catalán como lengua académica; que se prohíbe toda materia y su contenido que no sea la oficial para todo el Estado, desde un gobierno libre de ataduras con separatismos; imaginen que dispongamos de una educación pública, laica, rigurosa, de calidad y ajena a cualquier veleidad regionalista en la que se inculquen principios cívicos. En fin, si no quieren imaginar, den una ojeada a la escuela en Francia, Alemania e incluso Italia y entenderán lo que digo.

Pues bien, sostengo que, aun dándose esos supuestos, el fermento separatista no sería erradicado, tal es el arraigo que ha tenido desde el siglo XIX hasta ahora sin que ni monarquías ni repúblicas ni incluso el franquismo haya sido capaz de sustituirlo por un sentimiento afectuoso hacia España y lo español. No porque anide en el catalán un odio atávico y secular contra España, al contrario, somos una tierra en la que, cuando hemos vivido ayunos de atrabiliarios profetas de campanario y faltriquera saciada, hemos dado lo mejor de nosotros para con nuestra patria. El catalán, ya lo dijo Pla, siempre fue un español al que le decían que debía ser otra cosa, como el pagés que citaba D’Ors, que se rebelaba ante la idea de ser castellano no teniendo ningún problema, en tanto que catalán, en sentirse español al cien por cien.

Sánchez lo tiene de molde a la hora de acabar de liquidar lo poco, poquísimo, que queda de España aquí. La resistencia lo tiene peor. Porque no se es menos español por redactar proclamas en catalán ni se es menos patriota por llevar una senyera que es, además, símbolo de la Corona de Aragón y que figura en el escudo nacional. Si zotes son aquellos que odian cualquier cosa que venga de España por ese simple hecho, zotes son igualmente quienes odian, palabra que a uno le gustaría ver desterrada de todos los diccionarios, todo lo que huela a catalán. Así hemos llegado a este punto en el que España está a punto de entregar sus últimas armas y bagajes en manos de unos señoritos que tan solo han sabido esgrimir mentiras y más mentiras, dándoles lo mismo decir que Santa Teresa era catalana, que Cataluña fue un reino o que España nos roba.

Los separatistas ganaron la batalla de la enseñanza y la de los medios de comunicación, lo que equivale a decir que ganaron la de las palabras.

El discurso, señores, el discurso era lo más importante, porque sin él no hay ley que pueda cumplirse ni convicción que se convierta en permeable. Los separatistas ganaron la batalla de la enseñanza y la de los medios de comunicación, lo que equivale a decir que ganaron la de las palabras. Vean, por citar un caso, el argumento esgrimido por Torra acerca de que el ochenta por ciento de los catalanes están por un referéndum. Ni la aritmética electoral ni las encuestas, por más cocinadas que estén, dan ese resultado. Nunca. Los partidarios de la independencia jamás pasaron numéricamente de ser los mismos que tenía CiU, ahora fragmentados en varias opciones, es decir, menos de la mitad de catalanes.

Ese tanto por ciento, que Torra exhibió de nuevo en su rueda de prensa tras verse con Sánchez, es una fake news, como dicen ahora, sacada de una encuesta publicada por el Grupo Godó hace ya bastantes años. Los separatistas se aferran a ella, lógicamente, porque les viene muy bien; los otros, y no me refiero a los social comunistas, sino a las buenas gentes del resto de España, a mis compatriotas, también la dan por buena y dicen “Pues que se vayan” o “Boicot a los productos catalanes”, metiéndonos a todos en el mismo saco, cosa que también les va de perlas a los lazis. Pero todos dan por bueno el aserto. Todos han comprado la mentira en un sentido o en otro. Todos hablan del problema catalán, cuando el problema es con los separatistas. Todos hablan de Cataluña, pero pocos de los catalanes.

Todos han comprado la mentira en un sentido o en otro. Todos hablan del problema catalán, cuando el problema es con los separatistas. Todos hablan de Cataluña, pero pocos de los catalanes.

La idea de una España patria común de todos con los mismos derechos y obligaciones, en la que se cultive un sano patriotismo, exento de tintes chauvinistas y excluyentes, me temo que ya es una pura quimera. Y no existe patria sin patriotas. Se debería poder ser español en catalán y catalán en español. Ese sería el auténtico patriotismo. De ahí que borrar a España sea tan fácil en tantos rincones de esta antigua piel de toro, tan maltratada por aquellos que deberían amarla.

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