Opinión

Cataluña, a la espera del juego de cartas marcadas entre Sánchez y Puigdemont

Durante el grotesco sexenio presidencial de Luis Echeverría en México (1970-1976) arraigó la apreciación de que, “si Kafka hubiera nacido en México, sería un escritor costumbrista”. El feliz hallazgo pronto se extendió a lares an

Durante el grotesco sexenio presidencial de Luis Echeverría en México (1970-1976) arraigó la apreciación de que, “si Kafka hubiera nacido en México, sería un escritor costumbrista”. El feliz hallazgo pronto se extendió a lares anejos hasta cruzar el Atlántico y encontrar puerto en la España sanchista dándose el caso extremo de Cataluña donde lo kafkiano y lo surrealista se dan la mano atendiendo a los resultados de las elecciones autonómicas de este 12 de mayo y a sus predecibles secuelas. Nada de ello hubiera sido factible sin un veleta andante que no conoce más verdad que la mentira como Pedro Sánchez. Pese a ello, anoche tocaría la lira de felicidad por la victoria del PSC tras desatar un incendio que ilumina con sus llamas el retorno de un golpista como Puigdemont encumbrado sobre sus hombros de gigante con pies de barro.

Así, al aguardo del paréntesis que se abrirá hasta cerrar las urnas europeas del 9 de junio alargando el suspense y no descubrir sus naipes para no arruinar sus expectativas en esas elecciones de circunscripción única, todo apunta a que quien se comprometió a poner a recaudo de la Justicia al prófugo Puigdemont para que pagara por sus delitos no puede descartar reponerlo en la poltrona desde la que perpetró su asonada de 2017 contra la legalidad constitucional y la unidad de España. Sánchez no sólo resucita a otro vivales como él mismo para que éste proclame no sin recochineo: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, como en los versos de Juan Ruiz de Alarcón en “La verdad sospechosa”, sino que se ata aún más a este muerto bien vivito al que adeuda La Moncloa.

Rondando ese punto de abyección, si alguien cree entender lo que acaece en esta España manicomial es que no ha hecho la pregunta adecuada, como se bromea en los pagos latinoamericanos en los que un extinguido Podemos, primero, y un podemizado PSOE, luego, han hallado la fuente de inspiración -incluso sus asesores- para su devastador populismo. Como Shakespeare pone en labios del bufón del rey Lear, malos tiempos, sin duda, cuando los locos guían a los ciegos. Es lo que acontece en una España, con Cataluña como adelantada, fiada a gobernantes que quebrantan la ley al servicio de los delincuentes.    

Lo más estupefaciente es corroborar cómo dos aventureros del jaez de Sánchez y Puigdemont se erigen en dueños de la situación en su convergencia entre un desertor de la Justicia y otro del Estado de Derecho

Desde que los locos se apoderaron del manicomio catalán a raíz de que Puigdemont arribara de carambola a la Presidencia de la Generalitat en 2016 tras decapitar la CUP a Artur Mas después de salirle por la culata su tiro de anticipar las votaciones, como Pere Aragonès ahora, y ampliaron su locura hasta convertir el  “procés” catalán en “proceso” español, cualquier disparate tiene asiento y cuerpo de ley. Por eso, no por más previsible, resulta menos desconsolador el “Cafarnaúm” electoral catalán echando mano del neologismo que Josep Pla introdujo en El cuaderno gris para describir el desparrame de legajos esparcidos por el suelo con que se dio de bruces al visitar el juzgado de Balaguer.

En este Cafarnaúm, lo más estupefaciente es corroborar cómo dos aventureros del jaez de Sánchez y Puigdemont se erigen en dueños de la situación en su convergencia entre un desertor de la Justicia y otro del Estado de Derecho. En su común ambición, confluyen cual polos opuestos del imán al precisarse mutuamente. En su giro de 180º con respecto a quien devuelve a España en andas, luego de que éste le proclamara presidente con sus escaños en las Cortes, Sánchez lograría atrincherarse en la Moncloa, desde luego, pero también blanquear su autogolpe contra la legalidad constitucional. A este fin, de la mano de sus socios Frankenstein, persigue arrollar la independencia judicial y silenciar a la prensa crítica para que no interfieran su demolición constitucional.

Así, en vez de someter al “pastelero loco” al Estado de Derecho, Sánchez rinde el Estado y el Derecho a este delincuente en la peor de las corrupciones. En función de ello, España presenciará en breve la esperpéntica repatriación de quien podrá invocar el traslado de Napoleón desde su destierro en la isla de Elba hasta París con la prensa sanchista compitiendo en obsequiosidad con aquella gacetilla de Le Monitour. Así, el descalificatorio titular inicial de “El Antropófago ha salido de su guarida” culminó en un alborozado “Su Majestad Imperial y Real hizo ayer su entrada en el palacio de las Tullerías en medio de sus fieles súbditos”, al tiempo que un bromista colgó en la plaza de Vendôme este cartel: “De Napoleón a Luis XVIII: mi querido amigo, no es necesario que mandes más tropas, ya tengo suficientes”. Tras amnistiar sus fechorías por su puñado de votos, el sedicioso apareció ya en la noche del domingo más férvido, supremacista y totalitario que nunca con la avenencia de quien no ha aprendido nada de quien no se ha olvidado de nada tras huir en el maletero de un coche.

 Al modo de La extraña pareja, la genial comedia interpretada por Jack Lemmon y Walter Matthau, Sánchez y Puigdemont rememoraran la escena en la que el propietario de la casa se reincorpora a la timba de regreso de la cocina a donde había acudido a buscar comida y reclama imperativamente. “¡Sostened bien altas las cartas que quiero ver dónde las he marcado!”. Si extravagante era aquella pareja cinematográfica, no lo es menos la compuesta por estos extraños compañeros de cama como antes lo fueron Sánchez e Iglesias hasta que el primero deglutió al segundo adueñándose de su programa.

Sánchez tendrá que hacer otra vez de la necesidad virtud plantando el candelabro nada exponible de Puigdemont en su despacho monclovita

Empero, a Sánchez le costará más desembarazarse de Puigdemont sobreviniéndole quizá lo que al médico de Chejov con el candelabro de bronce que le regaló una agradecida anticuaria por salvarle la vida a su único hijo. A través de éste, le pide que acepte su atención excusándose de no tener la pareja del candelero. Al estar decorada por unos osados desnudos, el sentido pudor del galeno le disuade de exponer la joya en su casa o en su consulta. En vista de ello, resuelve donarla a un tercero que, por esa causa, obra otro tanto yendo la lámpara de mano en mano hasta que el último receptor, ignorando su procedencia original, se la vende a la anticuaria. Al poco, el facultativo se topa con que el vástago de la coleccionista se deja caer con otro hato: “¡Doctor, imagínese nuestra alegría! Fortuitamente, hemos localizado el otro candelabro”. Estupefacto, no atina a decir esta boca es mía.

Con la posición alcanzada ayer y su exigencia de ser repuesto en la Generalitat, Sánchez tendrá que hacer otra vez de la necesidad virtud plantando el candelabro nada exponible de Puigdemont en su despacho monclovita. Todo advierte que la nueva victoria del PSC no evitará que Sánchez restituya a Puigdemont en la Generalitat si desea despejar de trabas la legislatura a la espera de mejor coyuntura electoral. Ganada su hegemonía soberanista ante una ERC opacada por Sánchez y por su nefasta gestión merced a unos golpes de efecto que Sánchez ha emulado con su fingida dimisión, el fugado Puigdemont podría encaminarse al Palacio de la Generalitat sobre la alfombra tendida por un Sánchez que primero legitimó la insurrección y luego la legalizó interiorizando la quimera secesionista.

Con ese éxito regalado por un PSC abiertamente nacionalista, pese a jugar con la ambigüedad para captar el voto de los incautos constitucionalistas, se dispondrá a llenar la cartera con el dinero de todos los españoles y a convocar una consulta soberanista que se travestirá como se quiera, pero cuyos efectos serán tan reales como letales para la convivencia, por más que el hartazgo haga mella en ciudadanos que desconectan pensando con ello ahorrarse dolores de cabeza que no desaparecerán. Por su naturaleza, el separatismo es expansionista y, como los aviones en vuelo, no pueden pararse sin desplomarse.

Si Sánchez impone a Illa que Puigdemont presida la Generalidad, el golpe habrá triunfado en Cataluña para que Sánchez, atado de pies y manos, complete su mandato

Este triunfo sin laurel del PSC le servirá, en cambio, a un ególatra como Sánchez para sacar pecho frente al PP, pero sin abultarlo tanto como para que la cohorte independentista no se vuelva en su contra para ponerlo firme. A diferencia de la reciente cita vasca, Sánchez no salva su particular juego de las siete y media que le permitió conservar su “entente cordiale” con el PNV, al refrendar el gobierno bipartito, y con EH-Bildu, cuya crecida quedó al ras del “sorpasso” al PNV. Ello hubiera originado un escenario inmanejable al tener que optar por uno de sus socios vascos. Desde anoche, por contra, tiene rebrincados a sus dos socios catalanes a la espera de ser resarcidos.

En esa tesitura, Salvador Illa volvería a ser el doméstico de Puigdemont que ya ha sido de Aragonès por imponderables de Sánchez. Si éste impone a Illa que Puigdemont presida la Generalidad, el golpe habrá triunfado en Cataluña para que Sánchez, atado de pies y manos, complete su mandato e intensifique su ofensiva para dejar fuera del juego político a quienes sitúa al otro lado del muro que traza fortificando el pacto del Tinell socialista con el separatismo suscrito en tiempos de Zapatero con Maragall en la Generalitat.

El procés abrió la caja de Pandora y amenaza con tragarse la democracia española, además de fracturarla, por medio de dos irredentos mitómanos, frívolos oportunistas, sin principios ni valores, pero con una codicia acorde a su inabarcable narcisismo

No hay que descartar, claro, una repetición electoral que no aclarará un laberinto catalán que es cosa de psiquiatras como también comienza a serlo para el resto de España tras la falsa-cuasi-dimisión de Sánchez con el Rey de señuelo. Pero no parece probable, por lo que el PSC tendrá que dejar gobernar o gobernar con Puigdemont a fin de desactivar la bomba de quien puede hacer saltar por los aires la Presidencia de Sánchez. Un “psicópata de carrera” como Puigdemont, recobrando la definición del ex primer ministro Cameron sobre Boris Johnson, se ve refrendado en su aspiración de tener una segunda oportunidad de ganar un referéndum de independencia y de cambiar la historia de Cataluña y, por ende, de España y Europa. En río revuelto, quien permanece observando es el que atrapa los peces.

En suma, el procés abrió la caja de Pandora y amenaza con tragarse la democracia española, además de fracturarla, por medio de dos irredentos mitómanos, frívolos oportunistas, sin principios ni valores, pero con una codicia acorde a su inabarcable narcisismo. Bajo la bandera de una supuesta normalización por la que Sánchez viene claudicando ante el independentismo, se propicia una independencia a plazos en la que la cuestión no es el referéndum, sino sus condiciones rumbo a esa estación término favorecida por gobiernos que dejaron arrancar jirones de soberanía por temor a  confrontar con un nacionalismo que ha correspondido con deslealtad irrefrenable. A base de ir tirando, desatentos a la suerte que corran venideras generaciones, gobernantes burriciegos no han querido ver más allá de la siguiente cita electoral.

Cuando la política se desliga de la verdad del modo en que procede Sánchez, ésta “se corrompe desde dentro y termina convirtiendo al Estado en una maquinaria que destruye el Derecho”, como avizoró la gran pensadora judía Hannah Arendt.  Justo lo que se registra en una España donde se corroe su orden constitucional y se deshace la solidez de su Estado casi sin ruido ni estremecimiento aparente.

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