Carles Puigdemont ha basado su suerte política en unos radicales a los que debe su supervivencia en la cámara autonómica. De ahí que haya puesto los medios de comunicación de la Generalitat y los Mossos d’Esquadra a su servicio. TV3 siempre está dispuesta a darles más protagonismo del que merecen por su representación parlamentaria y la policía no duda en mirar hacia otro lado cuando perpetran algún desmán. La imagen de los Mossos tratando casi con cariño a unos exaltados que dejaron la sede central del PP catalán hecha unos zorros lo dice todo.
La antigua Convergència pujolista, el partido del orden y de las clases medias acomodadas catalanas, se ha convertido en el cómplice de todo tipo de desmanes. Todo por continuar su huida hacia adelante
Y la rueda de prensa de la portavoz parlamentaria de la CUP, con un atril, en la misma puerta de local de los populares era la mejor muestra de la impunidad. Los radicales se sienten fuertes y se ríen en la cara de los constitucionalistas catalanes, ante sus narices. Primero ‘redecoran’ la sede y luego, con la cola y la pintura fresca y la policía mirando, presumieron ante las cámaras de TV3 de la ‘hazaña’. La antigua Convergència pujolista, el partido del orden y de las clases medias acomodadas catalanas, se ha convertido en el cómplice de todo tipo de desmanes. Todo por continuar su huida hacia adelante.
El problema es que Puigdemont comienza a oler a garrote. Porque si sus socios de la CUP siguen con su escalada para amedrentar a la mayoría de los catalanes que no somos secesionistas, el ‘president’ no podrá decir que no comparte esa línea de actuación. Él la permite, y por lo tanto es cómplice. Son sus socios de gobierno y les trata con todo el cariño que merecen los diez diputados que necesita para no convocar unas elecciones que significarían en fin de la hegemonía convergente dentro del soberanismo catalán. De hecho, la actuación errática del PDeCAT ha convertido a los ojos de buena parte de clase política madrileña en un hombre ‘razonable’ a Oriol Junqueras. Hay que recordar que es el máximo dirigente de un partido, ERC, que por si algo ha destacado a lo largo de su historia ha sido por su poco respeto a la buena convivencia entre todos los catalanes.
Para conseguir que en Cataluña sea hegemónica la convivencia, y no la división y la exclusión, hemos de cambiar el relato que tenemos como comunidad
Para conseguir que en Cataluña sea hegemónica la convivencia, y no la división y la exclusión, hemos de cambiar el relato que tenemos como comunidad. Un claro ejemplo es el once de septiembre, lo que los separatistas llaman ‘Diada nacional’. Esta fecha no es una festividad que pueda ser celebrada por todos los ciudadanos. Porque año tras año los secesionistas preparan un aquelarre de división y de odio a todos los compatriotas del resto de España. El proceso es siempre el mismo: a medida que se acerque esta fecha aumentará el número y la intensidad de los mensajes excluyentes.
Volverán a demostrar que están convencidos de que la vía pública es exclusivamente suya y que el resto de catalanes que no piensan como ellos, y que somos mayoría, no les importamos. De hecho, ni nos consideran catalanes, sino ciudadanos de segunda, unos “colonos” o “fuerza de ocupación” de lo que consideran “su” territorio. Unos seres que podrán elegir entre acatar su voluntad o coger la maleta e irse. La agresividad de su propaganda conseguirá que millones de catalanes no abran la boca durante la ‘Diada’ y acepten en silencio la demostración de su poder. Una vez más.
En una Cataluña con Sant Jordi como eje central no tienen sentido los escraches de las CUP ni las manipulaciones propagandísticas de TV3
Pero estamos a pocas semanas de otra festividad catalana que sí que es integradora. Qué nos representa a todos los catalanes. Qué no está basada en el odio, sino en el amor y en la amistad. El 23 de abril es Sant Jordi, el día del libro y la rosa, la fecha que debería ser la escogida para los actos institucionales de las administraciones catalanas. Por qué todos nos sentimos cómodos en un día así, los catalanes y el resto de españoles, porque se homenajea a la cultura y al cariño y no se busca dividir, sino unir.
En una Cataluña con Sant Jordi como eje central no tienen sentido los escraches de las CUP ni las manipulaciones propagandísticas de TV3. En una Cataluña que escoge el 11 de septiembre como fiesta de la comunidad todas las prácticas excluyentes caben, porque el mensaje del odio necesita herramientas que lo difundan. Por eso hemos de trabajar para que el 23 de abril sea nuestra fiesta. Un día en el que el presidente de la Generalitat no olerá a garrote, sino a tolerancia y civismo.
(*) Sergio Fidalgo Piña es Presidente del Grupo de Periodistas Pi i Margall
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