Tengo un hijo que ha acabado ahora segundo de Bachillerato y no sabe muy bien por dónde tirar; preso de ese peligroso “algo habrá que hacer” que ha llevado a tanta gente a cometer tantas equivocaciones a lo largo de la historia, Aitor no sabe el qué ni el cómo, pero exhibe una hiperactividad mal disimulada que nos está poniendo a todos en casa de los nervios. Mi principal consejo en esta su hora crucial, es: “Vayamos por partes. Ahora preocúpate de aprobar la EBAU y luego decide, primero, qué no quieres ser; lo verás todo un poco más claro”.
A mí me fue bien esa estrategia porque, raudo, -para sorpresa de familiares y amigos- descarté ingresar en la Escuela de la Marina Mercante, justo a quince minutos andando de la casa familiar en Santander... y es que sólo yo sé lo huérfano que me había sentido durante los 30 años y pico que duró la singladura vital por América y luego por el Mediterráneo de Enrique, mi padre. Luego, en aquellos primeros años 80 me dio por ganar un dinero extra trabajando de camarero de junio a septiembre, a razón de catorce horribles horas diarias en un restaurante del puerto pesquero... Sí, lo han adivinado: Segundo descarte, la hostelería, tampoco era lo mío.
¿Por qué cuento aquí esta peripecia? Porque cuarenta años después veo a todo un presidente del Gobierno, a ministros, politólogos, escritores, amigos y compañeros periodistas, gentes honestas a las que admiro intelectual y profesionalmente, a punto de sucumbir -qué difícil resulta conjugar el no- ante ese “algo habrá que hacer en Cataluña” en la particular 'EBAU política' que se avecina.
Algo habrá que dar de comer al tigre, parecen insinuar; como si España debiera algo a Puigdemont y Junqueras, y no fuera suficiente nuestra predisposición a tirar para adelante y hacer tábula rasa del atentado a la convivencia que fue el 1-O de 2017
Algo habrá que dar de comer a ese tigre independentista que da señales de volver a despertarse, intentan justificarse, como si España debiera algo a los Carles Puigdemont y Oriol Junqueras de turno; como si no fuera suficiente nuestra predisposición a tirar para adelante y a hacer tabula rasa del atentado a la convivencia -en aras de la ídem no volveré a hablar de golpe- que supuso aquel referéndum del 1-O de 2017 y todo lo que vino después en la calle incendiada.
Entiendo la muy humana ansiedad de Pedro Sánchez por que Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) no convierta su mandato en un fiasco obligándole a adelantar unas elecciones generales que, tras la debacle en Madrid el 4 de mayo, pintan 'negro hormiga' para el PSOE; vaya si lo entiendo.
Pero el hoy inquilino de La Moncloa debe tener muy en cuenta que el 'tigre' es insaciable por naturaleza -¡si ha sido lanzar el globo-sonda de los indultos y pedir ERC una silla para Junqueras en la futura mesa negociadora!-; que Puigdemont y las CUP, después de ver a Junqueras ahí sentado de tú a tú con Carmen Calvo y otros ministros, se revolverán con una escalada de reivindicaciones imposibles, entre ellas el manoseado referéndum a la escocesa, lo cual obligará al president de la Generalitat, Pere Aragonés, a elevar el listón, y suma y sigue.
No puede dar sensación, presidente, de que tiene usted más prisa en conceder el indulto que los reos, alguno de los cuales, Junqueras mismamente, dijo aquello de: “Se lo pueden meter por donde les quepa”
Los libros de Historia no hablarán de si estuvo tres o cinco años en La Moncloa, presidente, no se engañe; de lo que hablarán es de su gestión de la agenda soberanista que le quiere imponer el independentismo. Su planteamiento, que sólo puede ser la defensa del Estado en su integridad que heredó de Mariano Rajoy y éste de sus antecesores; nunca podrá partir del adolescente “algo hay que hacer en Cataluña”, que a veces va unido a una pregunta capciosa para los escépticos, como yo, respecto al carácter balsámico y taumatúrgico del diálogo: “¿Y tú qué propones para salir de esta situación?”...
Pues mira -suelo responder- primero “no darles la razón” aceptando que representan a “Cataluña” cuando no suponen más del 40% del censo de los casi siete millones que allí habitan; y, segundo, aplicar el mismo espíritu de descarte y línea roja que recomiendo en esta hora crucial para sus estudios a aquel a quien más quiero: “Algo no habrá que hacer en Cataluña”. Esto:
- No puede dar sensación, presidente, de que tiene usted más prisa en conceder los indultos que los reos, alguno de los cuales, Junqueras mismamente, dijo desde la cárcel de Lledoners aquello tan conciliador de: “Se lo pueden meter por donde les quepa”
- No puede permitir que ese mismo Junqueras condenado por sedición a 13 años de cárcel se siente a la mesa negociadora, igual que nadie hubiera entendido hace cuarenta años que su antecesor, Felipe González, hubiera aceptado sentar a la mesa con el exteniente coronel Coronel golpista Antonio Tejero o los también tenientes generales encarcelados Jaime Milans del Bosch o Alfonso Armada... ¿Para hablar de qué en nombre de Cataluña?
- No puede rebajar (ahora, dentro de unos años veremos) las penas por delito de sedición porque dejaría a los pies de los caballos al Cuerpo Diplomático español, que es también el suyo, al que el Estado tiene desde hace cuatro años ejerciendo proselitismo a favor de la democracia que somos ante las cancillerías del mundo entero
- En definitiva, presidente, la solución al desafío independentista no puede ser que el Estado acepte implícitamente que “alguna razón tenían” y por eso les indultamos, rebajamos la pena por sedición para que vuelva Puigdemont a España y sentamos a Junqueras a la mesa negociadora.
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