“¡No us mereixeu la senyera que porteu!”, gritan a los mossos los 300 CDR que taponan el cruce de avenida de las Atarazanas y Portal de Santa Madrona, frente al Museo Marítimo. Se trata de uno de los hits más coreados de la fanzone, y sugiere la existencia de dos clases de catalanes: los que merecen serlo y los que no. Los primeros rinden culto a una nación inexistente, con arreglo a un programa fundado en el supremacismo que pretende convertir en extranjeros a los segundos, y con ellos a la totalidad de los españoles.
La policía autonómica es una expresión particularmente aberrante del enemigo, el equivalente entre las fuerzas del orden a los (escasos) maestros de catalán que no profesan la fe cuatribarrada, y que hacen explotar el odiómetro. Al nacionalismo, ciertamente, le irritan las extravagancias. “¡Cipayos!”, profiere un cederrón (quién iba a sospechar que la realidad acabaría deparando un uso pertinente a este casticismo grijelmiano) mientras se provee de botellines (vacíos) de cerveza en la bocacalle de Cid.
“Agafarem les pistoles i us rebentarem el cap!”. ‘Agafar’ significa coger y ‘cap’ significa cabeza.
La pulsión batasuna de los independentistas catalanes va dejando un reguero de apropiaciones culturales. Esta semana, sin ir más lejos, en la Universidad Autónoma de Barcelona. “Agafarem les pistoles i us rebentarem el cap!”. ‘Agafar’ significa coger y ‘cap’ significa cabeza. Me acompaña el escritor Julio Valdeón, hoy en lides reporteras.
Considerando en frío, que dirían Bustos y Vallejo, no harían falta periodistas de Madrid, Valladolid o Pontevedra para cubrir los altercados. ¿Acaso no tiene Cataluña sus periódicos decanos, sus cuadernillos locales, su hipertrofia mediática? Y sin embargo, es preciso que tanto Valdeón como Leyre Iglesias o Rafa Latorre (cuyo Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido es la crónica definitiva de esta sinrazón) sigan dejándose caer por Barcelona en previsión de 'anomalías en el tráfico', sintagma con que la Generalitat ha venido aludiendo a la posibilidad de que los cederrones incendiaran la ciudad.
Es preciso, sí, que vengan para que los diarios no repliquen la untuosa prosa atmosférica a la que la prensa local, salvo honrosas excepciones, se ha abonado. Y es que aún más sintomático de la podredumbre catalana que la necesidad de traer policías nacionales y guardias civiles, es la de traer periodistas que lo sean de verdad.
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