Opinión

El laberinto español

La primera condición para que la democracia sea una realidad viene dada por el cumplimiento de la ley. Allí donde las leyes no se cumplen no se puede hablar de

La primera condición para que la democracia sea una realidad viene dada por el cumplimiento de la ley. Allí donde las leyes no se cumplen no se puede hablar de democracia. Y si no hay democracia, hablar de libertad se hace muy cuesta arriba. Una y otra son inseparables. Vayamos por lo directo: España es un país imperfecto con una democracia defectuosa. Imposible saber qué pensaría Gerald Brenan de la actual situación española. Su ensayo, que publicó en 1945, se llama de la misma forma en que está titulada esta columna que ahora está leyendo el lector, y aunque analiza un tiempo previo al estallido de la Guerra Civil, el libro está lleno de ejemplos en los que las leyes fueron pisoteadas, despreciadas y preteridas.  

Desazona mucho abrir el libro de Brenan y leer un pensamiento de Práxedes Sagasta, autor de frases premonitorias y sin tiempo cuando uno piensa en su país. El caso es que a don Geraldo, como cariñosamente le llamaban en La Alpujarra, se detuvo en el discurrir político del que fuera varias veces presidente del Gobierno de España. Lo fue entre 1870 y 1902, y desde esa atalaya privilegiada escribió, Yo no sé adónde vamos, pero sé que doquiera que vayamos perderemos nuestro camino. La verdad es que no hay más que mirar a nuestro alrededor para confirmar que lo seguimos perdiendo.  

Abascal no puede hablar, Otegi sí

Cataluña, esa región española sin solución, y de la que Ortega nos dijo que había que tener paciencia, y que deberíamos aprender a conllevar para siempre ese dolor de muelas. El problema es irresoluble, y en todo caso uno empieza a creer que más que conllevarlo, el problema tiende a empeorar, como tantas cosas en España. 

En Cataluña no se cumplen las leyes. A un clima político ciertamente irrespirable se une ahora la violencia con la que una parte del independentismo recibe a fuerzas políticas que no son de su agrado, por ejemplo, Vox. Vaya por delante que escribiría lo mismo si las pedradas, los insultos y escupitajos cayeran en los actos electorales de la CUP o ERC. Abascal no puede hablar, pero Otegi sí. Una sociedad y unos políticos incapaces de asegurar que una fuerza política tan legítima y legal como las más catalanas no pueda celebrar sus actos, está condenada. Van a celebrar elecciones el domingo, y parecerá una democracia. No lo es. Va a haber una abstención que algunos colocan en cerca del 40%, lo que habla de una democracia débil, imperfecta. Y finalmente, no nos engañemos, la montaña parirá un ratón en el que los socialistas darán naturalidad a cualquier gobierno en el que estén los republicanos independentistas, insurrectos y sediciosos. Eso no escuece, molestan las cosas que dice Santiago Abascal e Ignacio Garriga. 

Fascistas contra Vox

Nunca como ahora estuvo tan claro qué es y quiénes son los verdaderos fascistas. La palabra está gastada, y es posible que aquellos que la pronuncian con tanta facilidad no sepan lo que significa. Pero no hay que ser un politólogo de esos que tanto abundan en las televisiones y tertulias progubernamentales para saber que lo que se está haciendo con Vox es puro fascismo. Impedir un acto. No dejar que sus líderes se expresen. Recibirlos con piedras e insultos. Pretender que se vayan de una zona de España que les pertenece con la misma intensidad que a Junqueras o Puigdemont, es fascismo. 

Los actos contra Vox son inocuos políticamente, y eso que tras esas siglas hay 3.640.063 ciudadanos que lo votaron

Y sin embargo en los medios catalanes hay silencio. Algún breve, alguna foto, algún comentario y poco más en los periódicos. Detesto las comparaciones, sobre todo en política, pero si las piedras y gargajos hubieran caído en las espaldas de Pere Aragonés o Laura Borrás, y fueran los de Vox sus autores, entonces podría imaginar las portadas de la paniaguada prensa catalana. ¿Dice algo el Gobierno? Calla. ¿Denuncia Salvador Illa semejante ataque a la democracia? Calla. Los actos contra Vox son inocuos políticamente, y eso que tras esas siglas hay 3.640.063 ciudadanos que lo votaron.  

La libertad en Cataluña se mueve hoy con la sutileza de un paquidermo borracho, y en este clima se van a celebrar las elecciones el próximo domingo. Cataluña va camino de una situación inasumible en la que todo lo que esté prohibido sea obligatorio.  

Casado, cuanto más lejos de Génova, mejor 

Siendo este el gran problema que nos devuelve al laberinto español como si este fuera nuestro estado natural, los medios afectos al sanchismo, pero sobre todo las televisiones que como regalo le dejaron Rajoy y Sáenz de Santamaría a Pablo Casado, resuelven que el problema es la caja B del PP tras la reforma de la sede de la calle Génova. El Partido Popular ya pagó sus despreciables errores, y por eso, por primera vez en la historia de la democracia echaron a Rajoy tras una moción de censura. Casado no tiene nada que ver con lo que se juzga en la Audiencia Nacional, de la misma manera que el actual PSOE es ajeno a las fechorías que se cometieron con los casos Filesa, Malesa y Time Export. Es verdad que es un error seguir en esa sede, ejemplo de un tiempo pasado y de unos dirigentes que ya no están. Pero esas son las portadas y las aperturas de los programas de las televisiones que el rajoyismo resucitó cuando estaban muertas para entregárselas a grupos empresariales sin escrúpulos: una vela a Dios y dos al diablo. 

Esa, además de lo que se dirime en el juicio que ayer comenzó, es la verdadera herencia que Mariano Rajoy dejó a Pablo Casado. No son pocos los que creen que el PP, como dicen en Latinoamérica, amerita urgentemente una refundación que pase por una nueva sede y otras siglas. De haberlo hecho hoy las cosas estarían más claras.

Iglesias y la anormalidad democrática

Mientras tanto Bárcenas llega a la Audiencia y lo primero que pide es un careo con Rajoy. Ya están hechas las escaletas de los informativos. Lo de la niñera del matrimonio ministerial, nada, ya pasó. Las supuestas costas procesales que el jefe de Podemos cobró, nada, también pasó. Esa barbaridad de que el compañero sea vicepresidente y la compañera ministra, nada, ahí siguen. Y nada impide a Pablo Iglesias denunciar que en España vivimos en un estado  anormalidad democrática. ¿Y eso lo dices tú, Pablo Manuel Iglesias? ¿Tú?

Este es el laberinto español, uno más, que cierra cualquier salida a la decencia y dignidad. Siento vértigo al imaginar lo que tendré que escribir la semana que viene, el día después de las elecciones catalanas.  Y sobre todo pena. Tantos años después y sin saber adónde vamos. 

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