Opinión

Criminales, cobardes y canallas

Las tres C de Cataluña, lo peor de lo peor en política

Cuando Pujol arrimaba su silla a la de la señorita de al lado en las reuniones cristianas, con disimulo, eso sí, allá por los cincuenta, se hicieron populares unas siglas pintadas por manos vástagas de la burguesía que apoyó a Franco. Los cachorrillos díscolos reclamaban un cristianismo catalanista. Como si el Hijo de Dios distinguiera por regiones. El significado de CC todavía se discute: que si significaba Cristians Catalans, que si Catòlics Catalans, que si Crist Catalunya. Allí se congregó lo que sería el 'who is who' del pujolismo, incluyendo al propio Pujol. Si ahora se volvieran a ver pintadas de ese tipo, se debería añadir una tercera letra y darles otro significado. Ser cristiano en Cataluña está condenado por la progresía ultra mega separatista –Arran pinta “La única iglesia que ilumina es la que arde” y los podemitas quieren reconvertir la Catedral de Barcelona en un centro cívico para dar clases a okupas o enseñar como funcionan las copas vaginales– y lo de Cataluña está desgastado, tanto, que se rompe por las costuras.

Lo que debería pintarse ahora es CCC. Las siglas son las de Criminales, Cobardes y Canallas. Criminales son quienes juntan setecientas personas en el centro de Barcelona para reclamar la libertad de un rapero faltón, liarla ante la Delegación del Gobierno y marcharse a sus casas, que el servicio ya debe haber servido la cena. Son criminales por lo que defienden pero también porque luego pasearán esparciendo el virus. Deberían estar en Montserrat solitos, cohabitando entre ellos, hablando solo en catalán, izando cada día el trapo estelado y quemando algún 'container'. Su aversión por el clero no importa, puesto que en la Abadía siempre se los ha visto con la indulgente mirada de quien cree que la tierra es plana y se cuida muy mucho de salir de su pueblo por si las dudas. Lo propongo, a ver si así nos dejan tranquilos. Porque su impunidad es constante, horrísona y vergonzante para la autoridad competente. Además del aumento de mala leche que produce en la gente normal. ¿Ustedes se imaginan a un hostelero viendo a esos cenutrios campar a sus anchas mientras ellos están en la ruina?

Criminales por saltarse la ley, por retorcerla para que los golpistas anden de mitin en mitin –Forcadell salió de la cárcel al acto político sin transición– mientras que a nosotros se nos tiene confinados municipalmente. Criminales porque han abandonado a la población a su suerte. A ellos, como a Sánchez lo único que se les da bien es la actitud totalitaria de encerrarnos en casa y luego, ya si eso, vendrán a contar los muertos. Cobardes, porque mienten como bellacos. Unos, diciendo que proclamarán la independencia ya mismo si ganan; otros que también, pero dentro de unos añitos, cuando hayan tenido tiempo de llenarse más y mejor los bolsillos. Los peores son quienes afirman que no pactarán con separatistas cuando tienen las arras en el bolsillo para matrimoniar en cero coma. La mentira está, junto al desacato a la ley, a la orden del día en una campaña que no es más que un desfile de horrores atroces con una enorme tragedia como telón de fondo.

Y cobardes. Desde los que huyen como ratas hasta los que dicen blanco para, en cuanto un juzgado les pregunta por su bravata, se desdicen, emplean la retórica del “yo no dije eso”, o rebuscan en el código penal la menor triquiñuela para zafarse. Criminales, cobardes y canallas nos gobiernan y el ciudadano de a pie se encuentra más desamparado que nunca, porque le han enseñado que la ley está para ser respetada y sin ella no existe civilización. La gente empieza a estar muy hartita, señores políticos, tanto, que cada día más ciudadanos dicen abiertamente que no quieren votar a partidos que, o están abiertamente por defender las tres C, o son incapaces de poner freno a estos golfos apandadores.

Las tres C podrían ser Civilización, Cultura y Compasión o Caridad, Compañerismo y Cordura, pero no. Y habrá gente que les vote, no lo olviden. Tienen parroquia fiel, intoxicada y supremacista. Ahora, la pregunta es ¿a quién votar para frenar a las tres C? Es aquí donde mi pluma debe detenerse. Tampoco lo tengo claro, no se crean.

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