Opinión

A cavar piñas a pala

Mi padre, un agricultor de Tierra de Campos, Palencia, ocupado en labrar la tierra de sol a sol, solía condenar “a cavar viñas a pala” a todo aquel susceptible de

Mi padre, un agricultor de Tierra de Campos, Palencia, ocupado en labrar la tierra de sol a sol, solía condenar “a cavar viñas a pala” a todo aquel susceptible de merecer el calificativo de “zángano”. Cavar viñas a pala era la peor de las ocupaciones imaginables en aquella España donde todo el trabajo agrícola era esfuerzo físico, de hombres y bestias, antes de que la mecanización del campo permitiera mejorar la vida de casi todos. En la categoría de zángano solía incluir desde el señorito dispuesto a perder la mañana persiguiendo liebres a caballo, hasta el vago de atar, pasando por todo tipo de gente de mal vivir dispuesta a hacer daño al prójimo. Mi padre hubiera condenado a los Puigdemones a cavar viñas a pala (“a picar pedra” les mandaba el otro día Josep López de Lerma, siete veces diputado por CiU en Madrid) durante una buena temporada. Cavar viñas a pala con el cierzo de marzo en la frente, un trozo de pan y media cebolla en el fardel por todo aditamento. 

Por desgracia, los Puigdemones no van a ir a cavar viñas a pala, que lo suyo es volver a presentarse como candidatos en menos de un mes a la presidencia de esa Cataluña a la que han arruinado, han dividido y han envilecido, mediante la que ha sido la mayor estafa (política, emocional, económica) que se recuerda en la historia reciente de España y de la UE. Así lo ha querido la benevolencia de don Mariano y de los partidos que han apoyado el 155, que ni siquiera se han atrevido a quitar a los facciosos esa pistola de odio que es TV3. Y no solo se van a presentar dispuestos a rematar la faena de dar la puntilla a una tierra ya muy castigada por tanta incuria falsaria, sino que, dicen las encuestas y jalean los medios, pueden volver a ganar y a formar Gobierno, momento en el que cualquier persona juiciosa instalada más allá de la ribera del Ebro debería ir pensando en atravesar el río o en cruzar los Pirineos con afán de no regresar.

El nacionalista se entrega con pasión a los impulsos más básicos, todo lo fía al futuro venturoso

Yo me niego. Me niego a creer que esta gente pueda volver a tomar las riendas de la Generalidad, porque, después de la comedia bufa a la que hemos asistido en platea, la suma de todos ellos, de pedecats, de junpelsis, de errecés, de cups y de caps, no debería dar más allá de cinco o a lo sumo diez diputados. Es el castigo que, en una sociedad mentalmente sana, merecerían por el daño que han causado. Sí, ya sé que en el manicomio independentista no parece abundar la gente cuerda. Dice Searle-White en The Psychology of Nationalism, que el mecanismo psicológico que alimenta el sentimiento nacionalista en un mundo plagado de miedos como el nuestro permite al individuo ganar autoestima al identificarse con una nación, real o inventada, y adjudicarse todas las virtudes de esa idealizada colectividad. Para lo cual resulta imprescindible crear o recrear un enemigo externo a quien se apunta como responsable de nuestras desgracias, a quien hay que destruir, de quien hay que huir o, en todo caso, separarse.

Lejos de aceptar el debate racional, el nacionalista se entrega con pasión a los impulsos más básicos, a esa emoción reñida con la razón que, cual nueva religión, todo lo fía al futuro venturoso en la Arcadia de la independencia en la que vivirán los elegidos. Marta Rovira, por ejemplo, una analfabeta funcional toda emoción que aspira a la presidencia de Cataluña en caso de que a fray Junqueras le dé un aire y se decida a profesar como trapense en Santes Creus. Marta estuvo el otro día en la SER y fue incapaz, con ese castellano suyo que ella retuerce con saña como si de dificultosa lengua extranjera se tratara, de reconocer haber cometido fallo alguno. Los malos, ya se sabe, siempre son otros. Rovira ha acusado al Gobierno de haber amenazado a Puchimón con muertos en las calles y se ha quedado tan ancha, sin que el Gobierno Rajoy se haya querellado. Y ahí va ella, entre llantos y susurros, dispuesta a seguir patroneando esa barca de aventados que ha arruinado Cataluña. ¿Alguien en su sano juicio, algún padre de familia con hijos a su cargo, puede estar pensando todavía en votar a esta indigente intelectual? 

La muerte de Manolete en la plaza de Linares

Además de estafadores, los Puigdemones han demostrado ser unos cagaos de tomo y lomo, cualidad que a estas alturas de la historia no puede sorprender a nadie. Tras la apostasía de Carmen Forcadell, la Marianne de la República Catalana, ante el Tribunal Supremo, donde, tras aceptar la Constitución, el artículo 155 (como el resto de miembros de la Mesa), y cualquier cosa que le hubieran puesto a la firma, que solo le faltó a la doña adjudicarse la muerte de Manolete en la plaza de Linares, ha sido el citado Oriol Junqueras y el resto de exconsejeros de ERC encarcelados desde el 2 de noviembre quienes, desde los fríos de Estremera, han remitido un escrito al juez Llarena del Supremo pidiéndole audiencia con la intención de cantar las alabanzas del 155 y otras yerbas, comprometiéndose a defender sus ideas “por las vías del diálogo y la negociación”, para de este modo poder salir a la calle y hacer campaña.

¿No tenían ustedes un mandato del pueblo catalán, así en engeral, para declarar la independencia?

¿Realmente estos valientes, ejemplo de virtudes cívicas y humanas, feos por dentro y feos por fuera, van a volver a gobernar la Generalidad de Cataluña? Todos han reconocido ahora que la DUI fue “un acto simbólico sin repercusión jurídica”, que el Govern no estaba preparado para “dar continuidad política de forma sólida” a unos resultados del 1-O donde se podía votar cuantas veces se quisiera, que no había una “mayoría social” dispuesta a apoyar la secesión… Pero, ¿en qué quedamos? ¿No tenían ustedes un mandato del “pueblo catalán”, así, en general, de todo el pueblo catalán, para declarar la independencia? ¿No se han cansado ustedes, contra toda evidencia, contra los resultados que arrojaron las urnas el 27 de septiembre de 2015, de decir que representaban a “la inmensa mayoría del pueblo catalán”? Ya lo sabíamos: han estado mintiendo como bellacos durante años, para al final venir a quejarse lloriqueando del “poder coercitivo” de ese Estado al que decían despreciar.

Mentirosos, cobardes, cínicos. Dejo al margen a ese auténtico “carallot” (gilipollas, en catalán) que es Puigdemont, un bufón que cual capitán Araña embarcó a tantos en la aventura de la independencia para, 8 segundos después de soltar amarras, poner pie en chapula y huir a Bruselas donde pasea su triste figura de mendicante en busca de un poco de cariño. Nadie sabe a ciencia cierta lo que pasará el 21 de diciembre, pero resultaría verdaderamente sorprendente, por utilizar un término caritativo, que los partidos nacionalistas volvieran a repetir resultados. Parece de todo punto lógico suponer que una parte de los catalanes que a partir de septiembre del 2012 decidieron echarse en brazos del independentismo se queden ahora en casa, hastiados y ofendidos por la burda astracanada de que han sido objeto. No sé si será el 1% o el 10% de los 1.957.348 votos (de un censo total de 5.352.786) que el 27-S obtuvo la suma de JxSí y CUP, pero en cualquier caso será un porcentaje suficiente para enviar a la oposición a quienes han abusado tan arteramente de Cataluña y los catalanes. El 21 de diciembre habrá sorpresa.  

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