La resistencia a la dictadura socialista –perdón por el pleonasmo- que está llevando a cabo el pueblo de Venezuela no merece un “tramabús”, ni un programa en prime time, ni siquiera la portada para alguna prensa generalista. Muchos, con la lupa partidista puesta en el campanario, no ven la trascendencia de lo que se está jugando en aquel país caribeño: el (pen)último episodio de la lucha contra una tiranía oligárquica.
Los chavistas, como los dictadores del siglo XX -incluido el general Franco-, arroparon su régimen con la palabra “democracia”
Los chavistas, como los dictadores del siglo XX -incluido el general Franco-, arroparon su régimen con la palabra “democracia”. Inventaron poderes alternativos y sujetos de soberanía distintos que les aseguraban el poder, porque, como la Historia demuestra, todo gobierno tiende a extender su fuerza y autoridad si no existen frenos. A la ausencia de topes institucionales la llamaron “democracia”, y la adjetivaron para apropiársela, retorcer su significado, y adaptarla a sus intereses. No hay más que repasar la “democracia popular” en el mundo soviético, norcoreano y chino, o la “democracia social” de los socialistas del siglo XXI que exhibe Podemos.
La polisemia contradictoria del vocablo “democracia”, y su bastardeo por esos autoritarios y totalitarios, ha producido su crisis, algo que está presente en la Historia de la Humanidad desde la antigua Grecia. El fenómeno se debe a que la política se fundamenta en desconfiar de los gobiernos, y que de ahí parte todo el pensamiento político occidental.
Unos confunden democracia con elección, otros con reparto de la riqueza, aquellos con la tiranía del visionario, y hay incluso quien la ve en un régimen de poderes fusionados
Unos confunden democracia con elección, otros con reparto de la riqueza, aquellos con la tiranía del visionario, y hay incluso quien la ve en un régimen de poderes fusionados. No olvidemos, tampoco, a los que dicen que la democracia no sirve porque cada vez vota menos gente, los gobiernos no son eficaces o no responden a la voluntad del pueblo. Quizá no seamos más que esclavos que se rebelan contra el amo en la búsqueda de un amo más bondadoso.
Lo cierto es que a ambos lados del Atlántico observamos un levantamiento contra los gobiernos oligárquicos, esos que ostentan el poder solo para el beneficio de una minoría y usan una retórica democratista. En Estados Unidos y Europa ha sido una rebelión contra el establishment cosmopolita, institucionista y globalizador que quería imponer una economía y una política mundial, una ingeniería completa. Frente a esa casta burocrática y su élite extractiva ha cobrado fuerza el soberanismo, la reconstrucción de la comunidad sobre otras instituciones, y el internacionalismo de los pueblos, no de los gobiernos. Pero en Venezuela es otra cosa.
En el país caribeño el pueblo se ha levantado contra la tiranía de la oligarquía socialista que, no contenta con pisotear las libertades fundamentales, ha robado, empobrecido y hundido a la gente. Bajo la retórica populista de la justicia social, del reparto de la riqueza, de apretar a los ricos y dárselo a los pobres, de seguir la voluntad nacional, o de ser patria, no había más que el engranaje de un narco-Estado, el negocio de unos dictadores.
La crisis en Venezuela cada vez recuerda más a lo que pasó en la Rumanía de Ceausescu, donde la población comenzó protestando por la corrupción y la carestía, como en Polonia y la RDA
La propuesta de un “proceso constituyente” con la que ahora sale Maduro solo puede engañar a los que no comprenden el mecanismo de la historia ni de la política, y menos aún el de una dictadura. Ese cuarto poder invocado, el “constituyente”, no es más que engañifa, un medio para conservar un rato más el mando. La maniobra solo sirve para anular la Asamblea Nacional que se eligió en 2015, y que mostró el repudio de los venezolanos al gobierno socialista, y para impedir la salida de Maduro del poder.
La crisis en Venezuela cada vez recuerda más a lo que pasó en la Rumanía de Ceausescu, donde la población comenzó protestando por la corrupción y la carestía, como en Polonia y la RDA. A las primeras represiones gubernamentales, al viejo estilo comunista en Hungría de 1956 y en Checoslovaquia en 1968, le siguió la lucha contra la tiranía.
Las protestas populares fueron reprimidas con muchísima violencia, por militares y paramilitares que veían perder su estatus. La Securitate, un servicio policial muy parecido al que Cuba ha enviado a Venezuela, pegó, torturó y mató, hasta que se produjo la matanza de Timisoara, en 1989. El efecto no fue el silencio y el cierre de puertas y ventanas, sino que los rumanos salieron a la calle en Bucarest, en pleno mitin de Ceaucescu, aquel grotesco “Conducator”. A la revuelta le siguió la declaración del estado de sitio, y la respuesta de una parte del ejército, cansada de todo aquello.
El comunista Ceaucescu y su esposa, mandarines de Rumanía desde 1974, fueron juzgados por un Tribunal militar improvisado
El comunista Ceaucescu y su esposa, mandarines de Rumanía desde 1974, fueron juzgados por un Tribunal militar improvisado. El dictador no se cansaba de llamarles “golpistas”, acusándoles de destruir la “independencia nacional”, y apelando al “Parlamento del pueblo”. Fueron condenados por genocidio, enriquecimiento injustificable y uso de las Fuerzas Armadas en contra de civiles. El 25 de diciembre de 1989 fueron fusilados. Los ex comunistas del Frente de Salvación Nacional se hicieron con el poder para transitar hacia un régimen democrático.
La salida a la crisis dictatorial en Venezuela, donde sí existe una verdadera trama que vincula la política con el narcotráfico, tiene cada vez un tono más oscuro, que exige, no el silencio al que acostumbra la ONU cuando se trata de ricas dictaduras, sino la respuesta enérgica de los organismos internacionales. Esto evitaría un final a lo Ceausescu o una guerra civil.
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