Opinión

Bye, bye, Celaá

Los socialistas españoles y, en general, toda la izquierda, con Gramsci como principal teórico, saben que la hegemonía cultural es clave para alcanzar el poder y para conservarlo. Y los

Los socialistas españoles y, en general, toda la izquierda, con Gramsci como principal teórico, saben que la hegemonía cultural es clave para alcanzar el poder y para conservarlo. Y los socialistas de hoy lo saben no sólo porque quizás lo hayan leído en los libros –aunque no parecen demasiado estudiosos-, sino porque la experiencia se lo ha demostrado cumplidamente y, además, porque sus mayores ya se han encargado de enseñárselo.

Conviene recordar que la hegemonía cultural consiste en poseer los recursos necesarios para influir en la formación de la Weltanschauung de los ciudadanos y de sus criterios morales y políticos. Aunque han sido muchos los que han dado vueltas a este asunto, la verdad es que no era demasiado difícil llegar a la conclusión de que, para alcanzar ese poder sobre las almas de los ciudadanos, las armas más directas y eficaces son la educación, los medios de comunicación y la religión.

Esto, que no es muy difícil de entender, a la derecha española no hay manera de metérselo en la cabeza. Y cuando digo la derecha me refiero no sólo a los partidos políticos, sino también a todos aquellos grupos sociales o simples ciudadanos que quieren defender la libertad, la propiedad, la unidad de España y, en definitiva, la Constitución del 78 como marco para la convivencia de todos los españoles.

Por el contrario, los socialistas y sus compañeros de viaje –comunistas, chavistas e independentistas- lo tienen meridianamente claro: dominar la educación, los medios y la religión les dará el poder por los siglos de los siglos.

El canon ideológico y moral

En su momento habrá que ocuparse de cómo la izquierda domina o intenta dominar los medios de comunicación y la religión, hoy, para despedir a la ministra Celaá y dar la bienvenida a la ministra Alegría, toca contemplar cómo los socialistas siempre han hecho de la educación un arma clave de su estrategia para alcanzar y conservar el poder. Ya en los últimos años del franquismo el canon ideológico y moral que dominaba la Universidad y los Institutos no sólo no era el de la derecha, sino que estaba cerca de posiciones izquierdistas, cuando no claramente marxistas.

Pero, lógicamente, ese dominio de la educación se hizo aún más evidente después de la llegada del PSOE al poder en 1982, cuando promulgaron las Leyes que plasmaban sus ideas: la LRU para la Universidad y la LOGSE para el resto del sistema educativo. Esas leyes crearon el marco de la educación española que tenemos desde entonces, porque los intentos del PP de modificarlo, cuando ha conseguido mayorías absolutas, no han pasado de ser eso, intentos, que no llegaron nunca a llevarse a la práctica.

La ministra se va tras una exhibición impúdica de sectarismo en una materia, la educación, que debería ser el ámbito del pluralismo y de la libertad

Celaá se va después de haber dado una exhibición impúdica de sectarismo en una materia, la educación, que debería ser el ámbito del pluralismo y de la libertad. De acuerdo con la concepción que su partido tiene de la educación y con las órdenes recibidas de Sánchez y sus socios comunistas y separatistas, Celaá ha hecho, deprisa y corriendo y con el Parlamento medio cerrado, una ley, sin contar con nadie que pudiera apartarse de la concepción que los socialistas tienen de la educación, que no tiene nada que ver con la formación de ciudadanos libres y cultos, sino con la estrategia de lograr ciudadanos obedientes, adoctrinados por los gurúes de la corrección política, que ya se encargan de modelar sus almas para que todos sean fieles votantes suyos.

Para ello, la ley tiene como columna vertebral el igualitarismo, que nada tiene que ver con la siempre deseable igualdad de oportunidades; y, por eso, persigue con saña el esfuerzo y el estudio, no vaya a ser que haya estudiantes que destaquen y otros que suspendan; de ahí el aprobado general que ofrece a los alumnos, con lo que, lógicamente, el llamado fracaso escolar desaparecerá y, chapoteando en la ignorancia, todos serán felices. En esa línea puede entenderse el nombramiento de la nueva ministra, Pilar Alegría, en cuyo curriculum figura por toda titulación académica la de ser diplomada en Magisterio, especialidad en Educación Primaria; no digo que el titular de Educación tenga que ser el más sabio de España, pero que con esa exigua preparación académica se pretenda regir la educación de los españoles es un claro aviso no de que el saber no ocupa lugar, sino de que no hay que saber gran cosa para ocupar los más altos lugares.

Comulgar con los dogmas 'progres'

Para los socialistas y sus socios la transmisión de conocimientos es un atraso reaccionario, como lo es la memoria. Por eso, a los futuros profesores se les exige un moderado conocimiento de la materia que tienen que enseñar y, por el contrario, una serie de condiciones, llamadas pedagógicas, que lo único que aseguran es que comulgan con los dogmas “progres”.

Y mientras tanto, la derecha sigue sin enterarse de que la educación es la clave, sigue sin preguntarse por qué la educación es el único asunto sobre el que nunca ha podido llegar a ningún acuerdo con los socialistas y sus socios, sigue sin articular, desde una perspectiva liberal-conservadora un corpus doctrinal para construir el marco educativo nacional y seguirá lloriqueando cuando, a pesar de la irracionalidad de las propuestas de Sánchez y sus colegas, sigan logrando millones de votos.

Otro día hablaremos de lo que esa Ley hace con la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos o del tratamiento que, para satisfacer a los separatistas, da en las escuelas a la lengua común de todos los españoles o de cómo maltrata la educación especial.

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